Cuando voy en el tren, ¿Tinder me empareja con los otros pasajeros?

Un tren sale de Madrid hacia Barcelona y durante la mayor parte de su trayecto viaja a una velocidad de 300 kilómetros por hora. María, sentada en uno de sus asientos, se entretiene ojeando los perfiles que le muestra Tinder.

Otros muchos convoyes han partido antes o lo harán después, a diferentes velocidades, pero las dudas que le surgen a María no tienen nada que ver con el medio de transporte ni se resuelven en una clase de matemáticas: ¿dónde están esos usuarios que ve? ¿En Madrid? ¿En su mismo vagón? ¿En los pueblos por donde pasan las vías del ferrocarril?

La protagonista de nuestro supuesto es ficticia, pero la situación y las incógnitas que se plantea son completamente reales. ¿Cómo gestiona Tinder la afinidad geográfica durante un viaje? “Bienvenidos a la Nave de Misterio”, que diría Iker Jiménez.

Después de intentar contactar con sus responsables sin éxito, Karim Varela, un ingeniero especializado en Android que trabajó en Tinder hasta 2014, ha concedido, no sin reticencias, a darnos dos únicos apuntes: “Utiliza GPS y es capaz de mostrar los perfiles de otros viajeros del tren o de las estaciones por las que pasa”.

“La aplicación puede utilizar tres posibles métodos para localizarte”, explica a HojaDeRouter.com Francisco Serradilla, investigador y profesor del Máster de Desarrollo de Aplicaciones para Dispositivos Móviles de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). “Dependiendo de la precisión requerida, de si está en interior o exterior y del consumo de batería deseado, el teléfono selecciona uno o varios de ellos y los combina”.

Los permisos que solicita la herramienta reducen las tres estrategias a dos: los algoritmos emplean tanto una localización aproximada “basada en la red” como otra más precisa que tiene en cuenta también datos GPS.

En el primer caso, la ‘app’ usa como referente la posición de las antenas de telefonía o las estaciones wifi a las que puede conectarse un móvil. De esta manera, deduce matemáticamente la distancia a la que se encuentra el individuo de cada punto a partir de la potencia de la señal que recibe – cuanto más intensa, más cerca.

“La precisión en el caso de utilizar las estaciones wifi está entre 50 y 150 metros”, señala Serradilla, dependiendo del número de ‘routers’ instalados en los alrededores. No obstante, solo valen aquellos que están geolocalizados. “Esto lo hicieron Google y Apple recorriendo las ciudades con vehículos que detectaban los equipos y les asignaban una posición GPS”, indica el investigador.

“Obviamente el del tren [si es que hubiera wifi] ni está fijo ni geolocalizado”, prosigue. Tampoco crecen ‘routers’ en un terreno despoblado. Al viajar por una zona no habitada, “tendría en cuenta las antenas de telefonía y, según el número, la precisión podría ser de cientos de metros o de kilómetros”, aclara el experto de la UPM. El error del GPS es mucho menor (de hasta 10 metros), pero no funciona en interiores porque no llega la señal de los satélites.

El sistema operativo manda

El método al que recurrirá el teléfono en cada caso va a depender de la precisión aproximada especificada por el programador y de la elección que haga el sistema operativo. “La aplicación puede pedir al dispositivo que le avise de cambios en la geolocalización con diferentes precisiones y es el sistema operativo el encargado de elegir la herramienta para obtener la localización”, nos explican los desarrolladores de B&V Apps. Las ‘apps’ de navegación para vehículos, por ejemplo, necesitan conocer cada mínimo cambio de posición.

Además, una alta precisión implica que la herramienta consumirá más batería. “El GPS gasta muchísima energía, la wifi bastante menos y las antenas nada, porque el móvil tiene que conectarse a ellas de todas maneras”, indica Serradilla.

Entonces, ¿qué ocurre con el Tinder de María? No sabemos cada cuánto tiempo actualiza la ubicación de los usuarios, o si lo hace solo al abrir la aplicación, pero sí que antes de mostrar los perfiles envía los datos de posición a un servidor que gestiona “quién puede ver qué cosa”, dice Serradilla. “El móvil solicita al servidor la posición de todas las personas cercanas que su dueño esté autorizado a ver”, prosigue.

Este intercambio de información tardará al menos unos segundos. “Es de esperar que haya cierto desfase desde que el dispositivo envía su localización a los equipos de la empresa hasta que éstos le suministran los datos”, advierte Serradilla. En ese corto periodo de tiempo, un AVE que supere los 300 kilómetros por hora (unos 83 metros por segundo) habría avanzado más de un centenar de metros.

A la variabilidad temporal causada por las comunicaciones con el servidor habría que añadirle la debida a los intervalos entre actualizaciones de posición − una información que Tinder no ha desvelado −y la espacial, introducida por el sistema de localización que utilice el sistema operativo.

Esto significa que cada vez que abrieran la aplicación, los viajeros podrían elegir constantemente entre personas que han tomado el mismo tren, pero la aplicación mostraría con cierto desfase los perfiles de los habitantes de localidades cercanas a las vías.

Tampoco hay que olvidar que, más allá de la posición, los algoritmos de Tinder hacen sus propias cábalas para seleccionar a unos u otros usuarios. “El servidor que respalda la aplicación utiliza diversos factores, además de la ubicación, para determinar sus elecciones y asignar los perfiles recomendados”, inciden desde B&V Apps.

Tinder lleva más de tres años facilitando ‘matches’, pero continúa despertando dudas entre sus más de nueve millones de usuarios diarios activos. Los responsables de la aplicación guardan con recelo los secretos técnicos de su funcionamiento. Si la propia aplicación tuviera un perfil, sería de los que no dicen mucho acerca de su dueño.

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La segunda imagen de este artículo es propiedad de Denis Bocquet