El último gran videoclub de Madrid, al límite: “Si el crowdfunding no llega a buen puerto, me rindo”

Dos clientes ojean las estanterías del videoclub 'Ficciones de Cine', con la dueña y única empleada del establecimiento, Marcia Seburo, detrás del mostrador

Guillermo Hormigo

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Si alguien hace scroll en los resultados que ofrece el buscador de Google al introducir los términos “videoclubs Madrid”, encontrará una ristra de entradas acompañadas de la palabra “cerrado” en un vivo color rojo. Solo hay dos excepciones: Arfe, un pequeño negocio situado en el Barrio del Pilar parcialmente reconvertido a copistería y tienda de fotografía, y el videoclub Ficciones de Cine. Un lugar mítico para los cinéfilos que, después de algunos remplazamientos y el cierre de varias sedes, trata de sobrevivir en su última ubicación. La responsable y única empleada actual de Ficciones, Marcia Seburo, se ha visto obligada a lanzar una campaña en GoFundMe para salvar este local cercano al Metro La Latina, lleno de historia(s) que quieren seguir siendo vistas y alquiladas.

Con este crowdfunding, Seburo pretende únicamente quedarse a cero, “como si acabase de abrir pero sin la mochila de las deudas”. Acabar con las deudas que ponen en jaque los 17 años de trayectoria del videoclub, duramente golpeado por las plataformas digitales y muy especialmente por la pandemia. Cuando heredó el negocio en 2015, después de que el dueño anterior ya se viese obligado a organizar una campaña similar a petición de sus clientes habituales, tuvo que cerrar la sede en Malasaña. Hace tiempo que prescindió de cualquier trabajador además de ella misma, los números no daban. La piratería fue un pequeño aviso, aunque resta importancia su impacto en comparación al shock que supuso el aterrizaje en España de los servicios de streaming. Sin embargo, afirma que “la cosa, con apuros, iba bien”.

Hasta que llegaron la crisis sanitaria y el confinamiento. “Han hecho más daño que la piratería y la llegada de las plataformas. Al estar encerrados en casa, quien no tenía plataformas se las hizo. Hay mucha gente cinéfila que no ha vuelto no porque hayan dejado de ver cine, sino porque han cambiado los hábitos”, explica Seburo. Con la nueva normalidad tocó hacer ajustes: prescindió de un último ayudante, que venía un día a la semana (ahora cierra los lunes); impulsó el servicio de recogida, depósito y entrega de paquetería para los negocios y particulares de la zona; o comenzó a compartir con unos conocidos la sala de revelado de fotografía a cambio de que le echen una mano con los gastos (cada vez más elevados debido a la inflación). “La necesidad es la madre de la industria”, comenta entre la risa y la resignación.

“Me busco la vida a cambio de poder seguir abriendo el videoclub”

Pero el mayor y más exitoso cambio en el modelo, aquel por el que quiere apostar si la campaña tiene éxito, ha sido la venta de merchandising original de las películas de Ghibli. Según Seburo, este material promocional del estudio de animación japonés no puede encontrarse en ningún otro lugar de Madrid. Su hijo residía en Hong Kong cuando estalló la pandemia, por lo que se vio obligado a permanecer allí un año. En la ciudad asiática proliferan las tiendas 'Donguri Republic', referencia en este tipo de productos. Decidieron adquirirlo, y pese al alto coste del envío la idea ha sido un éxito. Lo poco que queda lo muestra en el escaparate de 'Ficciones'. Ya ha vendido casi todos los puzles, figuras, tazas o marionetas de dedo de películas como Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988) o Nicky, la aprendiz de bruja (Miyazaki, 1989). Además de subsanar deudas, espera que el dinero recaudado sirva para renovar este merchandising.

Esta circunstancia lleva a preguntarse si el servicio de alquiler de películas como tal puede llegar a dar beneficios, o si su mantenimiento responde a un apego, a no dar por perdida una forma de entender el cine desde lo material y lo social. “Me conformo con que no dé perdidas. Sigo manteniéndolo por la gente que viene aquí, mucha de ella muy joven, que sabe lo que quiere ver o me pregunta por más de tal director. Me busco la vida a cambio de poder seguir abriendo esto. Sí, yo creo que es amor al arte”, reconoce Seburo. Se pregunta qué pasará con todas esas películas si cierra, si acabarán en un trastero o las tendrá que malvender.

Uno de esos jóvenes a los que se refiere la propietaria del videoclub es Tomás. Seburo le está atendido cuando llegamos a la tienda. Buscan varias películas, ya que el cliente quiere aprovechar un bono con el que, a más cintas alquiladas, más barata sale cada una. El cine clásico y el cine negro son los grandes protagonistas: se lleva Perversidad (Fritz Lang, 1945), Con las horas contadas (Rudolph Maté, 1949) La ciudad desnuda (Jules Dassin, 1948), El demonio de las armas, Agente especial (Joseph Lewis, 1950 y 1955) y Detour (Edgar G. Ulmer, 1945). Las adquiere utilizando su bono de diez películas, que tiene un precio de 26,50€ e incluye un 2x1 en el primer alquiler. Con esta oferta, disponer de cada película durante dos semanas le sale a 2,40€. Con el bono de 20 películas el importe se reduce a 1,71€ y con el de 35 a 1,59€.

Estanterías contra algoritmos

Tomás reivindica el videoclub sobre las plataformas: “Aquí encuentro cosas que no están en ningún sitio y Marcia me puede aconsejar personalmente”. Seburo recuerda su experiencia durante el confinamiento para remarcar esta diferencia: “Me llevé de aquí 30 películas, pero cuando se me acabaron le pedí a mi hijo la clave de Netflix. Pasaba una hora buscando qué ver. Al principio creía que era cosa mía por inútil, pero me di cuenta de que le pasa a todo el mundo. Al ser su cuenta estaba todo configurado según sus gustos. Pensaba 'si estuviese en el videoclub, me iría a esta estantería, a esta y a esta otra'”.

Pese a su dedicación, su pasión y este convencimiento en una manera de acercarse al cine desde lo físico y lo colectivo, Seburo admite con tristeza que si la campaña no alcanza el objetivo “se acabó”. Dice que no podría encarar otro verano, tal y como están las cuentas. “Es el último empujón, si no lo consigo me rindo. Si esto no va a buen puerto liquido para llegar a ese buen puerto y cerrar”. Pese a ello, no pierde la esperanza, y cita el caso de varios clientes que la han llamado para comunicarle que le darán su contribución físicamente, ya que no se manejan en la página web.

Aquí encuentro cosas que no están en ningún sitio y Marcia me puede aconsejar personalmente

Mientras sostiene el DVD de Mandarinas (Zaza Urushadze, 2013), un drama estonio que se ha convertido en su película favorita, Marcia Seburo se agarra con el mismo cariño a un lugar que no quiere convertirse en el pasado, como ese cine clásico que “tan bien funciona todavía”. Un lugar que quiere seguir siendo presente del cine, como los estrenos que muchas personas aún se animan a alquilar por mucho que se hayan reducido los tiempos entre las salas y la llegada a las plataformas. Está convencida de que la gente va a cansarse Netflix y similares porque “en realidad no estás viendo lo que tú quieres, sino lo que ellos quieren que tú veas”. “Creo que la gente está empezando a aburrise, muchos clientes han venido a decírmelo. Yo los llamo los retornados. Es una de las razones por las que sigo luchando”.

Marcia, para quien la pasión por el videoclub vino antes que la pasión por el cine, que rememora con una sonrisilla nostálgica la primera vez que le pidieron un Blu-ray y creyó que le preguntaban por un director, puede parecer una ilusa. Pero de ilusión y de ficción también se vive, o al menos se puede empezar a reconstruir una vida. Quizá por su querencia al drama y las tragedias (reconoce que la comedia es el género cinematográfico en el que peor se desenvuelve), se siente preparada para soportar también este envite. Nada ni nadie podrá convencerla de que el destino no le tiene reservado a ella y a su videoclub un final feliz.

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