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Merkel y Macron se quedan con el poder político y económico de la UE y colocan a Borrell al frente de la diplomacia

Macron y Merkel en el lugar del armisticio de 1918.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

Parecía que era el final de la gran coalición popular y socialista. Parecía que los socialistas, con los liberales, podían dar la vuelta a la hegemonía popular de los tres últimos lustros. Parecía que los equilibrios que reinaban Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial iban a recolocarse. Parecía, incluso, que la alianza entre Pedro Sánchez y Emmanuel Macron podía crear un nuevo eje dominante en Europa, después de la pérdida de peso de Reino Unido, que se encuentra de salida de la UE, y de la jubilación anunciada por la canciller alemana, Angela Merkel.

Pero no.

Si uno de los pilares en los que se levantó el edificio institucional comunitario era la cooperación entre socialdemócratas y democristianos, el otro pilar tenía que ver con la paz y la reconciliación entre Francia y Alemania, protagonistas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, vecinos que se han matado durante siglos y que fueron la razón para crear los cimientos de la Unión Europea.

Robert Schuman, ministro francés de Exteriores, pronunció el 9 de mayo de 1950 una declaración que alumbró la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Hacía cinco años que había acabado la Segunda Guerra Mundial –de hecho, el 9 de mayo de 1945 fue declarado por la URSS Día de la Victoria–, y se trataba de evitar una tercera a través de una alianza de paz entre Francia y Alemania.

Desde entonces, la locomotora francoalemana ha ido marcando el paso y el camino de la UE. Sin embargo, en las últimas semanas, tras las elecciones del 26 de mayo, Pedro Sánchez y Emmanuel Macron han visibilizado una sintonía que conseguía dos objetivos: orillar a los populares europeos y a su jefa suprema, Angela Merkel.

Hasta hoy.

Porque este martes, en Bruselas, después de tres días de negociaciones sin fin, de noches en vela y reuniones poliédricas, las cosas han vuelto a su ser, la UE se ha reconciliado con su tradición: Macron ha dejado de trabajar en contra del candidato alemán, Manfred Weber, para colocar al representante socialista, Frans Timmermans, al frente de la Comisión Europea, el hombre por el que ha negociado hasta el final Pedro Sánchez.

El eje francoespañol fue un espejismo, mientras que el eje francoalemán es el espejo en el que se mira la UE. Y fruto de ello, han acabado con el experimento de los spitzenkandidaten, un amago democratizante por el que el presidente de la Comisión Europea se referenciaba en las listas electorales de las europeas; y se han repartido los principales puestos: el poder político y el poder económico. Es decir, la presidencia de la Comisión Europea se queda en una alemana, la ministra de Defensa de Merkel, Ursula von der Leyen –no ex jefa de Gobierno, como sí lo fueron Juncker, Durao Barroso y Prodi–; y la presidencia del Banco Central Europeo, en la francesa Christine Lagarde, directora gerente del FMI, una de las patas de la troika que operó diseñó el diktat de la austeridad para responder a la crisis económica.

Macron está contento con Lagarde, continuista con las políticas de Mario Draghi, puesto que ha entrado en la negociación del paquete político, a pesar de que los líderes se habían comprometido a hacerlo en otro momento y lugar por considerarlo más “técnico”.

Merkel conserva el poder político para su familia política, después de haber dejado caer a Manfred Weber. Incluso lo conserva para el gabinete de su Gobierno. Y Francia se queda con la política monetaria europea, el BCE.

En el siguiente escalón de puestos principales están la presidencia del Parlamento Europeo, del Consejo Europeo y la jefatura de la diplomacia europea.

Esta última se la queda España, el socialista Josep Borrell. Sánchez, después de ejercer de negociador socialista para colocar a Timmermans al frente de la Comisión, se reserva para España el Alto Representante para la Política Exterior, puesto hasta ahora ocupado por la italiana Federica Mogherini –también socialdemócrata–. Sánchez ha dejado, así, de batallar por la causa de la familia socialdemócrata para lograr un triunfo español: uno de los cinco top jobs, aunque sea el que menos capacidad de influencia tiene del Ejecutivo comunitario porque los viajes hacen que se pierda la mitad de las reuniones de los colegios de comisarios; y la política exterior es competencia nacional no delegada en la UE, que, además, se rige por consenso, lo que hace muy difícil tomar decisiones y tomarlas de forma rápida.

Los socialdemócratas también aguantan la presidencia de la Eurocámara la mitad del mandato –sonó el exprimer ministro búlgaro Sergéi Stanishev, salpicado por casos de corrupción, y más tarde David Sassoli–, y el Partido Popular Europeo. Así, el reparto del Parlamento Europeo replicaría el modelo precedente, de Antonio Tajani –PPE– y Martin Schulz –S&D–. Todo parecía indicar que la cuota popular sería el spitzenkandidat alemán, Manfred Weber, pero no estaba confirmado.

Precisamente Martin Schulz ha llamado a la rebelión contra el acuerdo sellado en el Consejo Europeo.

“Es una victoria de Orbán y compañía. Se han opuesto a Timmermans, quien defendía el Estado de Derecho. Los jefes de Gobierno están matando el proceso de los spitzenkandidaten con Von der Leyen, que era la ministra más débil”, ha tuiteado Schulz.

En efecto, los cuatro de Visegrado –Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia– batallaron contra Timmermans, el mismo que abrió procesos contra Hungría y Polonia por violar el Estado de Derecho y saltarse los principios de la UE. Y estos cuatro, ahora, aplauden a Von der Leyen. Detestaban la idea de Timmermans, y tampoco querían a Weber, que votó a favor de la censura de Hungría en el Parlamento Europeo y de la suspensión de Viktor Orbán del Partido Popular Europeo.

Por eso los socialdemócratas de la Eurocámara se han mostrado muy refractarios al acuerdo, en particular por la oposición de los socialdemócratas alemanas, que cogobiernan con Merkel.

“La propuesta es muy decepcionante, nuestro grupo se ha mantenido firme en defensa de la democracia europea y el proceso de spitzenkandidaten, que no queremos que muera. Es inaceptable que gobiernos populistas representados en el Consejo hayan tumbado al mejor candidato sólo porque defendía la defensa del Estado de Derecho y los valores europeos”, ha dicho la presidenta de los socialdemócratas en la Eurocámara, Iratxe García.

La tercera familia, la liberal, se queda con el Consejo Europeo, puesto que ahora ocupa un popular, el polaco Donald Tusk. Son los que crecen de poder, a costa del PPE, mientras que los socialistas se quedan como estaban –Alto Representante y media legislatura al frente de la Eurocámara–. El primer ministro belga, Charles Michel, es el elegido: retrocedió en las últimas elecciones belgas, el 26 de mayo, y se encuentra en funciones desde enero tras la salida del Gobierno de los nacionalistas flamencos de la N-VA.

Los liberales también ganan una segunda vicepresidencia de la Comisión, para su siptzenkandidat, Margrethe Vestager; mientras que el socialista Timmermans sigue como vicepresidente primero.

Después de unas elecciones que parecían cambiar los equilibrios de poder históricos en la Unión Europea, tres días a puerta cerrada han devuelto las cosas a su origen: Merkel y Macron se quedan con el poder político y económico de la UE. Y dejan a Borrell al frente de la diplomacia.

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