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Viajar al pasado para ver el futuro de tu ciudad

23 de agosto de 2025 01:00 h

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Matera es una ciudad con miles de años de historia; hay incluso quien dice que es una de las urbes habitadas de forma continua más antiguas del mundo. Matera es Patrimonio de la Humanidad y ha sido Capital Europea de la Cultura, se alza sobre una colina ahorcada por el curso del río Gravina, como Toledo se erige atada por el Tajo, y presume ante los visitantes de casas e iglesias excavadas en la roca. Matera, según todos los expertos, es una de las visitas imprescindibles en uno de los destinos de moda, la Apulia italiana, aunque esté en otra región llamada Basilicata. Matera, gritan los titulares, es el orgullo de Italia.

La historia de este sitio es bien compleja. Efectivamente, es un asentamiento antiquísimo en el que las cuevas han servido como refugio desde su origen. Nada muy excepcional, salvo por la belleza que le otorgan la ubicación geográfica, la arquitectura y el paso del tiempo. Buena parte de su atractivo recae, en cualquier caso, en el relato. El turista pisa el suelo y posa su vista en la piedra conmovido por lo que ha leído o le han contado, con la satisfactoria sensación de estar dentro de una reliquia que hemos podido salvar de la desaparición.

La ciudad estuvo olvidada por las administraciones hasta que alguien decidió que era un sitio demasiado pobre y excesivamente arcaico para la imagen del país. Durante un tiempo, Matera fue calificada como “la vergüenza de Italia” y sus habitantes se sintieron marginados, como trogloditas que interrumpían el trayecto de toda una nación a la modernidad. Para que eso no ocurriese, un ministro le dijo a un primer ministro que había que vaciar y reubicar a los ciudadanos. Y así ocurrió. Entre los 50 y 60 del siglo pasado, miles de habitantes de Matera fueron forzosamente trasladados a una nueva Matera. Dejaron sus humildes casas excavadas en la roca por sus antepasados y se fueron a unos pisos también humildes pero diseñados por los mejores arquitectos del momento.

Hubo conflicto, hubo protestas y, luego, hubo trauma, pero eso ya no se recuerda. Puede que los años hayan ido puliendo las aristas de ese dolor, pero yo me inclino a pensar que es más una necesidad del guion. Aunque el vaciamiento de Matera tuvo una excusa higienista, su recuperación como atracción turística requiere de una nostalgia dulce que no estropee la experiencia. Hoy en Matera, además de subir y bajar calles empedradas, visitar basílicas y catedrales, tomar un Apperol en una terraza y comer una pignatta en un restaurante tradicional, se puede pagar por entrar a una de esas casas en la roca y comprobar, a través de objetos y muñecos, cómo vivían antes aquí. Pobres pobres.

Aunque las piedras, las viviendas y las iglesias sigan siendo las mismas (rehabilitadas) que acogieron a los materanos, Matera es un museo. Hay algún hogar aún, una bandera palestina por allí, un perro que ladra por allá, pero viven más halcones que personas. Se supone que pasear por aquí es como viajar al pasado, pero la sensación también puede ser la de estar visitando el presente de muchas ciudades. Y su futuro. Matera es un escenario, la recreación de una vida que ya fue. No es muy distinta, por eso, de Malasaña, del Gótico, de De Wallen, de Montmatre o del Soho.