OPINIÓN

Soy escritor, pero me he quedado sin palabras para describir las atrocidades de Putin en Ucrania

Novelista ucraniano —

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Antes, mi mujer y yo apenas comíamos pan. No, a menos que estuviéramos en el pueblo donde a veces pasábamos los fines de semana cuando salíamos de nuestra casa en Kiev. El pan que comprábamos en el pueblo era siempre más sabroso que el de la ciudad. En el campo ucraniano hay una larga tradición de tener mucho pan en la mesa y de comerlo con mantequilla y sal, o mojándolo en leche. También dábamos siempre pan mojado en leche fresca de vaca a los niños pequeños, les encanta.

Desde que llegamos al oeste de Ucrania donde, como cientos de miles de personas en el país, buscamos estar relativamente seguros, comemos mucho más pan que antes. A nuestros hijos siempre les ha gustado el pan recién hecho. Les encanta preparar bocadillos y comérselos. En la tienda de nuestro pueblo comprábamos nuestro pan favorito de Makariv, un pan blanco, suave y con forma de ladrillo. Lo horneaban en la conocida panadería de Makariv que está a 20 kilómetros de nuestro pueblo. De vez en cuando, se podía encontrar este pan en Kiev, pero solo en pequeñas tiendas de barrio, no en supermercados.

Llevo varios días pensando en ese pan de Makariv, recordando su sabor. Solo que ahora, al recordarlo, siento el sabor de la sangre en los labios, como cuando era niño si alguien me partía el labio en una pelea. La panadería de Makariv fue bombardeada hace unos días por el Ejército ruso mientras los panaderos estaban trabajando. Puedo imaginar el olor intenso que les rodeaba en el momento anterior al ataque. En un instante, 13 trabajadores de la panadería murieron y nueve resultaron heridos. La panadería ya no existe: el “pan de Makariv” es cosa del pasado.

Pan mezclado con sangre

Hace tiempo que se me acabaron las palabras para describir el horror que Putin ha traído a la tierra ucraniana. Ucrania es la tierra del pan y del trigo. Incluso en Egipto, el pan y los pasteles se hornean con harina ucraniana. Ahora es la época del año en la que hay que preparar los campos para la siembra, pero este trabajo no se está llevando a cabo. El suelo de los campos de trigo está lleno de metal: fragmentos de proyectiles, trozos de tanques y coches que han volado por los aires, restos de aviones y helicópteros derribados. Y todo está cubierto de sangre. La sangre de los soldados rusos que no entienden por qué luchan y la sangre de los soldados y civiles ucranianos que saben que si no luchan, Ucrania dejará de existir. En su lugar habrá un cementerio con una caseta de vigilancia y una especie de gobernador general enviado desde Rusia que se sentará a vigilarlo.

El pan se mezcló con la sangre también en Chernihiv cuando los bombarderos rusos lanzaron bombas no guiadas, bombas “tontas” sin un sistema de guía, en una plaza junto a una panadería. La gente había hecho cola fuera, esperando comprar pan recién horneado y caliente. Alguien salía de la tienda con una bolsa. Muchas personas murieron en este bombardeo. Amnistía Internacional ha documentado este crimen cometido por el Ejército ruso.

Cada día la lista de crímenes se hace más larga a medida que se añaden más y más acciones de Putin: el tiroteo a jóvenes voluntarios que llevaban comida al refugio de perros de Hostómel; el asesinato de carteros que entregaban un cheque con las pensiones a residentes ancianos en la región de Sumy; el asesinato de cinco personas en un ataque a la torre de televisión de Kiev. La lista es interminable. Sin duda, aún no conocemos todos los crímenes que se han cometido, pero definitivamente los conoceremos todos, y la lista se presentará en un nuevo juicio de Nuremberg. No importa dónde tenga lugar. Lo principal es que sepamos quién será juzgado.

Los juristas internacionales ya han comenzado a recabar las pruebas de los crímenes. Los ucranianos esperan el veredicto sobre los asesinos y criminales de guerra. Pero, por ahora, deben sobrevivir bajo el bombardeo del ejército ruso. Pasan las noches en sótanos, en refugios antibombas, en cuartos de baño. Los últimos consejos que circulan por Internet dicen que, en caso de bombardeo, los lugares más seguros son el interior de una bañera de hierro fundido o los pasillos interiores donde no hay ventanas.

De repente, los habitantes de Kiev sienten mucho más apego por su metro, uno de los más bellos y de mayor profundidad del mundo. Ya no es un medio de transporte, sino un refugio, como si se tratara de una película apocalíptica. Está cubierto con los signos de la presencia permanente de “pasajeros” que no viajan y hay espacios habitables por todas partes. Los andenes de la estación se están convirtiendo en cines donde se proyectan películas gratuitas: infantiles por la mañana y para un público más amplio a última hora del día. En 14 estaciones del metro de Kiev ya se han colgado o se están colgando grandes pantallas. Se ofrece constantemente té y ya hay Internet, aunque la conexión es mala. No hay suficientes aseos, pero la gente no se queja si tiene que hacer cola durante 40 minutos o más. Todos esperan pacientemente. Esperan el final de la guerra y el comienzo del juicio, un juicio que todo el mundo tendrá que seguir, como todo el mundo siguió los de Nuremberg.

La historia nos juzgará

Y en Rusia ¿qué piensan de los juicios futuros? Me temo que no piensan en ello. Ahora están demasiado ocupados comprando dólares y euros. Las sanciones dirigidas al sector bancario han hecho que el valor del rublo caiga en picado, provocando el pánico. El pánico se observa también en la frontera ruso-finlandesa, a través de la cual muchos rusos intentan ahora abandonar su patria. Son los que se avergüenzan de permanecer en Rusia y los que podrían ser reclutados por el ejército, los que no quieren morir o no quieren matar o no quieren ser carne de cañón para el Kremlin.

Algunos soldados rusos capturados han pedido permiso para quedarse definitivamente en Ucrania. “¡La cárcel nos espera si volvemos!”, dicen.

En las fronteras de Ucrania con Moldavia, Rumanía, Hungría, Eslovaquia y Polonia sigue habiendo colas de refugiados. Se dice que algunos ucranianos intentan salir del país con pasaportes rusos falsos. Estos son los que tampoco quieren luchar. No los juzgaré. Que el tiempo y la historia nos juzguen a todos.

Me alegro de que, en estos momentos tan difíciles, la mayoría de los ucranianos hayan mantenido su humanidad y traten de ayudarse mutuamente. Se ha anunciado la movilización, pero no se lleva a nadie al ejército por la fuerza. Los que quieren defender su patria acuden a las oficinas de registro y alistamiento militar y se inscriben. La mayoría de las veces se les pide que dejen un número de teléfono y que esperen una llamada. Hay muchos que quieren luchar contra los invasores, pero no todos los que quieren luchar están realmente listos para participar en una acción militar.

Cómo entender a Rusia

En los últimos días, me da pavor entrar en Facebook. Cada vez veo con más frecuencia publicaciones de jóvenes ucranianas que declaran su amor por sus maridos muertos. Conozco a algunas de estas mujeres y he conocido a sus maridos. No puedo leer estos gritos de desesperación lanzados al pozo sin fondo de Internet sin llorar. Pero tampoco puedo no leerlos. Quiero ver y escuchar todo lo que está ocurriendo ahora en mi país.

Sé que en el Melitópol ocupado, en el sur de Ucrania, han comenzado las detenciones de activistas tártaros de Crimea y otros activistas. Sé que los trabajadores de la central nuclear de Chernóbil han sido retenidos en el interior de la central por los invasores rusos, que les han quitado los teléfonos móviles y que no se les ha permitido salir de la central desde hace más de una semana. Los propagandistas de la televisión moscovita han ido allí bajo la protección de los militares rusos para hacer reportajes. No sé qué dicen en Rusia sobre esta guerra, sobre la capturada central nuclear de Chernóbil, sobre la también capturada central nuclear de Zaporiyia, que sigue funcionando. ¿Por qué necesitan esta instalación atómica no militar? ¿Están planeando chantajear a Ucrania y al mundo? ¿Por qué bombardean hospitales y escuelas de niños? ¿Por qué destruyen zonas residenciales de Chernígov, Borodianka, Járkov y Mariúpol? ¿Por qué bombardean panaderías y tiendas de pan? No tengo respuestas a estas preguntas.

“¡No se puede entender a Rusia con el cerebro!”, escribió el poeta ruso del siglo XIX Fiódor Tiútchev.

Estoy de acuerdo con él, pero sigo teniendo una pregunta: ¿Cómo se puede entender a Rusia en algo si el cerebro no ayuda?

* Andrey Kurkov es un novelista ucraniano y autor de Muerte con pingüino (Blackie Books).

Traducción de Emma Reverter

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