Contra la Navidad idealizada: por qué la soledad golpea dos veces en estas fechas

Jeremy Allen White en 'The Bear' (FX).

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Ya ha llegado la Navidad a la consulta. La ansiedad social y el miedo a la soledad se han disparado en las últimas semanas y sin darnos cuenta esta época del año se ha convertido en un tema recurrente en terapia. Existe una norma no escrita de que todo lo que no sea compartir estas fechas en familia es sinónimo de fracaso, de que algo hemos hecho mal en nuestra vida, y es ahí cuando aparece una sensación de vacío a modo de común denominador para todos los que no cumplen con esa expectativa social. La obligación de perpetuar los ritos socioculturales y el miedo al conflicto intrafamiliar ponen en riesgo la salud mental de la población convirtiendo estas fechas en una época más hostil de lo que nos parece.

Estas son algunas de las frases que he escuchado últimamente en terapia y que sirven de baremo sobre cómo nos afecta esta época del año a una parte de la población: “Tengo miedo de estar solo”, “en mi familia hay gente con la que voy a discutir y me da miedo, preferiría no verles”, “no tengo vacaciones ni tiempo libre para pasarlo con mi familia”, “estoy feliz por no estar con mi familia, pero estoy sola”, “no quiero pasar las fiestas con mi familia, pero no tengo opción”, “todos los días de Navidad son una agonía de soledad”, “todo el mundo se ha portado mal conmigo, prefiero pasar las fiestas solo”.

Existe una norma no escrita de que todo lo que no sea compartir estas fechas en familia es sinónimo de fracaso, de que algo hemos hecho mal, y es ahí cuando aparece una sensación de vacío para los que no cumplen con la expectativa social

Los profesionales que nos dedicamos al cuidado de la salud mental de la población no dejamos de alertar sobre los peligros de la idealización de la Navidad y de cómo la creencia de que se trata de una festividad destinada a compartir sí o sí en familia puede detonar en nuestro interior sentimientos de soledad y frustración e importantes episodios de ansiedad y estrés.

Según datos de un reciente estudio de la Asociación de Psicología Americana, casi nueve de cada diez adultos sienten preocupación y estrés en esta época del año por no tener suficiente dinero, extrañar a sus seres queridos y anticipar conflictos familiares. Según estos datos, podemos concluir que el estrés es un mal común en esta época del año. De la muestra de este estudio, un 43% dijo que el estrés interfiere en su capacidad de disfrutar las fechas. No solo eso, sino que un 36% siente las vacaciones como una competencia, donde las expectativas sobre lo que se espera de nuestro bolsillo y lo que realmente podemos abarcar también son fuente de malestar. Otro mal común producto del capitalismo navideño más voraz.

El poder adquisitivo se muestra así en estas fechas –¿cuándo no?– como un elemento diferenciador en lo que a la salud mental comunitaria se refiere. Los hogares con mayor poder adquisitivo muestran un nivel de estrés inferior al de los más vulnerables, especialmente presionados en esta época del año. Siguiendo con el mismo estudio, un 58% de los encuestados dijeron que gastar mucho dinero o no tener el suficiente para gastar les causa estrés, un 40% manifestó estrés a la hora de tomar decisiones al respecto de elegir los regalos adecuados, el 38% refirió ansiedad por la pérdida de familiares o seres queridos y finalmente un 21% de los encuestados aseguraron utilizar mecanismos negativos para afrontar la situación, como aislarse.

La Navidad es una época plagada de miedos. La tristeza ante la ausencia, las expectativas o la incertidumbre con respecto al futuro y la soledad también son protagonistas en estas fechas.

Existe una creencia popular que vincula la Navidad con un aumento del índice de suicidios, sin embargo, según algunas investigaciones, parece haber una disminución durante las vacaciones de la utilización de los servicios de emergencia psiquiátrica y las admisiones, las conductas de autolesión y los intentos o consumaciones de suicidio. Es con el fin del periodo festivo donde se muestra un repunte psicopatológico, dando inicio a un efecto rebote que sí tiene efectos psicológicamente preocupantes en la población. Tenemos información suficiente para evidenciar que estas fiestas producen un aumento del número de intoxicaciones y muertes por consumo de alcohol y que pueden empeorar el estado de ánimo en las personas, generando trastornos de este. Sin embargo, la Navidad parece que produce un falso efecto protector general frente a distintas formas de psicopatología, teniendo en cuenta el efecto rebote posterior.

Según un estudio sobre comportamiento social y personalidad donde se evaluó la percepción de la Navidad entre el 1 de diciembre y el 13 de enero a pacientes de urgencias psiquiátricas, para un 40% de los encuestados la soledad fue el estresor más común durante la temporada navideña, mientras que un 38,2% de los encuestados refirió el estar sin familia como el peor de los casos. Al preguntar sobre cómo se sentían con respecto a estas fechas, la mayoría de los pacientes refería sentimientos negativos.

Colectivamente tendemos a asociar las festividades sociales con eventos no estresores. Sin embargo, desde mediados del siglo pasado, los psicólogos Holmes y Rahe incluyeron eventos considerados a primera vista neutros o incluso positivos como ítems de una de las primeras escalas de valoración de niveles de estrés. Estos autores sembraron las bases de futuros estudios, incluyendo ítems como las vacaciones, las navidades, un logro personal notable o el matrimonio como eventos estresores a tener en cuenta. El objetivo de este estudio era determinar la asociación entre un evento estresante y una enfermedad.

Lo que se espera de nuestro bolsillo y lo que realmente podemos abarcar también es fuente de malestar, otro mal común producto del capitalismo navideño más voraz

La Navidad se nos presenta como una huida hacia adelante. Dejamos atrás el sufrimiento y la desesperanza de nuestras frustraciones anuales para dar entrada a un nuevo año y con él a nuevas ilusiones y esperanzas. Una transición entre el pasado y el futuro salpicada de constantes invitaciones a gastar nuestros recursos económicos y cargada de mensajes dogmáticos excluyentes para una parte de la población más vulnerable, en riesgo de exclusión social, que vive estos días como una época especialmente hostil. También para los que viven duelos todavía abiertos, ausencias que se traducen en sillas vacías por vez primera, familias desestructuradas o inexistentes, y ahora especialmente en nuestras fronteras conflictos con motivación política, cuando el miedo aparece en forma de violencia.

Afortunadamente, todavía surgen espacios como los GAM (Grupos de Apoyo Mutuo), donde en grupo se comparten, de manera no capitalizada, experiencias de soledad, aislamiento y otras problemáticas vinculadas al malestar psíquico con el objetivo de verbalizar el sufrimiento y hacerlo colectivo, fomentando el apoyo mutuo con el objetivo de buscar una sociedad más justa, solidaria y humana.

Entre lo que ocurre a nuestro alrededor y lo que percibimos se encuentra nuestra interpretación. La subjetividad de nuestra percepción da paso a nuestros pensamientos, las ideas sobre lo que percibimos se convierten en sensaciones y estas en emociones, y todo ello impacta en cómo nos comportamos y cómo actuamos interactuando con lo que percibimos. La Navidad parece ser un uróboro infinito que hackea nuestro estado mental.

Es una época plagada de miedos. La tristeza ante la ausencia, las expectativas o la incertidumbre con respecto al futuro y la soledad también son protagonistas

Esta es una época muy vinculada a las exigencias desmedidas y al perfeccionismo: existe la creencia de que es un tiempo para compartir en familia, sin embargo vivimos estas semanas como un sesgo confirmatorio que se vuelve imperativo. Se nos enseña que debemos disfrutar de manera especial, tenemos una lista mental de normas rígidas sobre cómo deberíamos actuar tanto nosotros como los demás y quienes no siguen esas normas, por decisión o imperativo, son molestia o lidian con una culpabilidad desbocada.

La teoría de la tríada cognitiva, elaborada por el psiquiatra estadounidense Aaron Beck, plantea un modelo explicativo sobre los estados depresivos. Según esta teoría existen esquemas mentales que filtran lo que ocurre a nuestro alrededor y adaptan los estímulos del ambiente a esas representaciones o esquemas mentales. Esta tríada cognitiva negativa está formada por tres patrones cognitivos distintos: una visión negativa de nosotros mismos, del mundo y del futuro.

Según un estudio sobre comportamiento social y personalidad donde se evaluó la percepción de la Navidad entre pacientes de urgencias psiquiátricas, para un 40% de los encuestados la soledad fue el estresor más común durante la temporada navideña

La soledad y los sentimientos de vacío pueden llegar a decir de nosotros que somos defectuosos e inadecuados, percibiendo nuestra experiencia de forma negativa y considerando que “el mundo nos exige demasiado y no tiene en cuenta nuestro sufrimiento”, que finalmente nada cambiará. Las expectativas sobre el futuro no serán optimistas y las dificultades perdurarán fallando perpetuamente sobre lo que nos propongamos.

Hace unos días, un paciente manifestaba en consulta su queja sobre el esfuerzo que deposita en sus posibilidades y cómo la sociedad te penaliza si no lo das todo. La imposibilidad de renunciar como antídoto ante el fracaso. Si renuncias no conseguirás lo que te propones, si no disfrutas la Navidad eres un perdedor. Si estás solo, un fracasado. Esta época es especialmente cruel con nuestra proyección al futuro. Vivimos estos días como un tiempo de cambio, de transición hacia algo mejor. “Juntos, podemos”, parece que nos dice la Navidad, recordándonos al “saldremos mejores” pandémico, o al meritocrático “querer es poder”.

El miedo al futuro reside en el presente. En una época de falso optimismo como es esta, cuando vemos que no confluimos con lo que se espera de ella, se abre fuego hacia esa tríada que afecta directamente a la percepción de nuestra identidad haciendo tambalear el sentido de la vida. Aquí la soledad es sinónimo para muchas personas de miedo al futuro. Un bloqueo que activa una parálisis que se transforma en la sensación de estar viviendo en un estado de pausa perpetua postergando toda decisión y anestesiando al individuo en su propia soledad.

Esta época es especialmente cruel con nuestra proyección al futuro. La vivimos como una transición hacia algo mejor. 'Juntos, podemos', parece que nos dice la Navidad, recordándonos al 'saldremos mejores' pandémico, o al meritocrático 'querer es poder'

Aunque las vacaciones pueden aumentar los niveles de estrés, también pueden ser una oportunidad. La ciencia nos dice que reservar tiempo para fortalecer nuestras relaciones y participar en tradiciones puede beneficiar nuestro bienestar físico, mental, lo que puede prepararnos para manejar mejor el estrés durante todo el año.

La Navidad, como cualquier otra, es una época para compartir y cuidar, donde la ilusión y la esperanza juegan un papel fundamental, pero también son días donde la soledad golpea dos veces haciendo de este periodo un factor de riesgo para nuestra salud (mental). Existen estudios que alertan del riesgo de la soledad equiparándola con fumar 15 cigarrillos al día, y que vinculan la soledad y el aislamiento social a una mayor morbilidad. Si las políticas actuales abogan por suprimir el tabaco de los espacios públicos, también deberíamos plantearnos cómo combatir la soledad en Navidad. Porque la Navidad también llega a la consulta.

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