“En nombre de la familia se perdona todo”: por qué cada vez más personas pasan estas fechas con su “familia elegida”

Fotograma de 'Fleabag' (BBC Series).

Marina López Baena

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Durante estos días las redes sociales se han llenado de encuentros familiares, mesas desbordadas de comida, espumillón y caras sonrientes. Estas imágenes han convivido en muchos casos con los memes y posts que anunciaban que la Navidad y los encuentros familiares que las acompañan pueden ser un espacio de malestar para muchas personas.

Este segundo tipo de publicaciones se dirigían a sobrevivir las embestidas del 'cuñado' y sus opiniones y 'datos' sobre las denuncias falsas, la violencia sexual, la inmigración o la ley trans. También se recordaba que las comidas y cenas suponen un exceso de trabajo para las mujeres de las redes familiares. Activistas y profesionales pedían no ocultar lo dañinas que pueden resultar estas fiestas para la salud mental, especialmente en casos de TCA, ansiedad y depresión. Muchos mensajes buscaban confortar a aquellas personas que pudieran tener que sentarse al lado de su agresor sin protección ni espacio para la restauración. Las páginas antiespecistas compartían recetas navideñas y reconocían lo violentos que podrían resultar para las personas veganas la mayoría de los menús festivos. La comunidad LGBTIQ+ se abrazaba virtualmente por quienes tenían que ocultar su identidad o su pluma como estrategia de supervivencia a estos encuentros y para quienes encontrarían silencio o violencias al mostrarse públicamente. 

Así, de forma directa o indirecta, se revelaba una realidad intencionadamente escondida: que la familia es también un espacio de tensiones y violencias, especialmente en Navidad. 

Conversamos con Miguel, Sandra, Luis, Pat, Valentina, Lucía y Marta, quienes comparten –en todos los casos, bajo pseudónimo–sus vivencias, que desmitifican la familia y la Navidad como espacios de alegría y reencuentros.

Todo lo que se tolera en nombre de la familia

Desde hace unos años, a Lucía la han obligado a sentarse a la mesa con un familiar que busca constantemente la confrontación tanto con ella como con su pareja, mientras que para Marta las Navidades hace tiempo que conllevan una exposición a la crítica constante y a los gritos de su padre. Ambas, en conversación con este medio, expresan un sentimiento común: que estas agresiones de las que han sido objeto eran a su vez más toleradas en el grupo familiar que su señalamiento de lo inadecuado de estas conductas. En el caso de Sandra, para quien acudir a las reuniones familiares navideñas ha supuesto tener que brindar con el maltratador de su madre –se continuaba invitando a su padre independientemente de sus actos y de cómo le pudiera afectar a su hija compartir con él un espacio familiar festivo–, interpreta que este tipo de situaciones se producen porque “en el nombre de la familia se perdona todo”.

De forma directa o indirecta, durante estos días se revela una realidad intencionadamente escondida: que la familia es también un espacio de tensiones y violencias, especialmente en Navidad

El subtexto de las reclamaciones y desconcierto de estas personas no solo pone en cuestión a la familia como un lugar neutro y pacífico, sino también otro de los pilares de estas festividades: la obligatoriedad de su celebración. Así pues, dentro de las redes familiares es más probable que se acepte que existan conflictos a que estos conflictos legitimen que no se puede celebrar la Navidad en familia. 

Mucho antes de emigrar a España desde Argentina, Valentina ya venía reflexionando sobre lo que implica para ella pasar las Navidades con su familia. En su caso, las tensiones familiares y cómo estas cristalizan en las reuniones navideñas han sido tradicionalmente una fuente de incomodidad, pero lo que más conflicto de todo esto le ha generado a lo largo de los años es la obligación de asistencia; la no consideración de la logística y el gasto económico que le pudiera ocasionar, y el castigo emocional del que era objeto si optaba por no asistir. En sus conversaciones, cuenta, su madre le sigue recordando “lo mala hija” que es por todas aquellas cenas o comidas de Navidad a las que no ha acudido por irse de viaje con una amiga o pasar las fiestas con la familia de su pareja. 

En el caso de Valentina conviven dos cuestiones. Por un lado, el castigo de género, ya que las mujeres tienen menos libertad para desprenderse de las obligaciones familiares por su responsabilidad en el trabajo de cuidados y su asociación con lo privado y lo familiar. Por otro lado, se está reconociendo así que faltar a la Navidad no es faltar a cualquier evento familiar. La celebración de la Navidad tiene una simbología reforzada por series, películas y anuncios que la convierten en la gran oportunidad ritualizada anual con la que fortalecer la hegemonía de la familia. 

En las primeras páginas de su ensayo Abolir la familia. Un manifiesto por los cuidados y la liberación (Traficantes de sueños, 2023), la pensadora Sophie Lewis comparte lo visceral de la defensa de la familia incluso para aquellas personas que relatan crianzas traumáticas. Porque hablar en contra de la familia o simplemente sembrar dudas sobre la familia cubre a las personas con una sospecha de egoísmo, de falta de empatía o de dificultades para sentir y expresar emociones. En definitiva, las cubre con la sospecha de falta de humanidad. Este tabú, señala la autora, emana de lo enormemente funcional que resulta la familia para el sistema cishetero patriarcal, capitalista, colonial...

Dentro de las redes familiares es más probable que se acepte que existan conflictos a que estos conflictos legitimen que no se puede celebrar la Navidad en familia

La familia tiene tal poder que es capaz de transformar en socialmente tolerable aquello que entra dentro del marco familiar, prueba de ello es que las personas LGTBIQ+ encontraron un halo de aceptabilidad en tanto en cuanto replicaban la norma de la familia monógama, nuclear y con fines “reproductivos”, como recordaba Christo Casas en su obra Maricas Malas. Construir un futuro colectivo desde la disidencia (Paidós, 2023). Pero esta “respetabilidad” implicaba una domesticación de estas identidades y de sus reclamaciones, así como de sus formas de organización sexoafectivas

Una muestra de cómo la Navidad contribuye a “domesticar” en el marco de la familia es la mencionada por Elisabeth Sheff en su libro Apuntes sobre poliamor. Una guía para entender a las personas poliamorosas (Continta Me Tienes, 2019). La invitación a la cena de Navidad es un repertorio compartido de “formalización” de una relación de pareja, pero ¿qué haces cuando eres una persona poliamorosa? ¿Invitas a todas tus parejas a la cena? A partir de esta broma la autora muestra cómo se reproduce la norma monógama de la familia a través de esta celebración.

La familia como refuerzo de la norma social

Con esto, y sin negar que exista arropo para las personas LGBTIQ+ en sus familias 'biológicas' o 'tradicionales' –ahí está el ejemplo de asociaciones como Chrysallis, que defienden los derechos de la infancia y juventud trans–, las situaciones de disciplinamiento y castigo por la salida de la cisheteronorma son práctica habitual en las familias. Además, en tanto en cuanto la Navidad es una celebración de la familia y una en la cual se amplía el 'escaparate' de las personas que se asoman a las realidades intrafamiliares, esta deriva en un caldo de cultivo del control de las disidencias sexuales y de género.

La celebración de la Navidad tiene una simbología reforzada por series, películas y anuncios que la convierte en la gran oportunidad ritualizada anual con la que fortalecer la hegemonía de la familia

Para otro de los entrevistados, Luis, las reacciones a su identidad sexual provocaban que durante las celebraciones navideñas se “autocensurara” en su pluma y conversaciones en torno a sus vínculos sexoafectivos. “Como chico bisexual, en ocasiones he estado con chicos y en ocasiones con chicas, y al final siempre omitía mucha información de quién soy”, cuenta. Para Pat, las Navidades suponían que su familia extendida se sumara a las agresiones de su padre y su madre por ser una persona disidente, lo que provocaba que sintiera estas fechas “como un espacio cargado de violencia y tensión por los comentarios que podría recibir”. El castigo social público era además acompañado de peticiones explícitas para que no expresara su disidencia de género y “controlara” a través de la ropa su expresión de género para evitar ofender o molestar a sus familiares.

La norma cisheterosexual no es la única que se impone en las celebraciones familiares. El consumo de carne, pescado y lácteos, así como el consumismo exacerbado, son pilares de la mayoría de estas fiestas. La familia se describe como un espacio de refugio y confort, pero esto no implica que vaya a modificar su repertorio celebratorio para generar un entorno más afín o al menos más amigable para las personas de la red familiar. De nuevo la familia como un normalizador del sistema social imperante.

Para Miguel las Navidades suponían la activación del trauma de su infancia de maltrato, así como la exposición a imágenes violentas, algunas de ellas muy gráficas, por su posicionamiento antiespecista.

Todas estas situaciones no son anecdóticas, los testimonios de desencuentros y peleas en las familias rodean nuestras conversaciones y vivencias pero, sin embargo, no son tan frecuentes las personas que abiertamente expresan que pasan estas fechas lejos de su familia 'biológica' o 'tradicional'. ¿Quién se atrevería a enfrentarse a la soledad y el sentimiento de fracaso que supone desafiar al espíritu de la Navidad en familia? ¿Quién querría correr el riesgo de caer bajo la sospecha del individualismo o el egoísmo más extremo? ¿Quién osaría, en definitiva, desmontar el mito de la familia en su gran celebración?

Escapar de la Navidad

Desde diferentes subjetividades y vivencias, por diversas razones y con una variedad de estrategias, todas las personas presentadas en este texto se han atrevido a romper este tabú y llevan años dibujando en compañía o sin ella unas Navidades al margen de la imposición social. 

Marta no tiene un especial interés por resignificar esta festividad, en su caso ha optado en numerosas ocasiones por “huir” de esta celebración. Para ello se ha ido de viaje o se ha quedado en casa, pero en todas y cada una de estas situaciones ha constatado un hecho: es difícil aislarse de la Navidad. Pasear por el centro de cualquier ciudad, encender la televisión, navegar por Internet o consumir contenido en redes sociales es un bombardeo de espíritu navideño –espíritu navideño en los términos que se han descrito: familia, normatividad y consumo–. Para conseguir el objetivo de “olvidar que era Navidad”, Lucía este año se ha escapado al campo el día 25 junto a su pareja, a visitar pueblos prácticamente deshabitados. 

Buscar una fórmula de silenciar la Navidad es una estrategia, más o menos accesible en términos de tiempo y recursos económicos, pero no todas las personas optan por renunciar a ella cuando se alejan de sus familias en estas fechas. Son las más numerosas aquellas personas que quieren simplemente celebrarla en un espacio libre de violencia y encuentran cobijo en otras familias, en las familias de sus parejas o amistades –como ha hecho durante varios años Luis– o en las familias que están creando personas de su entorno familiar con las que mantienen un vínculo sano, principalmente hermanos y hermanas –como en el caso de Miguel–. La elección desactiva así uno de los preceptos de la familia tradicional: la imposición del encuentro con personas o ambientes no deseados.

Pero junto a las decisiones conscientes y celebradas también existe una limitación de opciones derivada, de nuevo, del monopolio de la familia en la celebración de la Navidad. Estas personas que han desertado de sus redes familiares pueden encontrar con más facilidad invitaciones dentro de las redes familiares de sus amistades y parejas, pero no tan fácilmente sus parejas y amistades abandonarán sus propias redes de parentesco para celebrar al margen de su familia. 

Para las personas migradas, celebrar la Navidad al margen de la familia es en muchos casos una situación de normalidad, ya que el propio proceso migratorio ha separado o dispersado estas redes. Así, es frecuente que construyan, principalmente junto a otras personas migradas, otras que 'replican' las redes familiares tradicionales en tanto a espacios de cuidados y cobijo, pero también de encuentro y celebración. 

En el caso de Valentina, los planes varían cada año: se han ido de viaje a Italia, han alquilado una casa rural o se han juntado en alguna casa. Pero en todos los casos interpreta que, bajo estas otras fórmulas, por un lado el reparto del trabajo en cuanto a roles de género es más equitativo y por otro se ajusta a la economía y los ritmos de cada una de las personas que conforman esta red. Para ella, esta forma de celebración de la Navidad comparada con su experiencia en su Argentina natal, le ha permitido disfrutar de estos días al liberarse del gran volumen de mandatos, imposiciones y castigos que acompañan, según ella, la celebración con la familia “de sangre”.

Son muchas las personas que quieren celebrar la Navidad en un espacio libre de violencia y encuentran cobijo en otras familias, de sus parejas o amistades o en las que están creando personas de su entorno familiar con las que mantienen un vínculo sano

Luis encuentra en sus Navidades al margen de la familia tradicional, al contrario de lo que se pueda pensar, una forma de sentirse más querido: “Yo no tengo que esconder absolutamente nada sobre quién soy y me siento también más querido, porque me quieren por quién soy y no solo por dónde he nacido”. Además, como en el caso de Miguel y Pat, esta decisión también posibilita celebrar de forma coherente a sus posicionamientos antiespecistas. Cristian Alonso, tras la cuenta de alimentación vegana @lapastanoengorda, cuenta así a elDiario.es su decisión de no pasar la Navidad con su familia: “Es una liberación no pasar la Navidad rodeado de familiares que me ofrecen jamón sabiendo que soy vegano, haciendo bromas sobre el lechal y burlándose de cualquier disidencia”.

Para Sandra, elegir con quién celebra el 24 y el 25 le ha supuesto “coherencia y tranquilidad”. Coherencia por no sentir que valida o minimiza el comportamiento de su padre y tranquilidad por compartir mesa con personas que comparten sus ideales. Además, le ha permitido celebrar su forma de vida y a las personas que la conforman, que la cuidan en su día a día, pero con las que no comparte parentesco; su red de amistades. 

Disputar la Navidad a la familia tradicional es así también una forma de festejar y dar valor a las relaciones de amistad. La centralidad de la familia y la pareja (en tanto en cuanto esta participa del marco de la familia) deja sin rituales y espacios de celebración otros vínculos afectivos como la amistad. La amistad que no tiene bodas, bautizos ni otros protocolos de celebración encuentra en estas fechas una posibilidad de ritual de autoafirmación y celebración. 

Para Luis y Pat esta idea de celebrar la Navidad es tanto una forma de celebrar la amistad como de anticipar un modelo de sociedad donde la familia tradicional, nuclear y cishetero centrada no sea la hegemónica. Una “familia elegida” donde haya lugar para la disidencia, la horizontalidad, los cuidados y los acuerdos. 

En definitiva, la cuestión radica en desmitificar la familia y su ritual navideño, construir al margen de mandatos e imposiciones espacios de celebración y encuentro, compartir desde el reconocimiento de la diversidad y la necesidad de escucha y empatía. Al final consiste, recuperando a Sophie Lewis, no en destruir o limitar sino al contrario, en ampliar los espacios para cuidar, compartir y querer; en crear más relaciones que sean cobijo, apoyo y reconocimiento mutuo; en contar con más rituales donde celebrar la pertenencia y la interdependencia porque ¡qué trágico limitar todo ello a los contextos de parentesco! Nos perdemos un sinfín de posibilidades, también de posibilidades de otras Navidades.

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