Valentín Álvarez no para de darle vueltas a lo ocurrido el 10 de diciembre, cuando el proyecto en el que ha volcado los últimos 40 años de su vida sufrió un mazazo. Cuatro agentes de la Guardia Civil se presentaron en el museo popular y autogestionado donde la asociación vecinal Vicus Albus atesora la historia de Vicálvaro. Los propios residentes crearon y sostienen, sin ningún apoyo público ni privado, esta recopilación de archivos y objetos. Registros que parecían condenados al olvido, sobre todo desde que en 1951 el otrora municipio independiente se convirtiese en un distrito más de Madrid.
Las autoridades les obligan ahora a retirar unas armas que exponen desde hace décadas, o bien a oficializar la condición de museo del recinto, un proceso para el que no cuentan con los suficientes medios económicos, técnicos, ni humanos. Si no ejecutan ninguna de estas dos opciones, requisarán estos elementos, que de momento permanecen expuestos en la sede de Vicus Albus, en el número 9 de la calle de Villajimena.
“Un capitán y tres agentes preguntaron si teníamos armas. Yo les enseñé una pistola del siglo XIX llena de óxido, que solo vale para exponer. También dos obuses que no son ningún peligro, porque están taladrados, que en su día me entregó un vecino”, apunta Valentín. “Entre las piezas señaladas está un antiguo bastón del sereno de Vicálvaro, porque dentro tiene un estilete. He tenido que cortarla con una radial, es una desgracia. Entiendo que aquí el tema es que los exponemos al público, pero nadie se mete con el cuchillo jamonero que tengo en la cocina, que también es un arma”, denuncia.
Pero la mayor preocupación está en el porvenir de uno de los objetos más característicos de este museo oficioso, el que recibe a los visitantes en la entrada del recinto. “¿Dónde meto el cañón?”, se pregunta. Se trata de un cañón obús procedente del cuartel Capitán Guiloche, cedido en 1994 por el que fuera su coronel, el capitán Alfonso Pardo de Santayana y Coloma (a la postre jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra). “Es algo muy característico de Vicálvaro. Mucha gente no conoce el museo, pero sí el cañón. Le tienen mucho cariño. De hecho no deja de ser curioso, incluso negligente y un ejemplo de dejación de funciones, que vengan a exigir su retirada cuando lleva 31 años colocado a la vista de todo el mundo”, dice Valentín.
Su vinculación personal y emocional con el cañón es tal que todavía conserva y expone la carta en la que Pardo de Santayana autorizaba el traspaso. “Ya he dado órdenes para que le sea entregada”, recoge el documento oficial en relación con la pieza de artillería. En la parte inferior del folio, escrito a mano, el militar da más detalles sobre el donativo: “Como antiguo miembro del Regimiento de Artillería número 11 me alegro mucho de hacer esta donación, pues viví casi cinco años en Vicálvaro”. Ahora Valentín quiere proteger el obús a toda costa. El resto de elementos puede apartarlos y conservarlos cuando se haga con el carné de coleccionista de armas, por mucho que le duela no mostrarlos al público. Pero en este caso no cabe esa posibilidad y teme que, si la Guardia Civil lo confisca, “termine destruido o convertido en acero”.
Nacido en Badajoz en 1956 y vecino de Vicálvaro desde los setenta, el interés de Valentín por la memoria archivista y material del lugar se remonta a 1982, cuando dos estudiantes de Magisterio le contactaron para un trabajo de fin de carrera sobre la zona: “Yo llevaba ya dos años de policía municipal [ya lleva largo tiempo jubilado], lo que me daba acceso a una oficina de la Junta de distrito. Me puse a buscar. En una biblioteca encontré la primera noticia de Vicálvaro que me llamó la atención. Era de 1576. ¿Y esto tan antiguo? No tengo carrera universitaria ni soy historiador, pero me picó la curiosidad. Iba a los archivos, encontraba documentos. Esa pasión fue in crescendo”, contaba en 2021 en una entrevista a elDiario.es.
“En estos 43 años hemos reunido una ingente cantidad de objetos y documentos. Además, organizamos muchos paseos y visitas al público”, expone Valentín en conversación con Somos Madrid. Este “Museo de Vicálvaro” se ha convertido así en un espacio único en la ciudad, tanto por su autogestión completa como por la variedad y profundidad de su colección popular. El documento más antiguo, una relación de los pueblos de Madrid y lo que pagaban a la Iglesia, data de 1352. Los vestigios incluyen fotografías de la necrópolis visigoda destruida para construir el PAU de Los Ahijones, antiguos aperos de labranza, el horno de la tahona, el bastón del sereno, material de la fábrica de Valderrivas, la lápida de seis alemanes de la Legión Condor que murieron en Vicálvaro antes de acabar la Guerra Civil, hitos delimitadores de fincas o una piedra para marcar el cordel de Pavones, una vía pastoril que salía de la Cañada Real.
Pero de entre todas las reliquias, la vertiente bélica genera en Valentín una especial pasión, un genuino entusiasmo que traslada al instante. Insiste una y otra vez en que “donde ahora está el campus de la Universidad Rey Juan Carlos operó durante 250 años [desde el siglo XVIII hasta la pasada década de los ochenta] un cuartel militar, una cosa que no saben ni siquiera la mayoría de estudiantes de la propia Universidad”. “La gente se queda pasmada cuando vienen. Se preguntan cómo puede ser que no hayan transformado lo que hemos hecho en un museo municipal”.
La oficialidad del museo como salvación y obstáculo
Este es precisamente el salvavidas para mantener el proyecto en su concepción original, aunque el proceso no es nada sencillo. Desde la Especialidad de Intervención de Armas y Explosivos de la Guardia Civil le otorgaron un primer plazo de 20 días naturales (expirado el pasado 30 de diciembre y que él ha cumplido con días de margen) en el que tan solo debía trasladar si van a emprender el procedimiento para la conversión en museo. Después de consultar a conocidos y compañeros de Vicus Albus conocedores del procedimiento al respecto, lo considera “casi imposible”, pero no está dispuesto a cesar en su empeño: “Hemos solicitado a la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid la declaración de museo, aunque los trámites y los gastos en aspectos como las medidas de seguridad requeridas nos superan”.
Las reformas que deberían encarar son todavía más costosas precisamente por la exposición de armas. Entre estas intervenciones está la colocación de puertas de acero o la instalación de una alarma que, al activarse, llama automáticamente a la policía. “La nuestra ahora avisa al vecino de enfrente”, dice para ilustrar los modestos medios con los que cuentan. Se enfrentan a unos procedimientos impensables para una asociación vecinal sin ánimo de lucros con unos 200 socios que pagan 14 euros al año. “Pusimos la cuota en 1986 y la mantenemos”, recordaba Valentín.
En cualquier caso, ansía que pasen ya las fechas navideñas: “Ahora mismo nadie me atiende cuando llamo. Quiero que vuelva todo el mundo a sus puestos, que abran de nuevo los despachos y que, al menos, haya alguien al otro lado del teléfono para decirme exactamente lo que me hace falta”. Porque si algo caracteriza a Valentín es su tenacidad: “El reglamento no está hecho para que un museo nazca de una asociación vecinal, pero nosotros llevamos 43 años luchando por un museo que Vicálvaro se merece”.
A la búsqueda de un espacio municipal
La noticia ha caído como una bomba precisamente cuando Valentín negocia con la Junta Municipal de Vicálvaro algún espacio donde derivar parte de su colección: “Nosotros ya habíamos solicitado al concejal presidente, Ángel Ramos, trasladar el museo por la ingente cantidad de objetos, aunque conserváramos aquí el archivo”.
Aclara eso sí que, de concretarse, el problema sería el mismo: “La Junta no va a asumir la carga económica de nombrar a un director de museo o varios funcionarios. Tampoco las medidas de seguridad que requieren las armas. Se llamará colección histórica de Vicálvaro, o algo así, aunque como antiguo pueblo de Madrid anexionado a la fuerza se merece un museo. Si no es así, aceptaré la rendición con los términos que me den”. Reconocido escéptico de la inclusión del hoy distrito dentro del término municipal de Madrid (pese a que este hecho se produjera antes incluso de su nacimiento), Valentín aborda de este proceso como si se tratara de una de las batallas documentadas en su museo.
La Junta no va a asumir la carga económica. Se llamará colección histórica de Vicálvaro, o algo así, aunque como antiguo pueblo de Madrid anexionado a la fuerza se merece un museo. Si no es así, aceptaré la rendición con los términos que me den
Lo cierto es que fuentes de la Junta de Vicálvaro confirman a este periódico que esta derivación está sobre la mesa, aunque no aclaran el calificativo exacto que tendría ese hipotético espacio (museo, centro cultural, centro documental...). Sí confirman que “se han mantenido conversaciones informales con la asociación Vicus Albus”. Precisan que, una vez “los interesados planteen de manera formal” sus demandas, “la Junta de distrito les dará respuesta a ellos en primer lugar”.
Aunque no deja de preguntarse qué hacer con el cañón mientras recuerda las sonrisas de sus vecinos cuando les cuenta cómo lo consiguió, Valentín no pierde el tiempo: “Estoy preparando un escrito que quiero llevar al pleno de enero de la Junta de Vicálvaro. No tienen competencias sobre lo que pueda ocurrir con las piezas, pero quiero pedirles un apoyo institucional dentro del ordenamiento jurídico para que no se las lleven”.
Tan obcecado está en resolver el embrollo, que no quiere saber nada de posibles delatores que pusieran a los agentes sobre la pista con más de tres décadas de retraso: “Desde la Guardia Civil nos dicen que no ha habido denuncia, que lo vieron en un reportaje de Telemadrid y en otros medios. Yo no tengo por qué dudar de su palabra”. Así es Valentín, alguien que todavía confía en la honradez de los demás, por mucho que sea un hombre de armas tomar.