Entrevista

Gervasio Deferr, medallista olímpico: “El éxito se paga caro siempre, yo casi lo pago con mi vida”

Maialen Ferreira

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“¿Perdona, Gervasio, podemos sacarnos una foto contigo?”, le piden emocionados tres chicos jóvenes al triple medallista olímpico Gervasio Deferr en un hotel del centro de Bilbao, donde ha viajado para presentar su libro El gran salto. “No me pasa tanto como puede parecer”, confiesa con una sonrisa. “Aunque es cierto que de camino aquí un hombre que iba en un camión me ha gritado '¡Gervasio!', algo que no me pasa nunca. Será que en Bilbao me cuidáis muy bien”, cuenta entre risas antes de comenzar la entrevista con este periódico.

“Muchos hablaban sobre mí, pero quería ser yo quien contara mi propia historia”, sostiene Deferr. Y así lo ha hecho, en un libro tan sobrecogedor y real como lo es escucharle narrar cada episodio de su vida, desde lo más alto del podio olímpico hasta la caída más brutal. “Cuando me retiré, entré en una depresión y para sobrellevarlo comencé a beber y beber. Tras seis años sin dejar de beber ni un solo día me di cuenta de que tenía un problema y pedí ayuda”, detalla el ganador de la primera medalla olímpica de España en gimnasia artística.

Tras esa medalla en Sídney 2000 llegó el segundo oro en Atenas 2004, después de haber sido sancionado por dopaje al detectar que había fumado marihuana y, cuatro años más tarde, la plata en Pekín 2008, su última participación en unos Juegos Olímpicos. “El éxito se paga caro siempre. Hay gente que convive con ello y no tiene ningún problema, a otros les cuesta más, pero el éxito se paga caro, yo casi lo pago con mi vida. [...] Me lo iba a beber todo y si me despertaba, bien, y si no, chao. No me quería suicidar, pero quería que se acabase todo de alguna manera”, explica, tras señalar que tuvo que pasar 10 meses en un centro de rehabilitación y que el gimnasio que dirige en La Mina, un barrio cerca de Barcelona para ayudar a jóvenes a salir de adicciones, le salvó la vida.

Como hijo de migrantes argentinos con pocos recursos. ¿Se sintió alguna vez fuera de lugar cuando era pequeño?

Sinceramente, hasta los cinco años siempre pensé que era lo normal sentirse fuera de lugar. Yo siempre era de fuera aunque hubiera nacido aquí. Ser el de fuera o el 'sudaca' era lo normal hasta que llegué al gimnasio, donde con cinco años encontré mi lugar. Ahí pasé a ser Gervi, no era Gervasio Deferr todavía, pero era Gervi, una persona importante que formaba parte de un grupo. Hasta ese momento solo formaba parte de mi familia extranjera.

¿Qué cree que hubiera sido de no haberse dedicado al deporte desde tan joven?

No lo sé. Igual podía haber acabado en el taller trabajando con mi padre. Por vocación de estudios no tengo nada claro. Mi hermano pequeño desde los 14 sabía que quería ser maestro, pero yo nunca tuve claro qué estudiar, estaba en la gimnasia tan metido que tenía muy claro que quería dedicarme al deporte.

En su libro reflexiona sobre cuántos campeones potenciales se habrán perdido por el camino por haber tenido un mal entrenador y detalla el maltrato que usted mismo sufrió de pequeño durante los entrenamientos. ¿Por qué eran tan comunes los abusos en el deporte?

Países como Rumanía o Rusia ganaban competiciones evidentemente porque estos deportes los inventaron ellos. Hasta que el resto del mundo entendiese cómo se jugaba, ellos iban ganando, pero ellos ganaban pensando que esa era su forma de vida, con su aporte económico. Tenían tres opciones: estudiar, ser soldados o ser unas máquinas en el deporte. Era como un ejército, ellos iban a las competiciones a morir, era todo muy dictatorial. Cuando llegan entrenadores de esos países a entrenarnos a nosotros nos enseñan eso. Pensábamos que era lo normal, por eso durante un tiempo lo aguantamos, cuando fuimos conscientes de que era algo demencial dijimos que eso no podía ser. Años más tarde se ha demostrado que a través del cariño, la comprensión y el respeto, también se puede llegar a lo más alto. Inventaron esa forma de enseñar porque pensaban que era la única forma de hacerlo, lo veían como entrenar a un oso al que le tienes que dar palos, porque si no, te come.

En su caso, habla de que tuvo que aprender a ser fuerte y dejar atrás su niño anterior, al que llama Gervi. ¿Qué hubiera pasado si el Gervasio radical (como usted lo llama en el libro) no hubiera emergido y hubiera podido seguir siendo Gervi?

No creo que el hecho de que me pegaran en el gimnasio cuando tenía seis o siete años haya tenido nada que ver con que yo haya sido campeón olímpico o no. De hecho, eso me apartó más de conseguirlo, porque si eso hubiese continuado, yo me habría ido. Yo no iba a ganar a cualquier precio. Tuve la suerte de que me cambiaran de entrenador y tuve después un buen entrenador muy cariñoso, pero los primeros fueron así.

Me di cuenta de que si seguía así me iba a morir. Entonces decidí parar, pero ya es tarde, ya no puedes y te das cuenta de que estás jodido

¿Qué supuso para usted ganar la primera medalla de la historia de gimnasia artística española en los Juegos Olímpicos de Sídney en el año 2000?

Pensé un: “¡Os lo dije!”. Sabía que iba a pasar, no sabía cuando, pero tenía muy dentro que era algo que tenía que pasar en algún momento. Una vez que me pusieron la medalla y miré a mi alrededor, fue algo increíble, porque en el estadio, en Australia, no había gimnastas australianos y el público de allí empatizó conmigo porque era el más pequeño, solo tenía 19 añitos, y todo el estadio gritó “¡Gervi!” como si yo fuese australiano. Fue muy emocionante. Una vez que lo asumes, ya te viene todo y piensas que todo lo pasado ha merecido la pena, todo el esfuerzo de mis padres, las hostias de los entrenadores y todo lo demás. Aún así no sentí que ganar esa medalla significara culminar, porque estaba empezando. Culminar fue Pekín 2008, cuando obtuve la medalla de plata y no pude ganar. En Atenas 2004, por ejemplo, cuando volví a ganar el oro, pude demostrar a todos que sí que era el mejor, porque si ganas una vez puede ser suerte, pero dos veces ya no. Ahí me sentí el mejor del mundo.

¿Cómo afrontó su carrera después de ganar?

Solo pensaba en seguir para volver a ganar. Cuando has llegado al techo solo queda mantenerte. Yo estuve ocho años siendo campeón, luego ya no pude y fui subcampeón, por eso me retiré.

¿Se paga caro el éxito?

Sí. Te podría decir que igual para alguno sí y para otros no, pero la verdad es que el éxito se paga caro siempre. Hay gente que convive con ello y no tiene ningún problema, a otros les cuesta más, pero el éxito se paga caro, yo casi lo pago con mi vida.

¿Cómo se sale de ahí?

Entendiendo que el juego se acabó y que ya no hay que ser el mejor. A mí me entrenaron durante 25 años para ser el mejor, siempre el mejor en todo y cuando todo eso se acabó, cuando dejé de ganar, de entrenar y de competir, me sentí mal. Hasta que yo no entendí que la competición había acabado de verdad, me pasé cuatros años saliendo el que más, siendo el que más bebía, el que más tarde llegaba a casa y el que más la liaba. Ese era mi carácter porque a mí me habían enseñado a ser así. Hasta que me di cuenta de que si seguía así me iba a morir. Entonces decidí parar, pero ya es tarde, ya no puedes y te das cuenta de que estás jodido.

Mi madre se estaba muriendo a 90 kilómetros de mí y yo no era capaz de ir a verla. Si mi madre se llega a morir ahí, yo hoy no estoy aquí. Eso seguro

¿Cuál fue el momento en el que se dio cuenta de que no podía seguir así más tiempo?

Cuando le dio un infarto a mi madre y yo no pude estar con ella. Le pasó un 6 de enero, Día de Reyes, y yo estaba de fiesta. Mi hermano me avisó a las siete de la mañana y le dije que estaba pedo, que me tenía que acostar y que iría cuando me despertase, pero me desperté por la noche y esa noche, en vez de quedarme en casa y esperar a que se hiciera de día para poder coger el primer tren a verla, volví a salir de fiesta y volví a llegar a las siete de la mañana y me volví a dormir todo el día siguiente. Mi madre se estaba muriendo a 90 kilómetros de mí y yo no era capaz de ir a verla. Si mi madre se llega a morir ahí, yo hoy no estoy aquí. Eso seguro. Tuve la suerte de que ella aguantó y de que el tercer día recapacité y decidí coger el tren a Girona porque mi madre se iba a morir.

Luego hubo otro episodio. Fui a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 como miembro del Comité Olímpico Español (COE) y me tuve que volver en 24 horas, porque me metí en un lío sin tener ni idea cómo. Tuve que salir rápidamente del país porque me querían matar, cuando yo había ido para reconstruir mi vida, para volver a sentirme parte del olimpismo y estar ahí. Todo eso a mí me va matando. También estaba saliendo con una chica, pero me terminé separando de ella y me quedé como cinco o seis días solo, apartado de todo el mundo, y con todo el alcohol posible, me daba igual lo que pasase. Me lo iba a beber todo y si me despertaba, bien, y si no, chao. No me quería suicidar, pero quería que se acabase todo de alguna manera.

¿Qué pasó en Brasil?

Yo fui a Río 2016 con intención de desfilar con España, pero al llegar ahí, me dijeron que había mucha gente y que no iba a salir en el desfile. Estuve con un par de entrenadores hasta que se fueron a prepararse para el desfile y yo me fui con una amiga periodista, dimos una vuelta, vimos aquello, nos tomamos una cerveza, lo normal, hasta las diez de la noche que ella se fue. Cuando se fue me metí en un garito en el que había una pantalla enorme donde se veían los Juegos Olímpicos y ahí me quedé. Se empezó a acercar gente al verme con la equipación de España y estuve charlando hasta que alguien me metió algo en la bebida y me empecé a encontrar mal. Como estaba acostumbrado a beber, lo que me metieron, burundanga, no me afectó mucho, si no lo hubiera estado, eso me habría tumbado y habría muerto, pero sí que me notaba que estaba mal y me fui al hotel a pegarme una ducha. Pensé que sería el cansancio o un mareo normal del viaje, me duché, me empecé a sentir mejor y volví a bajar a ese bar, porque la verdad era que me lo estaba pasando bien. Una vez dentro, me volví a sentir mal e intenté marcharme, pero cuando me iba a ir me dijeron que me iba sin pagar, algo que era mentira y me fui y me siguieron. Vieron en qué hotel estaba y de noche querían entrar a pegarme un tiro. La directora del hotel consiguió pararlos, porque ya tenían antecedentes de sucesos así.

En Río 2016, después de haber sido drogado con burundanga, el Comité Olímpico Español me culpó a mí de que lo destrozo todo, soy un pieza y la estoy liando otra vez. Eso a mí me hunde la vida

Yo estaba boca abajo, como anestesiado y no podía moverme. Fue muy raro. Al día siguiente tocó mi puerta a las ocho de la mañana alguien del COE y me preguntó qué había pasado la noche anterior. Yo no recordaba casi nada y él me empezó a contar todo. Ellos en ningún momento consideraron la burundanga como una posibilidad, me culparon a mí en ese momento. El Comité Olímpico Español me culpó a mí de que lo había estropeado todo, que soy un pieza y la estoy liando otra vez... Eso a mí me hunde la vida, yo me voy a Barcelona llorando las 11 horas de vuelo. No entendía nada. ¿Cómo explicaba a mi familia que tenía que ir a Brasil durante tres semanas a los Juegos Olímpicos y que estaba de vuelta 24 horas después de haber salido de casa? Fue una locura, y no porque me quisieran matar, sino porque no sé qué droga me dieron que no me acuerdo de nada. Eso sí, a Brasil no vuelvo.

¿Fue justa la sanción por marihuana en 2002 que le hizo perder la plata del Mundial de Debrecen?

La sanción sí. Me sancionaron sin competir en tres meses en que no había competiciones. Me quisieron castigar un poco para que los demás vieran que no se podía hacer, pero yo no lo sabía. Llevaba dos años sin competir, estaba con mi hermano, tenía 19 años y no sabía que no se podía fumar maría. Yo pensaba en que no podía tomar farmatones o complejos vitamínicos, era muy paranoico con eso, pero no sabía que la marihuana estaba en la lista de sustancias que no debía tomar. Luego lo aprendí y nunca más pasó. La sanción fue justa, pero luego alguien de la Federación lo vendió a la prensa y no fue justo que saliera mi foto en el podio olímpico y una foto de una hoja de marihuana al lado. Siempre con esa sensación de que yo era el culpable, como en Río.

¿Por qué considera que le culpaban siempre, como usted dice?

Porque los que mandan, como mandan, se creen que tienen en el poder. No se dan cuenta de que una Federación sin deportistas es una habitación vacía. Lo importante de la Federación son los deportistas, los que entrenan, los que hacen gimnasia, pero no lo entienden, se han sentido siempre por encima de nosotros, cuando sin nosotros no podían hacer nada. Nos amenazaban con no llevarnos a los Juegos Olímpicos si no hacíamos tal, nos tenían siempre intimidados y acojonados, como debiéndoles algo. Era totalmente absurdo.

Años más tarde, en 2017, decide pedir ayuda y se interna en un centro de rehabilitación, pero en su libro cuenta claramente que usted no se considera 'un adicto'.

Cuando me retiré entré en una depresión y para sobrellevarlo comencé a beber y beber. Tras seis años sin dejar de beber ni un solo día, me di cuenta de que tenía un problema y pedí ayuda. Ahora pienso las cosas de otra manera y vivo de otra manera. En el centro sí que nos llamaban adictos y nos decían que nunca más íbamos a poder beber ni una gota de alcohol, pero eso es mentira. Yo puedo beber cervezas. Salgo, me tomo una y me puedo ir a casa. Antes es cierto que si me tomaba una me tenía que tomar 20, pero ya nunca más. Eso es lo que aprendí en el centro. Yo ya no bebo porque estoy mal, bebo con amigos en un sitio concreto y ya, pero no lo busco. Antes lo buscaba.

Tengo la suerte de ser triple medallista olímpico, que si digo que estoy mal o pido ayuda, me hacen caso, pero ¿a mis compañeros que no ganaron? A ellos nadie les hace caso y también merecen que se cuide su salud mental

¿Cómo encontró la salvación en el gimnasio de La Mina?

En el 2000 inauguramos en el barrio de La Mina, una escuela de lucha, y medio en broma, medio en serio, dijimos que estaría bien crear un club de gimnasia. Es una idea que siempre tuve en la cabeza y justo antes de firmar mi retirada en 2011, concretamente en octubre de 2010, presentamos un proyecto al Ayuntamiento y al Consejo Superior de Deportes catalán para, a través de la gimnasia, sacar a los niños del estigma de las adicciones y del barrio marginal que es La Mina. A todo el mundo le encantó porque la sala que nos ofrecieron hasta el momento solo era para cenas de empresa y se usaba unas dos veces al año. Yo lo gestioné en la distancia hasta 2017 y cuando salí del centro de rehabilitación, después de 10 meses, fui yendo primero algunos días hasta que me quedé y empecé a ir todos los días al gimnasio. Ya podía ser entrenador, gestionar mi vida y vivir de otra manera, con mucha más claridad. Estaba acostumbrado a vivir a tope y una de las cosas que me da el centro es esa pausa, esa calma en el día a día.

¿Considera que hoy se le da la importancia suficiente a la salud mental en el deporte?

Hace 25 años ni se fijaban ni existía para nadie la salud mental. Hemos tenido casos duros como el de Blanca Fernández Otxoa, Jesús Rollan y otros grandes deportistas que ahora ya no están por culpa de no haber podido gestionar la salud mental. En mi época se hacía un poco más, pero se ha ido evolucionando cada vez más. Ahora sí que se hace caso cuando Naomí Osaka dice que se retira por su salud mental. Debemos reaccionar ante estos casos, para dejar de perder amigos y compañeros por problemas de salud mental. En mi caso, yo tuve suerte y tengo la suerte también de ser triple medallista olímpico, que si digo que estoy mal o pido ayuda, me hacen caso, pero ¿a mis compañeros que no ganaron? ¿a los que me acompañaron para que yo fuera medallista olímpico? A ellos nadie les hace caso y también merecen que se cuide su salud mental.

¿Qué le diría hoy en día al pequeño Gervi?

Si ahora viera al Gervi pequeño le intentaría decir que se lo tome todo con más calma. Hasta los 25 mi vida ha ido a una velocidad muy difícil de asumir, por eso le diría que se lo tome con calma y disfrute de las cosas.

¿Y a ese Gervasio que con 15 años decide ser radical?

Le diría que no hace falta ser tan radical. Ya es algo radical ganar unos Juegos Olímpicos, no hace falta ser el que más tatuajes o pendientes lleve o el que haga más cosas que el resto y, en momentos, yo era así.

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