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El espíritu del 22 de octubre

Pablo Casado y Santiago Abascal durante la moción de censura

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Pablo Casado da la apariencia de haber reventado, con su “hasta aquí hemos llegado” que le lanzó a Santiago Abascal en el Congreso de los Diputados. Escenificación y teatralidad de una ruptura táctica, también en teoría con los innumerables gobiernos autonómicos y locales ensamblados entre ambos, uno de los cuales tenemos en Extremadura, el gobierno municipal de Badajoz.

El giro del joven político de derechas apadrinado por Aznar y su FAES es tan espectacular, que cuesta creer que pueda ser real. Es algo así como la caída del caballo de San Pablo, que de perseguidor de los cristianos pasó a formar parte del ‘staff’ directivo de los mismos.

Quien de forma pertinaz, como las sequías de Franco, ha intentado una y otra vez quitarle legitimidad a un gobierno de izquierda PSOE-Unidas Podemos conseguido con los votos de las urnas, pero con su firma bendecido los múltiples tripartitos sostenidos por la ultraderecha como lógicos y naturales contra los que “quieren romper España”, ahora se nos presenta como el azote de sus propios socios.

Demasiado rápido, demasiado bonito, así de pronto, para quien hacía apenas un par de días había permitido que una senadora de su partido pasara los límites de la vergüenza y de lo impresentable interpelando a una ministra del Gobierno, Irene Montero, sobre su compañero de cama y sentimental, el vicepresidente Pablo Iglesias.

Era mucho para un giro de trasatlántico, así que Casado se ha permitido poner condiciones para su ‘conversión’ democrática, como es la de empezar con vetos; las dichosas líneas rojas, los malditos vetos, las exclusiones cruzadas que no hacen sino inhabilitar a quien las pone sin razón objetiva, para apear a Unidas Podemos de cualquier negociación sobre el Poder Judicial, a modo de torpedo contra el casco del actual gobierno de izquierda.

Como a aquel camarero uniformado de los anuncios de la televisión, que pasaba el algodón por los azulejos para demostrar lo bueno que era su limpiador, me gustaría ver a Pablo Casado frotar su algodón democrático por los gobiernos regionales y locales que mantiene, para ver si la extrema derecha sigue ahí abajo, con mando y altos cargos en plaza.

Es decir, para saber hasta dónde realmente ha llegado su paciencia, si solo es formal, verbal, teatralizada y solemnizada ante las cámaras en el Congreso de los Diputados, o es de las auténticas. Para conocer si lo que está dispuesto a dar es un giro de 180 grados, y quita los poderes y plataformas dadas a Vox aquí y allí, o realmente es de 360 grados, el que te ocupa más tiempo pero te deja realmente en el mismo sitio.

Porque pudiera ser que el espíritu de su discurso en el Congreso de este 22 de octubre se quedara en realidad en lo de aquel otro, el ‘espíritu del 12 de febrero’ de Carlos Arias Navarro en 1974, es decir, en nada o en muy poca cosa; flor de un día las esperanzas mínimamente aperturistas de aquel último presidente de los gobiernos de Franco.

Indudablemente hay muchos actores detrás del puñetazo dialéctico que Casado le ha dado a Santiago Abascal. Quizá los mismos que han colgado al discípulo de Aznar –que dijo de él: “Si creéis que yo soy de derechas, es que no conocéis a Casado”- el laurel de ‘ganador’ del debate en la moción de censura, o verdadera tontura que no ha hecho otra cosa sino aportar un entremés de escaso valor al diario teatro político.

En teoría el ganador es quien ha superado la moción que contra él iba dirigida, es decir, Pedro Sánchez. Otra cosa son desde luego los trofeos asignados por parte del periodismo, esa misma que en vísperas del debate se abonaba a las tesis de encuestas según las cuales un buen sector de los votantes populares pedían votar sí a la moción de Abascal; esa misma parte de la profesión que ahora, en otra caída del caballo, da por igualmente bueno el sondeo de que la inmensa mayoría de los votantes populares aplauden a rabiar el rotundo ‘no’ de Casado. ¿En qué quedamos?

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