ENTREVISTA

Jesús Vázquez Conde, enfermo de ELA, se plantea recurrir a la eutanasia: “Quiero un plan B y es este”

Beatriz Muñoz

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Jesús Vázquez Conde dice que, si no hubiese salido adelante en España la ley de la eutanasia, a estas alturas tendría todo listo para poder irse a Holanda a solicitarla llegado el momento. Todo empezó un día de playa de hace cuatro años en el que quiso levantarse de la toalla y las piernas no le respondieron. Unos meses después, con 53 años, le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Ahora necesita cuidados de su entorno, una silla de ruedas para desplazarse y la ayuda de dos grúas en su casa sin escaleras. Cuenta que el rechazo de una iniciativa legislativa de Podemos en el Congreso y casos como el de María José Carrasco lo fueron “calentando”. Tanto que para las elecciones generales de 2019 hizo un vídeo pidiendo el voto para los partidos que apoyaban la eutanasia.

Asegura que su primera opción es poner lo que pueda de su parte y confiar en “la madre naturaleza” para aguantar años con capacidad para respirar por sí mismo e ingerir alimentos, pero quiere un “plan B”. Y quiere también saber que su decisión de poner fin a su vida no les supondría un proceso judicial a su mujer y a sus hijas. Confía en que la aplicación de la ley no va a ser “problemática”, al menos en Galicia, donde vive. No lo cree tanto por que el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, haya dicho que las normas han de cumplirse, sino porque las administraciones las componen funcionarios y ellos deben acatarlas.

¿Cómo te llegó el diagnóstico de la enfermedad?

Hace cuatro años, en agosto, estaba de vacaciones en la playa. Quise levantarme de la toalla y me costaba, no flexionaba. Esto es un síntoma que ahora reconozco, pero en ese momento pensé que eran los primeros achaques. De vuelta en A Coruña empecé a tener caídas sin saber por qué. Fui al médico y en diciembre me dijeron que era ELA. Me derivaron a una especialista, que me contó una cosa que me dejó noqueado: me dijo que la esperanza de vida era de tres a cinco años. Eso me afectó bastante. En la segunda opinión, en Santiago, me dijeron que eso era en el 60% de los casos y yo dije: “Tengo el 40% para luchar”. Cada día hago los ejercicios y estoy mentalizado de que yo quiero eso. Que la madre naturaleza me ayude para respirar y comer.

¿Cómo es tu día a día ahora?

Vivo con mi familia. Tuvimos que cambiarnos de casa porque teníamos una casa con escaleras y cada vez me era más difícil subirlas. Buscar una casa accesible ya supone un montón de dinero. Mi hija pequeña figura como cuidadora. Necesito ayuda para sentarme, con las grúas, y me tienen que dar de comer. Tres días a la semana voy a fisioterapia. Intento, incluso en la pandemia, ir en bus. Si tengo prisa, cojo un taxi.

¿En qué momento pensaste en la posibilidad de recurrir a la eutanasia?

Tuve mis tiempos. Entre el diagnóstico y el traslado a otra especialista tuve un mes de negación, en el que pensaba que la primera doctora no había sido concluyente. Eso me permitió hacer el luto. No lloré. Solo un día por una confusión con una de mis hijas. Hay muchos trámites que hacer y no estuve planteándome por qué a mí, por ejemplo. Con el diagnóstico nos pusieron en contacto con Agaela (Asociación Galega de Afectados de ELA) y allí pregunté qué alternativa tenía. Me dijeron que había sedación... Yo respondí: “¿Qué me estás diciendo? Que me tengo que ir a Holanda –para acceder a la eutanasia–, ¿no?”. A partir de ese momento empecé a pensar qué se podía hacer. Empezaron a aparecer casos como el de María José Carrasco. Todo esto me fue calentando y, con la ayuda de mis hijas, me decidí a hacer un vídeo para las elecciones –generales de 2019– pidiendo el voto para los partidos que apostaran por la eutanasia. Con el Gobierno de coalición yo pensaba que tenía que salir.

¿Qué supuso para ti y para tu familia la aprobación de la ley?

Imagínate que no hubiera salido, que ahora tuviésemos un Gobierno del PP y esto no hubiese ido para adelante. El hecho mismo no sé si lo haría, pero te aseguro que lo que haría sería pedirles a mis hijas y a mi mujer que mirásemos lo que cuesta ir a Holanda, cómo se pide plaza allí, el tiempo de espera... Toda esa preparación te aseguro que la tendría hecha hoy. Otra cosa es que diga que lo voy a hacer o no –solicitar la eutanasia–, pero los preparativos, sí. En mi familia hablamos de todo y sabían lo que significaba que no hubiera ley. Se jugaban un procesamiento penal. Mi hija mayor se presenta a oposiciones y no podría hacerlo. Es tremendo todo esto... El impacto fue positivo. Cuando uno lucha por algo y lo consigue, uno está contento y esboza una sonrisa. Pero la lucha continúa.

¿Temes que haya problemas con la aplicación?

Yo confío en que no los haya en Galicia. Las administraciones están hechas, además de por el Gobierno, por funcionarios. Los funcionarios tienen que cumplir la ley. El presidente de la Xunta dijo que la va a cumplir. Y, si no, le vamos a montar un pollo que se muere. A él le gustan más los paliativos, pero si fuese verdad los paliativos tendrían nivel europeo, meterían dinero ahí. Es un discurso de rollete. Pero en Galicia la aplicación de la ley creo que no va a ser problemática. Yo hice el testamento vital. Escuché a un responsable del Sergas (Servizo Galego de Saúde) decir que probablemente lo pedirían y lo hice.

¿Qué pensaste con los recursos en contra de la ley –de Vox y del PP– en el Constitucional?

Es lo de siempre, aunque en este caso es mucho más incomprensible. El PP es un partido conservador que no apuesta en ningún momento por ningún avance social y luego son los que más lo utilizan, como pasó con el divorcio. Que en esto –la eutanasia–, que las encuestas dicen que hay un 80% de gente a favor, que no es de izquierdas, que es transversal, que ellos aún se coloquen en el no... es que no sé qué me da. Es horrible. No sé si lo hacen por miedo a Vox. No tienen ni idea. Y que lo presentasen el último día me sentó fatal. No tienen argumentos.

¿Es una tranquilidad saber que ya hay una ley que ampara este derecho?

Yo siempre dije que quería tener un plan B y este es mi plan B. Si puedo aguantar años, sin ventilación y comiendo normal, yo firmaría. Pero quiero ese plan B. No soy creyente. En lo que creo es en que hay vida antes de la muerte. Y lucho por eso.