Opinión

Los incel sólo son la versión extrema del sexo bajo el capitalismo

Desde el baño de sangre de Toronto [un ataque misógino que causó la muerte de diez personas], han sido muchos los expertos que se han percatado, tardíamente, de la existencia de la subcultura del “incel” en la Red (celibato involuntario) y ahora hablan extensamente de este modo de entender las relaciones sexuales.

Con frecuencia, la han abordado como si se tratara de una visión del mundo desconocida y ajena. Se trataría de una forma extrema del sexo bajo el capitalismo; una visión con la que estamos muy familiarizados porque está en todas partes y nos ha acompañado durante mucho tiempo. Tal vez el problema con el sexo es el capitalismo.

La esencia de la visión del celibato involuntario es la siguiente: el sexo es una mercancía, acumular esta mercancía da más estatus al hombre, todo hombre tiene derecho a querer acumularla pero las mujeres son, de alguna manera, un obstáculo para que pueda ejercer este derecho, así que además de ser la mercancía son el enemigo. Quieren mujeres de estatus elevado, están furiosos por tener un estatus más bajo pero no cuestionan el sistema que les asigna un estatus determinado o que nos convierte a todos en meros productos y que nos deshumaniza causándonos dolor.

Otro elemento de peso es que se creen con el derecho: si tú no te crees con el derecho a tener relaciones sexuales, tal vez te sientas triste, abatido o solo, pero no enfadado con las personas que en tu opinión están en deuda contigo. Algunas voces han indicado que muchos de estos hombres pueden tener un problema mental o sentirse socialmente aislados. Sin embargo, esto parece propiciar que su rabia explote en Internet.

Su rabia no es la causante de la visión del celibato involuntario, porque está ya estaba muy extendida. Más bien, su rabia hace que sean más propensos a abrazar esta visión, que les permite canalizar su soledad e incapacidad. Muchos de nosotros somos, hasta cierto grado, impermeables a este discurso porque tenemos acceso a otras formas de entender la vida y estamos en contacto con personas que nos quieren. Sin embargo, a todos nos bombardean con la noción de que tenemos un valor en el mercado y que somos meros juguetes o trofeos.

Si piensas que las mujeres son personas que tienen unos derechos inalienables, también crees que las relaciones sexuales heterosexuales, a diferencia de una violación, son actos consentidos y deseados por dos personas. Sin embargo, parece ser que para muchos hombres, y no solo los que abrazan la noción del “celibato involuntario”, la idea de que las mujeres son personas es desconcertante e incluso censurable.

Las mujeres, como simples cuerpos a la espera de tener relaciones sexuales o como una molesto guardián que se interpone entre la posibilidad de que un hombre y una mujer tengan relaciones sexuales; esta visión explica por qué en Internet encontramos un sinfín de consejos para engañar o conseguir confundir al guardián. Y esta noción no solo la encontramos en foros de internet para los que abrazan la visión del celibato involuntario, sino también en películas. Solo tienes que ver Las amistades peligrosas o los trofeos que acumula Casanova.

Esta noción deshumanizadora según la cual la mujer no tendría nada que decir ni puede opinar porque las relaciones sexuales son “actividades de hombres” es anterior al capitalismo.

La guerra de Troya comienza cuando el troyano Paris secuestra a Helena de Troya y la convierte en esclava sexual. En el contexto de la guerra para recuperar a Helena, Aquiles rapta a la reina Briseis y la convierte en esclava sexual después de matar a su marido y hermanos (matar a toda la familia de alguien suele ser bastante antiafrodisíaco). A su vez, su compañero Agamenón también tiene sus propias esclavas sexuales, entre ellas la profetisa Casandra, maldecida por Apolo por negarse a tener relaciones sexuales con él.

Si hacemos una lectura de la guerra de Troya desde el punto de vista de la situación de las mujeres, nos tiene que recordar a lo que el ISIS hizo a las mujeres yazidíes.

Personas Vs. capitalismo

Si el feminismo percibe a las mujeres como personas y el capitalismo las considera meros objetos, entonces ambas visiones del mundo son incompatibles. A pesar de que durante medio siglo se han impulsado reformas y revoluciones feministas, a menudo las relaciones sexuales se perciben bajo el prisma del capitalismo. Las relaciones sexuales son una transacción: el estatus del hombre sube si hace más transacciones, como si se tratara de fichas de poker.

Y es por este motivo que en la biografía que publicó en 1991, la estrella del baloncesto Wilt Chamberlain presumió de haber tenido relaciones sexuales con 20.000 mujeres (lo que llevó a algunos a hacer el siguiente cálculo: estaríamos hablando de 1,4 mujeres al día durante 40 años). ¡Para que luego hablen de la acumulación primitiva!

El presidente de Estados Unidos es alguien que ha intentado sistemáticamente mejorar su estatus al asociarse con mujeres mercantilizadas, y son de sobra conocidos sus comentarios denigrantes sobre mujeres cuyo físico no se ajusta al de una Miss Universo o modelo de la revista Playboy. No estamos ante un caso aislado, sino que se trata de una visión muy arraigada en nuestra cultura y que ahora encarna el presidente de nuestro país.

En cambio, el estatus de la mujer no mejora en función de las experiencia sexuales; más bien, empeora hagan lo que hagan. En The Breakfast Club, hay una escena famosa en la que un personaje femenino exclama: “Si dices que no, eres una mojigata. Si dices que sí, entonces eres una puta. Es una trampa”.

Al recordar recientemente algunas películas para adolescentes en las que había participado, la actriz Molly Ringwald indicó lo siguiente: “Me llevó bastante tiempo comprender la escena final de Dieciséis velas, cuando el fanfarrón Jake, el chico más popular, entrega su novia borracha Caroline a Ted (el empollón) para que este pueda satisfacer sus impulsos sexuales, a cambio de que este le dé la ropa interior de Samantha. El empollón tiene relaciones sexuales con una mujer que es incapaz de dar su consentimiento, lo que ahora consideraríamos una violación pero que en aquel momento se consideró una película de adolescentes”.

Esta visión del sexo como algo que los hombres simplemente obtienen, a menudo intimidando, acosando, engañando, atacando o drogando a las mujeres, está muy extendida. Coincidiendo con la masacre en Toronto, Bill Cosby fue declarado culpable de agresión sexual (concretamente de una de ellas, ya que se han interpuesto más de sesenta denuncias contra el actor). Lo acusan de dar pastillas a sus víctimas para dejarlas inconscientes o para que no puedan oponer resistencia.

¿Quién quiere tener relaciones sexuales con alguien que no está consciente? Parece ser que muchos hombres, si tenemos en cuenta que darle sin que lo vea algún tipo de medicamento o droga a tu cita está bastante extendido, como también lo está emborrachar a estudiantes menores de edad en fiestas de universitarios. Brock Turner, conocido como “el violador de Stanford”, agredió sexualmente a una mujer borracha, inconsciente e incapaz de oponer resistencia.

Bajo esta visión capitalista, también se pueden tener relaciones sexuales con objetos inanimados, no es necesario estar ante un interlocutor vivo. Las relaciones sexuales no se perciben como un intercambio entre dos personas que se pueden tener afecto y mostrarse atentos y con ganas de satisfacer al otro; que, por cierto, los encuentros sexuales casuales también pueden tener estos elementos.

Bajo la visión capitalista, el sexo es algo que una persona consigue sin que la otra persona sea necesariamente considerada persona. Es una versión solitaria del sexo. Los seguidores de la visión del celibato involuntario son hombres heterosexuales que perciben las relaciones sexuales como meras transacciones mecánicas, y quieren acceder a ellas al mismo tiempo que se enfurecen con los que ya las tienen.

No parece haberles pasado por la mente que las mujeres tal vez no quieran intimar con alguien que las odia y quiere hacerles daño, ya que carecen de empatía y de la capacidad de entender cómo se siente la otra persona. Y parece que esta noción tampoco es compartida por muchos hombres ya que poco después de que un partidario de la visión del celibato involuntario fuera acusado de asesinato en masa fueron muchos los que mostraron su comprensión.

El columnista Ross Douthat del The New York Times se hizo eco de la opinión de un libertario: “Si nos preocupa la justa distribución de riqueza, ¿por qué vemos como ridícula la noción de una distribución justa de las relaciones sexuales?”

Parte del problema es que ni a Douthat ni a los libertarios les preocupa la justa distribución de la riqueza, una noción que se considera socialista. Hasta que las mujeres son la “propiedad”. Es entonces cuando están dispuestos a reflexionar en torno a una redistribución que no parece dar más voz y voto a las mujeres que la que dieron a las esclavas sexuales los señores de la guerra durante la Guerra de Troya.

Afortunadamente, alguien mucho más inteligente ya había hecho una acertada reflexión antes de la masacre de Toronto. A finales de marzo, en el London Review of Books, Amia Srinivasan escribió: “Es chocante, aunque no sorprendente, que mientras los hombres que se sienten marginados sexualmente pueden pensar que tienen un derecho sobre el cuerpo de la mujer, las mujeres que se sienten sexualmente marginadas no hablan de derecho sino de empoderamiento. O, si hablan de derechos, hablan del derecho a que se las respete, no a tener derecho sobre los cuerpos de otras personas”.

Es decir, las mujeres que no son consideradas “deseables” cuestionan un sistema que da un cierto estatus o atractivo sexual a un tipo de cuerpo y margina al resto. Nos piden que “redistribuyamos” nuestros valores y atención, e incluso nuestros deseos. Quieren que todos nos mostremos más amables con los demás y descartemos la noción de quién es y quién no es una buena “mercancía”. Nos piden que seamos menos capitalistas.

Lo que resulta aterrador es que los hombres que abrazan la visión del “celibato involuntario” parecen pensar que carecen de placer sexual cuando en realidad de lo que carecen es de empatía y de compasión, y la imaginación que acompaña a ambas virtudes. Esto no te lo da el dinero ni te lo enseña el capitalismo. Tal vez te lo puedan enseñar las personas que te quieren, pero primero es necesario que tú las quieras a ellas.

Traducido por Emma Reverter