Virguerías y filigranas
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Las calles logroñesas que rodean al Parque de la Ribera se convierten cada noche en afluentes que van a reunirse al río Ebro. Una marea de gente de todas las edades va bajando cada noche por esas calles para coger un sitio en el Parque de la Ribera que le permita admirar las virguerías y filigranas que se van a dibujar en el cielo.
A eso de las 22:30 horas, el Parque de la Ribera comienza a llenarse de público expectante. Los juegos infantiles se transforman en paneles de abejas revoloteando, repletos de niños que no se han echado la siesta y que necesitan descargar la energía que les sobra colgándose de una pierna a modo de murciélago, saltando a la pata coja por el puente de madera o resolviendo un enfrentamiento de honor en el tobogán porque uno sube y otro baja.
Hay varios avisos con petardos, pero una vez se apagan las luces de las farolas, ya sabemos que el espectáculo va a comenzar. Entonces todos esos niños se sientan con la boca abierta en los carritos, en un banco o en un trozo de césped junto a sus padres y la fiera que llevan dentro se amansa. El fuego siempre ha sido objeto de adoración y admiración para el hombre, independientemente de la edad y etapa histórica.
Ayer fue el turno de los franceses Brezac Artifices, que propiciaron varios ¡Oh! y unos cuantos ¡Qué bonito! entre el público, pero la cosa comenzó bastante floja y es que los mejores pucheros se hacen a fuego lento.
Al principio los niños se tapan los oídos con las manos, pero una vez se acostumbran al ruido, se dedican a estirar el brazo y extender la mano, como si pudieran coger una de esas luces cegadoras y guardárselas en el bolsillo para siempre.
El público estaba callado, esperando una traca de infarto al final de cada tanda para soltar un: ¡Ohhh! Un grupo de adolescentes se reía de esa onomatopeya y soltaban varios ¡Oh! a destiempo. Lo de los ¡Oh! es como lo del ¡Olé! en los toros. Si se abusa de él, acaba por carecer de sentido.
El espectáculo duró unos 20 minutos
y las calles que rodean al Parque de la Ribera se volvieron a convertir en afluentes caudalosos de gente, que esta vez no iban a reunirse al río, sino que iban dirección Casco Antiguo.
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