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La crisis que persistirá tras la guerra será por los cuellos de botella de materiales para la transición ecológica

Granja de placas solares

Daniel Yebra

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Los cuellos de botella en la logística y el comercio han sido el gran problema de las economías desarrolladas antes de la invasión de Ucrania y lo seguirán siendo cuando acabe la guerra. La incapacidad de la oferta y del transporte mundial de seguir la explosión de consumo en la salida de la pandemia provocó las primeras tensiones en el comercio global desde 2021. Ahora, la mayor demanda de golpe de unos materiales concretos -minerales fundamentales para el coche eléctrico o los paneles solares- y cruciales para la irrenunciable transición ecológica por parte de todos los países ricos, aumenta la preocupación sobre episodios de escasez.

Sin llegar al extremo de asumir la carencia de cobre, litio, cobalto o níquel, entre otros, el escenario actual conlleva que la transición ecológica sea un factor inflacionista. Según se adelantan los objetivos en la lucha contra el cambio climático, se incrementa la presión sobre los precios de las materias primas, cuando estamos en pleno pico del coste de la energía por la guerra iniciada por Rusia a finales de febrero.

Los números que manejan instituciones internacionales como el Fondo monetario internacional (FMI) o la Agencia internacional de la energía (IEA, por sus siglas en inglés) apuntan a que las tecnologías que permiten la revolución verde o la transición energética suponen multiplicar la producción de cobre, litio, cobalto, níquel o silicio respecto a los niveles históricos.

El FMI calcula que hacia 2040, la producción global de cobre (esencial en el coche eléctrico, pero también en los molinos de viento o en los paneles solares) crecerá casi un 50% aún con las políticas actuales respecto a la lucha contra el cambio climático, y hasta un 160% si se persigue realmente el objetivo de cero emisiones netas (que las emisiones de la actividad económica sean compensadas hasta suponer un impacto nulo en el cambio climático). Lo mismo ocurrirá con otros materiales como el níquel o el cobalto. Y, mientras, se hundirá el consumo de petróleo, gas o carbón.



“Conviene resaltar que un elevado grado de ambición climática, si se materializa de forma sincronizada a nivel mundial, podría provocar cuellos de botella muy significativos en determinados sectores clave para la transición energética”, destacó el Banco de España en su informe anual, publicado este mismo miércoles.

La advertencia de la institución coincidió con la de la Agencia internacional de la energía (IEA), que está línea con la denuncia de numerosos grupos de expertos, como el que dirige la ingeniera Alicia Valero en la Universidad de Zaragoza. “Desde hace mucho tiempo que llevamos alertando de ello”, recalca a elDiario.es.

La IEA aporta cifras relevadoras. Por ejemplo, un coche eléctrico y sus baterías exigen mucho más grafito, cobre, níquel, manganeso... que un vehículo convencional, de combustión.



Y exactamente se observa la misma tendencia en las energías renovables, que elevan la necesidad de cobre, zinc, manganeso, cromo o silicio (especialmente importante para las placas solares). “Algunos de estos cuellos de botella ya se estarían observando en la actualidad en determinadas materias primas —como el cobre, el litio, el cobalto o el níquel— que constituyen una pieza fundamental en las políticas de mitigación desplegadas a nivel internacional”, incide el Banco de España.



“Como señalan algunos trabajos, estos cuellos de botella podrían intensificarse sensiblemente en los próximos años en el marco de la transición hacia una economía neutra en carbono que un gran número de países han comprometido para mediados de este siglo”, continúa el supervisor. “Si este fuera el caso, dicho proceso de transición podría verse ralentizado y también podría elevarse considerablemente su coste económico”, concluye.

Alicia Valero explica que todos los materiales citados “son sustituibles, menos el fósforo que es esencial para la alimentación”, aunque insiste en que “el problema es que estamos demandando tanto de todos, que tarde o temprano llegaremos a cuellos de botella incluso de los que aparentemente son menos problemáticos”.

La importancia del reciclaje

En el campo de las baterías “es difícil decir si hay riesgo de escasez porque eso dependerá de la demanda real y también del progreso del reciclaje, pero yo soy optimista”, matiza María Rosa Palacín, investigadora del ICMAB-CSIC. “A día de hoy la penetración del vehículo eléctrico es limitada así que hay aún pocas baterías que hayan acabado la vida útil y puedan reciclarse, pero en el futuro el reciclaje debería ser una fuente de materias primas muy relevante”, añade.

“Existen diversas subfamilias de tecnologías de baterías de ion litio que utilizan metales diferentes, unas níquel, manganeso y cobalto, tendiéndose a la disminución del contenido de cobalto, y otras utilizan hierro, así que ya existe una cierta diversificación. El desarrollo de tecnologías alternativas a la de ion litio, como por ejemplo la de ion sodio, se ha acelerado en los últimos años. Creo que la clave es diversificar tecnologías en función de las aplicaciones de las baterías (no todas tienen los mismos requisitos) y optar por el reciclaje (circularidad)”, desarrolla la experta.

Los cuellos de botella

Desde finales de 2020, el sector industrial se ha enfrentado, en la eurozona y en otras economías avanzadas, “a disrupciones crecientes de los procesos productivos”, resumían en otro informe reciente Iván Kataryniuk, Ana del Río y Carmen Sánchez Carretero, economistas del Banco de España. Se trata de “una situación de escasez de componentes básicos, lo que está generando cuellos de botella en su producción, que impiden que la oferta atienda la demanda de pedidos en los plazos requeridos”, según estos expertos.

“La rápida recuperación de la demanda a escala global ha provocado, además de presiones alcistas sobre el precio de las materias primas, problemas de abastecimiento de insumos [bienes intermedios que se compran para fabricar productos finales] en sectores como el de los semiconductores, los productos químicos, los plásticos, la madera o los metales industriales; dificultades a las que se unen las tensiones en el transporte marítimo”, proseguían.

Este tipo de crisis podría ser habitual en algunos sectores debido a la transición ecológica, y contagiar al resto de bienes y servicios, como ha ocurrido con la energía en los últimos meses. Y para medir su relevancia basta con atender a datos como que en 2021 casi un 90% de la industria de la automoción de Alemania vio limitada su producción por los cuellos de botella.

En España, el mayor golpe lo recibieron los fabricantes de material y equipos eléctricos y, por otra parte, los de caucho y plástico. Casi la mitad de las empresas de ambos sectores tuvieron problemas productivos por la escasez de insumos el año pasado, según los datos del Banco de España.

La transición ecológica es inflacionista

La misma institución considera que la transición ecológica es inflacionista no solo por una cuestión de oferta y demanda. “En efecto, una parte del fuerte repunte de los precios que ha tenido lugar a escala global desde principios de 2021 ha estado asociada a las políticas que los diferentes gobiernos mundiales han venido adoptando recientemente para impulsar la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en sus economías”, recoge en su Informe anual.

La lucha contra el calentamiento global y “los riesgos físicos” que conlleva (inundaciones, incendios, desertificación, tornados, sequías...) aceleran la inflación por distintos motivos. Por ejemplo, el impacto directo de los impuestos medioambientales o de los derechos europeas de emisión de CO2 (diseñados para reducir los gases de efecto invernadero) sobre los precios de la energía.

Pero también el impacto indirecto de esta fiscalidad, de las inversiones para favorecer la transición ecológica (en las mismas energías verdes, en la movilidad eléctrica o en el consumo general sostenible) o el incremento del gasto público para paliar las múltiples perturbaciones y la extinción gradual de las actividades más contaminantes.

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