Revisionando 'L'

“La veía de noche a escondidas”: 20 años de 'The L Word', la serie que marcó a una generación de lesbianas y bisexuales

'The L Word'.

Marina López Baena

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El 18 de enero de 2004, un año antes de que en España se aprobara la ley del matrimonio homosexual, se estrenaba en Estados Unidos The L Word. Para quien no conozca la serie, esta suele ser definida como “el Sexo en Nueva York de las lesbianas”. Sigue a un grupo de amigas lesbianas y bisexuales que viven en Los Ángeles durante seis temporadas plagadas de enredos amorosos, drama, humor y mucho, mucho sexo entre mujeres. La serie mostraba la cultura queer de los primeros años 2000, contenía algunos diálogos feministas y recogía algunas de las realidades que atravesaban a este colectivo como los derechos para formar una familia. No pasaron desapercibidos ya para el público del momento el elitismo y la falta de inclusividad y esto, junto con la nostalgia, contribuyó a que, igual que ocurrió con Sexo en Nueva York, se estrenase una continuación en 2019, The L Word: Generation Q.

Veinte años después del estreno de la serie original repasamos con varias lesbianas, bisexuales y bolleras millenials el impacto personal y cultural que supuso.

Descubrir 'The L Word'

El descubrimiento de The L Word es también la historia de las posibilidades que para las disidencias sexuales trajo consigo la irrupción de Internet. Esta serie llegó para muchas a través de YouTube, esta red social había sido apropiada por las bisexuales, lesbianas y bolleras para construirse una especie de collage con retazos de los escasos momentos de representación que se colaban en el mainstream. Así lo explica Mar López, politóloga especializada en género, exbombera y docente: “Las primeras escenas lésbicas que vi eran escenas que yo buscaba en YouTube. Por ejemplo, yo nunca vi Hospital Central, solamente veía una especie de selección de escenas del romance lésbico de la serie que alguien había ordenado”. Como a otras muchas, a partir de estas búsquedas el algoritmo de YouTube le recomendó una selección de escenas de The L Word, descubriéndole así la serie

El descubrimiento de 'The L Word' es también la historia de las posibilidades que para las disidencias sexuales trajo consigo la irrupción de Internet

Andrea Galaxina, editora en Bombas para desayunar, recuerda para este medio cómo se encontró en 2005 con la serie en un chat para lesbianas llamado Orlando: “Dos preguntas eran recurrentes cuando alguien te abría una conversación privada: ”¿Lesbi o bi?“ y ”¿Cuál es tu personaje preferido de The L Word?“. En este chat convivían dos referentes del mundo sáfico: la obra Orlando de Virginia Woolf y The L Word. El primero operando como un código de acceso que evitaba, según Andrea, la presencia ”de pajilleros“ y el segundo como un espacio que se considera común y, por tanto, facilitador para iniciar una conversación. Junto con lo anterior, quizás también funcionara como un 'horóscopo bisexual y lesbiano', buscando intuir rasgos de personalidad, expresión de género y preferencias: si te atrae más lo femenino, femme, o lo masculino, butch. Esto ocurrió solo un año después del estreno de la serie, así se ilustra lo rápido que The L Word se asentó en los códigos de muchas de las queers.

Para Virginia del Río, la serie apareció como una búsqueda consciente de material audiovisual LGBTIQ+ en las páginas de descargas. Esta malagueña afincada en Viena que se dedica al diseño no considera que fuera una práctica exclusiva que llevaban a cabo ella y su prima, ambas lesbianas, sino algo compartido por este colectivo: “Cuando no existía la dark web, existía la dark web de les queers”.

The L Word era también entendida por muchas como una estrategia para acompañar, respetando el espacio y los tiempos de cada cual, 'las salidas del armario', teniendo así la intuición de la herramienta tan poderosa que es la representación para la posibilidad de enunciación. “Yo aún me negaba mis pensamientos hacia las chicas, pero el grupo de amigas lesbianas con las que empecé a juntarme con dieciséis años me vieron potencial bollo y me hablaron de la serie”, cuenta a elDiario.es Paula Sánchez-Lafuente, otra de las bisexuales entrevistadas y batería de bandas de punk.

De la vergüenza a la celebración comunitaria

Para aquellas que descubrieron la serie aún adolescentes, viviendo con sus padres y sin haber 'salido del armario', los primeros visionados de The L Word eran algo que realizaban en la intimidad de sus cuartos y con cierta vergüenza. “Veía la serie por la noche en mi portátil, en mi cuarto en bajito, a escondidas, con la puerta entornada para no levantar sospechas. Así la vi, o sea, en la soledad y el ostracismo más absoluto”, cuenta Bake Gómez, una de las creadoras del pódcast Maldito Bollodrama.

Mar López explica que para ella fue sanador poder verla años después, ya abiertamente lesbiana, con sus compañeros de piso: “Fue muy importante porque fue la primera vez que pude compartirla con alguien sin sentirme mal por ello, con naturalidad”. Tanto Paula Sánchez-Lafuente como Virginia del Río pasaron de los visionados a escondidas a organizar quedadas para ver la serie con otras amigas lesbianas y bisexuales. Esto no es único de estos grupos de amigas, es frecuente en los bares y centros culturales LGTBIQ+ de todo el mundo; The L Word se ha transformado en un repertorio para el encuentro.

Veía la serie por la noche en mi portátil, en mi cuarto en bajito, a escondidas, con la puerta entornada para no levantar sospechas, o sea, en la soledad y el ostracismo más absoluto

Bake Gómez cocreadora del pódcast 'Maldito Bollodrama'

No ser la única, construyendo la identidad bisexual y lesbiana

A Verushka, una de las artífices del espacio FLINTA (mujeres, lesbianas, intersex, no binarias, trans y agénero) Me siento extraña, los visionados de la serie en su Caracas natal le permitieron reconocerse como bisexual. Bake Gómez se decía a sí misma: “Si alguien se ha molestado en producir esta serie es porque no soy la única, es porque le pasa a más chicas”. Su compañera de pódcast en Maldito Bollodrama, Laura Terciado, apunta que además de estos dos impactos que pudo producir el visionado de la serie, para ella también tuvo la capacidad de mostrar a las personas heterosexuales que existe la diversidad sexual, en un contexto de escasa representación, y además mostrando a las lesbianas y bisexuales de una forma menos estereotipada de lo habitual.

La forma en que se presenta a los personajes, disfrutando de espacios y amistades LGTBIQ+, aportaba no solo referentes sino también una cuestión aspiracional e identitaria. En palabras de Carla Berrocal, ilustradora y dibujante de tebeos: “Es un poco enseñarte lo que significa ser lesbiana y cómo ser lesbiana, es algo casi didáctico”, bromea. “No es solo 'soy eso', sino que quiero tener eso: quiero tener ese grupo de amigas, quiero ir a esas fiestas. Es que descubres cómo se liga, cómo se folla, que las lesbianas tienen sus propios bares, sus propias bromas, o sea, fue nuestra educación sentimental”.

Rebe, batería de bandas de punk y aficionada a la literatura de invertidas, comenta que The L Word le hizo darse cuenta de que se podía vivir fuera de la heteronorma más allá de las noches de Chueca, que era algo que también podía ver durante el día, que podía tener amigas que compartiesen su deseo y su forma de vida. Para Pal Gallego, la mitad del pódcast Unas tías (BI)en chulas, este lugar central de la amistad, esta “familia elegida”, es una de las potencialidades políticas de la serie y de la comunidad LGBTIQ+, y recuerda cómo se acompañan de forma colectiva tanto en la enfermedad como en los duelos y en la crianza.

Bake Gómez, cocreadora del pódcast 'Maldito Bollodrama', se decía a sí misma: 'Si alguien se ha molestado en producir esta serie es porque no soy la única, es porque le pasa a más chicas'

A Paula Sánchez-Lafuente The L Word le dio, además, la oportunidad de conectar sus dos mundos identitarios. “Descubrí grupos que fueron superimportantes para mí como The Organ, Sleater-Kinney y Heart. Era una pequeña punki gay y la serie me permitió encontrarme en otro espacio tan importante para mí como era la música y que hasta entonces había sido muy de tíos, muy hetero y muy poco feminista”.

Las entrevistadas no hablan únicamente de posibilidades para 'ligar' o de espacios de ocio; estas adolescentes atravesadas por la serie, ahora ya adultas, anhelaban tanto disfrutar libremente de su identidad sexual y ligar como encontrar su propia 'tribu queer'.

Tensiones en la representación

La ausencia de referentes en la televisión posibilitó el éxito de la serie a pesar de que, ya desde su estreno, las realidades que atravesaban a las protagonistas dificultaban la vinculación con los personajes y tramas, una distancia que en muchos casos se ha ido ampliando con los años y los visionados.

Una de las cuestiones que más rechazo generaba de The L Word era la situación económica de sus protagonistas. Virginia del Río afirma que al no venir de un contexto socioeconómico elevado la serie modeló poco su identidad o expectativas como lesbiana y afirma que “en ese momento, 'mi The L Word aspiracional' eran las vidas precarias y comprometidas políticamente de las personas con las que me relacionaba”. Además, como recuerda Carla Berrocal, la serie era descrita como “una serie de barbies”. Para Pal Gallego, esta fue una cuestión que dificultó la identificación, echaba en falta “no solo personajes con cuerpos no normativos sino personajes gordos que tuvieran un arco narrativo adecuado”.

Como activista bisexual, Gallego fue siendo consciente cada vez más de la bifobia de la serie y recuerda en conversación con este medio cómo el personaje de Tina es castigado en ella no tanto por haber sido infiel como por haber sido infiel con un hombre. Se reproducía así el estereotipo de que las bisexuales 'no son de fiar' y 'están de paso' en sus relaciones con mujeres. Coincide además con otras entrevistadas al señalar que otro personaje bisexual de la serie, Jenny, es el que tiene un final más dramático, con el desarrollo más conflictivo y problemático.

Estas adolescentes atravesadas por la serie, ahora ya adultas, anhelaban tanto disfrutar libremente de su identidad sexual y ligar como encontrar su propia 'tribu queer'

La mayoría de los personajes, códigos, bromas y espacios son lesbianos y son las bisexuales las que se 'integran' en una cultura que se siente principalmente como lésbica. Así, más que recrear las alianzas entre lesbianas y bisexuales, la serie parece haber participado del “borrado sistémico de la bisexualidad”, como diría Elisa Coll en Resistencia Bisexual: mapas para una disidencia habitable (Melusina, 2021).

La mayor visibilidad de los posicionamientos transinclusivos ha llenado Internet de críticas a la transfobia de la serie, principalmente en la representación de Max, un personaje transmasculino. No es tanto que recibiera comentarios tránsfobos, que podrían representar la transfobia de la sociedad y del propio colectivo, sino que la trama narrativa es tránsfoba convirtiéndole en una persona violenta, explosiva y celosa cuando inicia su transición.

El reboot en 2019 y la inclusión de un personaje secundario en silla de ruedas ha motivado también la discusión sobre la falta de representación de personas discas LGBTIQ+ en la serie original. Como ya mostraba Teoría Crip de Robert McRuer (Kaótica Libros, 2021), el sistema de la heterosexualidad obligatoria y el sistema de la capacidad corporal obligatoria están íntimamente ligados. El cuerpo queer se construye como un cuerpo normativo, así las personas discas, como ocurría en The L Word, suelen quedar lejos de la representación de personajes LGBTIQ+.

El paso del tiempo y los visionados han ido 'recolocando' la serie en un lugar cada vez más alejado de lo identitario y más circunscrito a un momento biográfico y temporal determinado

El paso del tiempo y los visionados han ido 'recolocando' la serie en un lugar cada vez más alejado de lo identitario y más circunscrito a un momento biográfico y temporal determinado. Para Lara Alcázar, fundadora de Femen España, que la serie genere cada vez más distancia al revisionarla se lee como un avance de los feminismos y los activismos LGBTIQ+. A muchas, como Andrea Galaxina, The L Word siempre les produjo animadversión porque representaba aquel prototipo de lesbianas que no querían ser y que la serie contribuía a crear.

“[Los personajes] tenían un trasfondo demasiado trágico”, dice Galaxina. Como coinciden señalando otras entrevistadas, la drogadicción, las autolesiones y la salud mental en general se presentaban de forma morbosa y estigmatizante y, al mismo tiempo, los vínculos sexoafectivos estaban cargados de toxicidad. “¿Qué tengo que ver yo con unas señoras ricas de Estados Unidos?”, se preguntaba además Andrea.

Tatiana Romero, activista y escritora migra transfeminista, bromea con el odio que ha despertado en otras lesbianas cada vez que critica la serie. Tatiana no solo no se sentía representada, sino que considera que ha tenido un impacto negativo; para ella las vidas de las protagonistas de The L Word, además de no representar su experiencia “migra y precaria”, negaban las realidades y conflictos de clase, ocultando la realidad de la mayoría de las bisexuales y lesbianas, que son un colectivo especialmente precarizado. Era además una serie sin diversidad cultural ni racial, como afirma también Verushka. Para Tatiana esto no tiene relación con el número de personajes latinos o negros sino que se explica porque es una serie realizada desde la blanquitud y desde la mirada de la blanquitud a las relaciones bilésbicas.

Como Romero, muchas entrevistadas echan en falta la representación butch. El personaje de Shane, el más andrógino o butch, les resulta problemático e incluso dañino para las masculinidades bisexuales, lesbianas y bolleras: “Yo soy butch y no me representa nada, era una fucker que se comportaba más o menos como un tío, lo que me parece horrible. Hay una pérdida absoluta de la ternura butch”.

Suele considerarse que la mayoría de los personajes principales participan del espectro femme, sin embargo, Virginia del Río intuye cierta femmefobia en el personaje de Jenny, que es el personaje más maltratado de la serie. Por otra parte, Carmen puede ser leída como un personaje heterodesignado, en los términos de Sarah Ahmed en Fenomenología Queer (Bellaterra); construido desde y para la mirada heterosexual en un estereotipo de femme latina.

Yo me tuve que sentir identificada con lo que enseñaban, y me costaba. Pero en aquella época, cuando salió, te cogías a lo que hubiera y buscabas tu sitio ahí. Es una serie de la que se habla, pero que ya no representa

Rebe batería de punk

Entonces, ¿por qué tantas bisexuales, lesbianas y bolleras abrazaron la serie desde su estreno? Rebe considera que se debe a la falta de representación: “Yo me tuve que sentir identificada con lo que enseñaban, y me costaba. Pero en aquella época, cuando salió, te cogías a lo que hubiera y buscabas tu sitio ahí. Es una serie de la que se habla, pero que ya no representa”.

Si la nueva versión ha conseguido salvar esta cuestión queda para otro artículo, pero lo que sí puede decirse es que, sin dejar de nombrar sus limitaciones y problemáticas, sigue siendo una conversación que nos permite celebrar los deseos, los espacios de representación y las comunidades de bisexuales, lesbianas y bolleras. Especialmente las de aquellas que vieron cómo en los primeros pasos del Internet doméstico y con una escasa representación de la diversidad sexual, una serie de lesbianas y bisexuales estadounidense llegó a sus hogares, a sus portátiles y directamente a sus identidades sexuales e imaginarios de deseos, amistades y celebraciones queers.

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