'Karmele', un amor entre dos guerras, dos exilios y la lucha contra la represión franquista en Euskadi a través la música

Maialen Ferreira

Donostia —
25 de septiembre de 2025 21:45 h

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Karmele Urresti fue una enfermera que tuvo que exiliarse desde su Ondarroa natal a Francia junto con su familia nacionalista en el año 1936, cuando los franquistas llegaron al pueblo vizcaíno. En el exilio, trabajó en un hospital de guerra tratando a los soldados heridos en combate hasta que le llegó la oportunidad de formar parte de Eresoinka, el grupo de música y danzas vascas creado por el Gobierno de Euzkadi en 1937 con el objetivo de combatir el franquismo a través de la cultura mostrándole al mundo canciones sobre democracia y libertad. En aquel grupo se enamoró de Txomin Letamendi, un trompetista que huyó de Bilbao tras combatir como gudari en la Guerra Civil. Su alias era Turuta. Juntos viven una intensa historia de amor entre dos guerras, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, y dos exilios, uno a Francia y otro a Venezuela como escenario. Hasta que se les presenta la ocasión de volver a Euskadi pero con una misión: derrotar al franquismo infiltrándose entre sus afines y pasando información al Gobierno de Euzkadi en el exilio y al de Estados Unidos. Una historia recogida en primer lugar por el escritor Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) en su novela La hora de despertarnos juntos, y adaptada después en Karmele, película del cineasta Asier Altuna (Bergara, 1969) estrenada en la 73.ª edición del Festival de Cine de San Sebastián.

A pesar de tratarse de una trama de combate, guerra y espías, Altuna ha preferido narrar la historia real de Karmele desde lo cotidiano, lo doméstico y la intimidad, dando el protagonismo a las mujeres de la historia y a la cultura como arma para luchar contra el franquismo y el fascismo. “Tuve que hacer un trabajo muy fuerte de decidir qué iba a contar y a través de quién. Era muy atractivo para la pantalla contar las conversaciones de los espías o pasajes de combate que fueron reales, pero poco a poco fui quitando peripecias y metiendo más conflictos familiares. Dejé todo el contexto de exilio, de guerras y resistencia contra la dictadura un poco de fondo para poner la atención en lo doméstico, en la intimidad, los miedos, las dudas, las decisiones o los puntos de vista diferentes que tiene la pareja. También me interesó la transmisión entre generaciones”, explica a este periódico el director en una de las suites del lujoso Hotel María Cristina de Donostia, que acoge a cineastas y actores durante el festival.

Los hijos de Karmele, Ikerne, Patxi y Txomin, y otros familiares, han seguido de cerca la producción del proyecto y han colaborado con anécdotas, descripciones y documentos de la historia de sus padres. Ikerne, la mayor, cuyo personaje aparece en la película y quien tenía más recuerdos de aquella época, falleció en el año 2021. “La familia de Karmele era muy comprometida, independiente, amante de la cultura y de la educación. Su madre era profesora en euskera durante la Segunda República, también fue la presidenta de la Asociación de Mujeres del Pueblo. Puede que por ello Karmele fuera tan combativa. De hecho, sus hijos nos dicen que en la película igual ha salido demasiado blanda. Debía ser una mujer muy fuerte, con un caracter potente que se enfrentaba a todo y que no se callaba por nada”, reconoce Altuna.

De ahí viene uno de los puntos centrales de la película. “Hay dos puntos de vista: el del hombre, que siempre ha tenido el poder y más en aquellos años y el de la mujer que cría y deja de estar en el punto central de las decisiones. Txomin va por su lado con el objetivo de tumbar el régimen franquista con ayuda de los aliados, y deja atrás a Karmele, mientras ella no puede con eso. En su lugar, ella reconoce que la dictadura es más fuerte de lo que pensaban y que en ese momento es imposible tumbarla, por lo que cree que la esperanza está en las nuevas generaciones, en la educación que reciban sus hijos y en la recuperación del euskera que les fue arrebatado”, detalla.

Para Altuna, este tipo de películas son necesarias en los tiempos que corren. “El momento en el que estamos tiene mucha similitud con esa época negra de periódo entre guerras, de falta de libertad, de totalitarismo y de fascismo”, reconoce, aunque ve diferencias generacionales en la forma de acoger a personas exiliadas o migrantes en comparación con aquella época. “Eso ha cambiado mucho. Nosotros, los vascos, los españoles, hemos sido un pueblo emigrante. Ahora hay un discurso de violencia, de negación, de defender lo tuyo de manera egoista y necesitamos todo lo contrario. Necesitamos una actitud de diálogo, de crear puentes y de entender al que no es como tú y respetarlo”, sostiene.

El cineasta defiende que en la cultura y la educación está la solución a los conflictos de la sociedad actual. “Creo que la política ya no sirve. Nos bombardean con información que no vale para nada y luego hacen lo que quieren. Entonces, lo único que me queda a mí es creer en la cultura y la educación, como hicieron con el proyecto Eresoinka. Cuando perdieron la guerra desde el Gobierno de Euzkadi crearon ese proyecto para, a través de la cultura, intentar llamar la atención de las democracias europeas y luchar contra el fascismo. Fue una idea visionaria la de reivindicar lo nuestro a través de la música y mostrar que nos quieren aniquilar y destruir lo que somos. Cuando ya no quedaba nada, la música les dio algo de esperanza. Es importante saber transmitir, aprender y tener memoria para no caer en lo mismo”, indica.

La película, rodada en euskera es, según Altuna, el ejemplo de la evolución del cine vasco y de que ya no hace falta marcharse de Euskadi para llevar grandes proyectos a la gran pantalla. “Hace 20 años era difícil imaginar el panorama que estamos viviendo ahora. De alguna manera, la generación anterior, la de Enrique Urbizu, Álex de la Iglesia o Julio Medem, se tuvo que marchar a Madrid, mientras que nosotros hemos tenido la suerte de seguir y trabajar aquí. El apoyo de las instituciones ha sido fundamental y gracias a ello tenemos la suerte de que ahora hay un cine vasco y en euskera muy potente con obras muy diferentes entre sí, pero de mucho nivel. Y es algo para estar orgullosos”, concluye el director, que ha sido galardonado en esta edición del Zinemaldia con el Premio Zinemira a su trayectoria de más de 20 años que comenzó con la emblemática película Aupa Etxebeste!.

La historia de Turuta, también en los juzgados

El estreno coincide en el tiempo con un proceso judicial impulsado por esta familia para esclarecer el fallecimiento de Turuta tras su regreso a España en 1950. La documentación judicial, así como material desclasificado en Estados Unidos, prueba que Letamendi era agente del Servicio Vasco de Información (SVI), la agencia de espionaje creada por el lehendakari José Antonio de Aguirre en la Guerra Civil y, en el exilio, operó al servicio de la CIA, entonces conocida como OSS en sus inicios en la Segunda Guerra Mundial. El propio Aguirre, estando en Venezuela, le envió de vuelta a España, donde fue detenido, torturado y encarcelado. Falleció como consecuencia de esas circunstancias.

La familia presentó una querella para que se depuren responsabilidades y se restituya el honor del fallecido. Inicialmente, un juzgado archivó la causa pero la Fiscalía recurrió y está dispuesta a emitir una “declaración de hechos pasados”, es decir, un informe que, aunque no tenga consecuencias penales, permita poner negro sobre blanco en un documento oficial la historia real de esta familia.

elDiario.es/Euskadi

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