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El proyecto que está luchando por descolonizar la visión sobre la naturaleza en Uganda: “Necesitamos ser reconocidos y respetados”

¿Qué pasaría si las comunidades indígenas africanas que aún entregan su vida a la protección de la naturaleza recuperasen la autoestima que la represión colonial les arrebató? Fue la semilla que se sembró en la mente de Dennis Tabaro, agroecólogo ugandés, y otras seis personas más procedentes de Benín, Kenia, Camerún, Zimbabue, Sudáfrica y Etiopía en una reunión impulsada por la Red Africana de Biodiversidad y la Fundación internacional Gaia. A partir de ello, y tras tres años de capacitación, nació el Colectivo Africano de Jurisprudencia de la Tierra.

“Aunque pueda parecer un concepto nuevo, la Jurisprudencia de la Tierra es una idea ancestral. La persona que creó el término, Thomas Berry, se inspiró en las comunidades indígenas”, desarrolla Carlotta Byrne, líder del Programa de Jurisprudencia de la Tierra en la Fundación Gaia. “Este tipo de jurisprudencia ha sido calificada por la ONU como ‘el movimiento jurídico de mayor crecimiento del siglo XXI’”, profundiza.

Se trata de una corriente filosófica y legal que propone que las leyes humanas deben estar en armonía con las leyes de la naturaleza. “Las culturas indígenas de todo el mundo siempre han comprendido esto”, afirman desde la fundación. Según la plataforma Eco Jurisprudence Monitor, a día de hoy existen alrededor de 580 iniciativas en el mundo con este enfoque. En 92 de ellas están implicadas comunidades indígenas.

Esta visión, además, está respaldada por entidades como la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), una de las mayores autoridades científicas del campo de la biodiversidad. En su último informe llamaba a “desafiar las estructuras coloniales” y a “promover y mejorar las prácticas sostenibles asociadas con el conocimiento indígena”. En esencia, alentaba al mundo a inspirarse en estos valores como una de las vías para superar la crisis ecosocial actual.

Y es el camino en el que se encuentran personas como Dennis Tabaro, que, tras la capacitación, fundó el Instituto Africano de Cultura y Ecología (AFRICE) en aras de ayudar a restablecer la autoestima de diferentes comunidades ugandesas de raíces indígenas, como los Bagungu, los Basesse, o los Banyabutumbi.

El impacto de la colonización en las relaciones ambientales

El contexto en el que lo está haciendo es tremendamente significativo: su lucha es paralela al desarrollo de la construcción del oleoducto de crudo calentado más grande del mundo en tierras ugandesas (y tanzanas), el East African Crude Oil Pipeline (EACOP), un proyecto que ha enfrentado (y sigue enfrentando) enormes críticas y protestas y cuya ruta pasa por el distrito Buliisa, en el que vive la principal comunidad indígena con la que está trabajando AFRICE, los Bagungu.

“En el siglo XIX, la llegada de comerciantes árabes a Uganda inició el proceso de transformación de las relaciones ambientales, que luego se intensificó con el Proyecto Colonial Británico” - Adele Stock, historiadora especializada en Uganda

Pero no es la única amenaza que enfrenta la biodiversidad del país: El cambio climático provocado por el Norte global, así como otro tipo de actividades más allá del petróleo, como la quema de carbón, la agricultura a gran escala, la tala ilegal, o la expansión de la infraestructura industrial, también están teniendo un gran impacto en diversos ecosistemas clave, así como, insiste Tabaro, “la erosión del conocimiento cultural tradicional debido al fundamentalismo religioso”.

Y es que en el país de la región de los Grandes Lagos la colonización británica [1894-1962] dejó una inmensa huella en la mirada social hacia la naturaleza, como ha ocurrido en otros tantos casos. “Antes se consideraba a la naturaleza como una parte integral de las vidas de los ugandeses, como también ocurría con el resto de los seres humanos. A día de hoy la mayoría piensa que está ahí para que la explotemos”, valora Tabaro.

Adele Stock, historiadora especializada en Uganda, lo suscribe: “En el siglo XIX, la llegada de comerciantes árabes a Uganda inició el proceso de transformación de las relaciones ambientales, que luego se intensificó con el Proyecto Colonial Británico. A día de hoy algunos ugandeses ven la naturaleza como un recurso y otros la usan como recurso porque tienen que hacerlo, pero no la ven necesariamente de esa manera, como también ocurre en Occidente”.

Rescatar la mirada precolonial

Se estima que solo un 2.70% de los ugandeses aún reporta tener modos de vida marcadamente indígenas. En un escenario como este, el objetivo de AFRICE es el de reavivar los valores pre coloniales particularmente asociados a la naturaleza. “Buscamos integrar las leyes indígenas ancestrales en las leyes convencionales de conservación. Esta es la tarea que tenemos por delante”, explican desde la organización.

“Los Bagungu tenían sus sistemas de creencias tradicionales. Había leyes específicas para la pesca, para el acceso a los bosques o para desgarrar la tierra, y se fomentaba la justicia restaurativa” - Dennis Tabaro, fundador de AFRICE

El ahora especialista en Jurisprudencia de la Tierra cuenta cómo era la relación con la naturaleza de la comunidad Bagungu, con la que más está colaborando, antes de la llegada de los colonos: “Practicaban sobre todo la agricultura mixta y la pesca, pues vivían a lo largo del Lago Alberto [el segundo más grande de Uganda]. Su cultura giraba en torno a este cuerpo de agua y en torno a los bosques, los ríos y la vida silvestre, con los que vivían en armonía”.

Y prosigue: “Tenían sus sistemas de creencias tradicionales. Pensaban que sus dioses y sus antepasados vivían en esos bosques y ríos y que también ellos se convertirían en esa vida animal o arbórea. Por tanto, no cortaban los árboles a menos que tuvieran el permiso de los ancianos, que eran los intermediarios entre las comunidades y sus antepasados. También había leyes específicas para la pesca, para el acceso a los bosques o para desgarrar la tierra, y se fomentaba la justicia restaurativa. Cuando, por ejemplo, alguien cortaba un árbol sin permiso, el castigo era plantar otro árbol”.

“Los sitios naturales sagrados son zonas ecológica y espiritualmente sensibles para estas comunidades. Se ubican en bosques, ríos o humedales”.

“Pero durante y tras la colonización, estas formas de vida fueron demonizadas y vistas como atrasadas. Han sufrido una enorme represión y marginalización”, explica. A pesar de esto, el Pueblo Bagungu ha logrado preservar muchos de sus valores ancestrales. Faltaba, entonces, una última pieza: restaurar su sensación de dignidad, algo que comenzó siendo una tarea ardua, pero que ya está dando sus frutos.

“Llevamos casi ocho años trabajando con la comunidad Bagungu. Comenzaron por cartografiar las zonas que ocupaban en Uganda antes del colonialismo. Desde AFRICE logramos, además, identificar sus ‘sitios naturales sagrados’ mediante mapas, así como a los guardianes de éstos y las estructuras de los clanes”, profundiza Tabaro.

Los sitios naturales sagrados son zonas ecológica y espiritualmente sensibles para estas comunidades. En el caso de los Bagungu se trata de al menos 32 lugares ubicados en bosques, ríos o humedales. “Ellos protegen estos lugares y, al hacerlo, también protegen la biodiversidad. Y están muy asustados porque muchos de ellos acabarían siendo destruidos por el oleoducto”, lamenta.

También dibujaron un mapa del futuro. Trazaron la situación ideal a la que creen que deberían dirigirse para lograr restaurar la biodiversidad destruida por diferentes tipos de actividades humanas que se dieron en el pasado y que se siguen dando en esas tierras.

La redacción de una ordenanza pionera en África

Con todo ello y con el impulso de la Fundación Gaia, AFRICE facilitó en 2020 la redacción de una ordenanza local pionera en toda África creada por y para el distrito en el que residen los Bagungu: en ella se reconocían las leyes ancestrales de la comunidad, así como el derecho a proteger estos sitios naturales sagrados. Pero para entrar en vigor aún tiene que ser aprobada por el Fiscal General del Gobierno. Sin embargo, cinco años después aún no han recibido noticias de esta institución.

“Deseo que el gobierno nos apoye para garantizar la ordenanza. Necesitamos ser reconocidos y respetados en cuanto a la protección de la naturaleza” - John Gafabusa, líder de la Asociación de Custodios de Sitios Naturales Sagrados de Buliisa

John Gafabusa, líder de la Asociación de Custodios de Sitios Naturales Sagrados de Buliisa manifiesta por videollamada: “Deseo que el gobierno nos apoye para garantizar la ordenanza. Necesitamos ser reconocidos y respetados en cuanto a la protección de la naturaleza. Es fundamental, además, que las leyes ancestrales sobre los sitios naturales sagrados y su protección abarquen todas las zonas por donde pasa el oleoducto, para evitar su destrucción”. AFRICE también está ejerciendo presión para conseguirlo.

Una oportunidad en una región particularmente sensible

La zona donde se encuentran estos ‘sitios naturales sagrados’ —además de los yacimientos petrolíferos— es uno de los enclaves con mayor biodiversidad de Uganda y de África: se trata de la región donde se halla el mencionado Lago Alberto. Según WWF, el área alberga más del 50% de las aves, el 39% de los mamíferos, el 19% de los anfibios y el 14% de los reptiles y plantas que se encuentran en África continental. Y es donde se creó el Parque Nacional Murchison Falls, el más grande de Uganda.

Esta ordenanza, de ser aprobada, convertiría a estos sitios naturales sagrados en zonas de acceso restringido para cualquier persona o empresa. “Las actividades petroleras y gasíferas o la construcción de carreteras hacen que esta ley sea necesaria de inmediato para proteger las áreas sagradas y contribuir a la regeneración de los ecosistemas para las generaciones presentes y futuras”, se establece en el documento.

En África el esfuerzo por rehabilitar las prácticas indígenas no es nuevo: ha estado presente desde 1981, cuando se aprobó la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, un pacto internacional destinado a descolonizar las instituciones del continente y promover los derechos humanos. Pero, en la práctica, más de 4 décadas después, pocas cosas se han logrado al respecto.

“Las declaraciones del último informe del IPBES corren el riesgo de no trascender al ámbito académico”

“Alcanzar el objetivo de conservar el 30% de las tierras, aguas y mares para 2030 requerirá [...] la colaboración entre la ciencia moderna y el conocimiento indígena y local, además de apoyos financieros adecuados y la eliminación de barreras políticas que obstaculicen la designación de áreas de conservación que estén gestionadas por los pueblos indígenas”: Es una de las grandes afirmaciones del último informe del IPBES. Sin embargo, pese a ser una declaración contundente, corre el riesgo de no trascender al ámbito académico.

“Uganda está bien posicionada para liderar el camino hacia una gobernanza descolonizada y ecocéntrica en el continente, basada en los diversos sistemas de conocimiento y gobernanza de las comunidades indígenas y tradicionales de África. Y se alinea con la visión de la Carta Africana”, expresaban desde la Fundación Gaia cuando se redactó la ordenanza de Buliisa.

Tabaro, en este sentido, pide a la comunidad internacional un mayor apoyo al movimiento de la Jurisprudencia de la Tierra en África. “Sobre todo necesitamos recursos financieros, pero también que haya responsables políticos que presten atención a esto. Creemos que la comunidad internacional puede hacer mucho a la hora de apoyar los esfuerzos de organizaciones como la nuestra y nuestras redes en África y en todo el mundo”, señala.