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Entrevista
Proyecto UNA

Confrontar el Internet de las Big Tech: “Los monetizadores de odio están ahí más por el negocio que por el odio”

Proyecto UNA publica un ensayo sobre "la viralidad del mal".

Marina López Baena

Barcelona —
17 de noviembre de 2024 21:49 h

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Las redes sociales e Internet han ido dejando cada vez más de ser un espacio de encuentro y de descubrimiento de discursos disidentes y han pasado a sentirse como un gran centro comercial en el que nos ofrecen sus productos tanto grandes marcas como influencers. Un lugar donde campan a sus anchas los discursos de odio y se va haciendo más difícil imaginar ese Internet diverso y colectivo con el que soñábamos hace décadas. Proyecto UNA fueron de las primeras en darse cuenta de ello y en 2018 surgieron como colectivo para analizar las nuevas manifestaciones del fascismo en Internet. Estas investigaciones las volcaron en su primer libro, Leia, Rihanna & Trump. De cómo el feminismo ha transformado la cultura pop y de cómo el machismo reacciona con terror (Descontrol, 2018), cuando mucha gente aún no le prestaba atención a la comunicación online, a las cibercomunidades misóginas o al papel que en todo ello tenían las Big Tech (las gigantes tecnológicas) como Facebook o Twitter.

Hoy en día, escándalos como Cambridge Analítica o el asalto al Capitolio han introducido palabras como “fachoesfera” y “monetizador de odio” en nuestro vocabulario, y ya a nadie se le escapa que Elon Musk, dueño de Twitter desde 2022 a la que ha renombrado como X, no tiene en su agenda únicamente ocupar Marte. Es por esto por lo que en su nuevo libro, La viralidad del mal. Quién ha roto internet, a quién beneficia y cómo vamos a arreglarlo (Descontrol, 2024), no se han preocupado, en sus propias palabras, de hablar de “los machistas de Internet” o “del problema de nuestro enganche a las pantallas”, sino de darnos razones y herramientas para ponernos manos a la obra a diseñar nuevas formas de habitar las Big Tech mientras vamos construyendo alternativas colectivas al margen de estos monopolios y sus escaparates de consumo y odio.

Nos vemos en un centro comunitario del barrio de Sants en Barcelona, respetando su anonimato, un día después de que se conocieran los resultados de las elecciones en Estados Unidos y tras una semana de la DANA.

¿Qué es la viralidad del mal? 

Si la tecnología y el estado de Internet se presentan como algo inevitable, inefable casi, la gente que habita estos espacios o la gente que tiene poder sobre ellos se desresponsabiliza. Por ejemplo, con los papeles de Francesca se confirmó algo que ya sabíamos: que Facebook ha apoyado y ha causado que se extendiese el odio en muchísimas comunidades, que se extendiese la dismorfia corporal entre chavalas jóvenes y todo esto lo han hecho con una visión y un diseño comercial para ganar más dinero. Es una apuesta de un sistema, de unas empresas y de unas personas, que han decidido hacer negocio sin pensar en las consecuencias y basándose en un modelo especulativo que se sostiene que los datos tienen un inmenso valor, algo cada vez más puesto en duda. 

Además las empresas Big Tech que poseen las principales plataformas no se preocupan por las consecuencias de este diseño ya sea por acción, porque activamente son de derecha o de ultraderecha como Elon Musk, o por inacción. Por inacción porque quienes las diseñan son una minoría que es gente rica, universitaria, generalmente blanca, en su inmensa mayoría hombres, que no piensan en los efectos de este diseño porque ellos no sufren las situaciones que pueda llegar a vivir una persona migrante o una mujer que habla de feminismo en los videojuegos en sus plataformas.

¿Qué relación tienen las Big Tech con las comunidades online de la fachosfera y la extrema derecha?

Está la relación directa que acabamos de comentar, ya sea por acción para difundir sus valores o por omisión, y la conexión indirecta que es el modelo de negocio, que premia a quien favorece su objetivo que es extraer datos e insertar publicidad. Entonces se favorecerá más, por un lado, a quién pueda crear más contenido, y los youtubers de ultraderechas son gente que producen a una velocidad enorme porque hacen contenido de calidad muy baja, muy poco documentado, con muy poco fondo. Además, crean un contenido, como vídeo-reacciones, que generan respuestas muy viscerales entre su fandom y el fandom contrario, que moviliza muchos clics, que moviliza mucho tráfico y que al final crea engagement, compromiso de su audiencia, y todo esto son datos y los datos son la divisa por la que funciona Internet.

Por eso cuando nosotras hablamos de los monetizadores de odio siempre ponemos sobre la mesa que están aquí más por la monetización que por el odio. O sea, gran parte de estas personas están haciendo esto es porque les compensa económicamente, hay un montón de fachotubers que antes hacían otras cosas, pero creemos que si dejara de ser un buen negocio no necesariamente se quedarían haciendo esto. Esto pasa, nuevamente, porque las plataformas están diseñadas así, si estuvieran diseñadas de otro modo no sería así.

Hay un montón de 'fachotubers' que antes hacían otras cosas, pero creemos que si dejara de ser un buen negocio no necesariamente se quedarían haciendo esto

¿Cómo analizáis en vuestra obra la figura del influencer y creador de contenido? Es un tema sobre el que se ha escrito mucho, pero para el que aportáis un enfoque novedoso. 

Son un ejemplo de esta fase de 'uberización' del capitalismo, de separar por completo a todas las personas trabajadoras y responsabilizarlas de todos los gastos a través de la externalización. Hay que exigir que streamers y demás creadoras de contenido tengan derechos laborales y se reconozca la relación trabajadora-empresa, pero también hay que ver más allá. Nosotras en el libro defendemos una desmonetización radical porque al final este Internet comercial, y la precariedad de nuestro tiempo, ha llevado a que casi cualquier actividad humana se convierta en una forma de intentar ganarse la vida. El capitalismo ahora está explotando los sentimientos humanos, extrayendo plusvalor de nuestros hobbies y de nuestras relaciones sociales en forma de contenido o de datos.

También es superinteresante que tanto influencers como youtubers o twitcheros creen que se van a hacer ricos o simplemente que van a poder vivir de esto, pero la realidad es que el 95% de la gente que está en Twitch retransmitiendo tiene 0 viewers. Pero cuando estas personas triunfan, es tan cuantificable, tan cercano, que refuerzan las historias de meritocracia y de sueño americano que llevan con nosotras toda la vida.

En vuestro libro incluís dos conceptos, "dogwhistle" y “embudo de radicalización”, para explicar cómo viajan las palabras y las ideas en Internet. ¿Cómo nos permiten comprender nuestro papel a la hora de contribuir a la radicalización o bunkerización de personas y debates?

El “embudo de radicalización”, concepto que hemos reconvertido del marketing, describe el viaje por el que vas aceptando los mensajes que te van llegando hasta que tomas partido por ellos y se convierten en parte intrínseca de tu identidad. No todas las personas terminan radicalizándose, pero sí pueden hacer, incluso inconscientemente, de correa de transmisión de algunas ideas que son más extremistas, por ejemplo, normalizando los dog whistling. Estos son mensajes que se han modificado y cargado de nuevos significados en los lugares más profundos del embudo de radicalización, como foros o redes nicho más bunkerizadas, tienen cierta ambigüedad por lo que permiten desligarse de su significado más radical si fuera necesario y permiten crear sensación de comunidad entre quienes pueden descodificarlas. Cuando hacemos uso de estas palabras, como MENA, contribuimos a arrastrar tanto a personas como al debate hacia posiciones ideológicas cada vez más extremas. 

Nosotras insistimos mucho en que debemos tener cuidado con las palabras; cuando hablamos de los límites del humor, que estuvimos enfangadísimas en esta conversación durante años, lo políticamente incorrecto, la libertad de expresión… Estamos hablando desde unos marcos que no son nuestros y, por lo tanto, son esos mismos sectores más reaccionarios los que nos están marcando la agenda.

Este Internet comercial, y la precariedad de nuestro tiempo, ha llevado a que casi cualquier actividad humana se convierta en una forma de intentar ganarse la vida

Tras los resultados de las elecciones en Estados Unidos, ¿compartís algún análisis en relación con el papel de Internet?

Esto es un poco tirar piedras contra lo que dijimos en nuestro primer libro, pero una cosa que hemos visto es que a veces se les da un poder tremendo a los memes, “los memes que auparon a Trump a la Casa Blanca” hemos leído estos días. Los demócratas también han tenido un montón de famosos haciéndoles memes, haciéndoles campañas, han aprendido a hacer shitposting, han aprendido un montón de cosas y no les ha funcionado. Es decir, no es que no hayan sido determinantes, pero un político no llega a presidente porque haya un meme que se haya vuelto viral. Esto ayuda, pero al final nuevamente es un reflejo de tendencias sociales y es una forma de explicarnos la realidad.

Siguiendo con la actualidad, ¿cómo analizáis la participación y la viralización de monetizadores de odio e influencers en la DANA

Aún es pronto, pero creemos que aquí hay dos cuestiones. Por un lado, la hiperfijación con los monetizadores de odio que contribuye a su viralidad. Y, por otro lado, lo que hemos venido comentado, cómo se crea contenido y la creación de contenido barata de monetizadores de odio e influencers: pasa una cosa, reacciono a ella. ¿Qué ha pasado ahora? Una tragedia, pues reacciono a la tragedia porque hay una hiperfijación mediática y tengo que aprovecharlo. Gran parte de la gente que está ahí está haciendo promo y la ultraderecha no es que sea muy buena haciendo promo, es que es a lo que se dedica normalmente, porque no tiene que hacer otra cosa, porque su agenda no es proponer alternativas sino mantener el orden establecido. Es lo que hacen, enmierdar la situación para que parezca que tienen más poder y que dominan las redes. 

Sobre la hiperfijación hemos hablado mucho estos días porque si les prestamos tanta atención, y nosotras lo hacemos, y estamos todo el rato comentando todo lo que hacen, vamos a remolque y perdemos la oportunidad de pensar y plantear alternativas desde posiciones progresistas y de izquierda.

Cuando hablamos de los límites del humor, lo políticamente incorrecto, la libertad de expresión… Estamos hablando desde unos marcos que no son nuestros y por lo tanto son esos mismos sectores más reaccionarios los que nos están marcando la agenda

En vuestro libro mostráis las limitaciones de propuestas individuales como los “détox de plataformas o móviles”; ¿cómo recuperamos Internet?

Si quieres cambiar patrones de consumo, y más contra grandes monopolios, tiene que ser un esfuerzo colectivo e institucional. Está muy bien que tú digas “dejo el móvil”, “salgo de Twitter” pero nuestras acciones tendrán poco impacto si no somos muchas y no están planeadas. El problema es que cuesta pensar los espacios digitales desde lo colectivo, especialmente tras la llegada de los smartphones

A los movimientos sociales los animamos a que piensen si les interesa estar en redes comerciales, porque tenemos la sensación de que no se tratan estas cuestiones y los colectivos acaban teniendo Twitter o Instagram por inercia. Pero sobre todo invitamos a empezar a tomar conciencia, también a nivel individual, de que no es algo ajeno que viene prefabricado sino que podemos y debemos empezar a construir alternativas y a exigir que las instituciones tomen medias contra las grandes plataformas monopolísticas de las Big Tech. A corto plazo sería muy bonito, porque ya está llegando la hora, que digamos, venga, hacemos todos los backups que necesitemos, en una semana nos vamos de Twitter y nos vamos juntes.

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