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El policía que montó un gran museo popular en Madrid con aportaciones de todo su barrio

Valentín González, fundador y presidente de Vicus Albus

Analía Plaza / Fotos: Patricia J. Garcinuño

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Todos los días, Valentín González (Badajoz, 1956) se levanta, deja a su mujer en el trabajo y cuando vuelve, a eso de las ocho y media, se mete en el local.

“Me lío a hacer cosas hasta la una y media. Como, me echo la siesta y vuelvo otra vez. Estoy aquí mañana y tarde sin ningún problema”, cuenta.

El local, situado frente al campus madrileño de la Universidad Rey Juan Carlos, antes fue piso piloto, centro de mayores y centro de formación juvenil. “En el 90 hablé con el concejal y pedí un sitio. Es propiedad municipal. Lo remodelamos en 2015 gracias a una partida de 50.000 euros que dejó la última concejala del PP, Carmen Torralba”, continúa. El actual concejal del distrito, el escritor Martín Casariego, de Ciudadanos, tardó en visitarlo. Del Gobierno anterior fue Manuela Carmena. Del presente ha ido Begoña Villacís —que “no dejó de sonreír en toda la visita”— y Almeida y Andrea Levy están invitados.

“Le dije a Levy: ¿es usted de Cultura y no ha venido al Museo de Vicálvaro? No sabe lo que se está perdiendo”.

Valentín, policía municipal ya jubilado, lleva más de treinta años dedicado en cuerpo y alma a este gran museo popular. Guarda, clasificados con número y descripción, varios centenares de objetos y más de 60.000 fotografías sobre la historia de Vicálvaro. La asociación que preside, Vicus Albus, trabaja en su investigación y difusión.

Vicálvaro es hoy uno de los 21 distritos de Madrid, de los más extensos y de los que más van a crecer, pues sobre él están proyectados los desarrollos de El Cañaveral, Los Berrocales y Los Ahijones. Pero hace setenta años Vicálvaro era un pequeño pueblo independiente de Madrid. Un pueblo que acogió la Real Fábrica de Tejidos de San Fernando —que luego fue un cuartel y hoy es el campus universitario— en el siglo XVII, cuando la corte decidió trasladarla por las enfermedades que brotaban en su emplazamiento original. Un pueblo que, como el de Vallecas, abastecía de pan a Madrid. El pueblo en el que Portland Valderrivas, uno de los principales fabricantes de cemento de España y hoy en manos del magnate Carlos Slim, abrió su primera fábrica fuera de Navarra. Demolida en 1999, ese espacio lo ocupa ahora un nuevo barrio llamado Valderrivas.

Le dije a Andrea Levy: ¿es usted de Cultura y no ha venido al Museo de Vicálvaro? No sabe lo que se pierde

Vicálvaro fue uno de los trece pueblos anexionados a Madrid en la década de los 50. “Se perdió la identidad. Las fiestas. La autonomía municipal. No es lo mismo disponer de un equipo de concejales que tener uno y depender de Madrid. Hasta para hacer una zanja tienes que ir”, explica con desilusión Valentín. “Los pueblos que no pasaron a Madrid, como Coslada, Leganés, Getafe o Majadahonda, están mucho mejor que estos distritos”.

Fueron la curiosidad y las aportaciones del pueblo las que dieron forma al museo, que sigue vivo e incorpora nuevos objetos con asiduidad. El último ha sido un cuadro que recrea la plaza del Ayuntamiento original, demolido en 1974 y del que Valentín conserva la barandilla del balcón y la mesa del alcalde. Como no había dinero suficiente para comprarlo, recaudó fondos extra entre vecinos y amigos de la asociación. Vicus Albus tiene 220 socios que pagan catorce euros al año (“pusimos la cuota en 1986 y la mantenemos”) y suele recibir una subvención municipal, que este año ha sido de 2.300 euros. Cuesta encontrar un museo similar en la ciudad: creado y sostenido por los vecinos, sin un mecenas único que haya donado sus fondos. El Museo Popular de Madrid, quizá el más parecido en la forma, está en una corrala rehabilitada por el Ayuntamiento, sostenido por la Universidad Autónoma y la mayoría de sus fondos proceden de la donación de Guadalupe González-Hontoria, fundadora y académica de la Real Academia de la Historia.

“Aquí sin la gente del pueblo no somos nada”, recalca Valentín. “Al principio yo pedía fotografías, hacía copias y las devolvía. En el 86 dimos de alta la asociación porque la gente preguntaba cómo participar. A finales de los 90 había más confianza y nos daban objetos”.

El documento más antiguo data de 1352: es una relación de los pueblos de Madrid y lo que pagaban a la iglesia. Entre las reliquias hay de todo: fotografías de la necrópolis visigoda destruida para construir el PAU de Los Ahijones, antiguos aperos de labranza, el horno de la tahona, el bastón del sereno, material de la fábrica de Valderrivas, la lápida de seis alemanes de la Legión Condor que murieron en Vicálvaro antes de acabar la Guerra Civil, hitos delimitadores de fincas y una piedra para marcar el cordel de Pavones, una vía pastoril que salía de la Cañada Real. Aunque a uno no le interese la historia de Vicálvaro, el entusiasmo con el que Valentín cuenta el museo no deja indiferente a quien va.

Una obsesión que nació por casualidad

La historia empieza en 1982. “Contactaron conmigo dos estudiantes de Magisterio que querían hacer el trabajo final de carrera sobre Vicálvaro. Yo llevaba ya dos años de policía municipal, lo que me daba acceso a una oficina de la Junta de distrito”, relata Valentín, que había llegado a Madrid desde Extremadura doce años antes. “Me puse a buscar. En una biblioteca encontré la primera noticia de Vicálvaro que me llamó la atención. Era de 1576. ¿Y esto tan antiguo? No tengo carrera universitaria ni soy historiador, pero me picó la curiosidad. Iba a los archivos, encontraba documentos. Esa pasión fue in crescendo. En el 85, las estudiantes dijeron: ya hemos terminado y lo podemos dejar. ¡No jorobes, cómo vamos a dejar esto! Con todas las fotocopias que tengo en casa. Un cura me puso en contacto con un historiador en condiciones y, junto a las estudiantes, presentamos un borrador de la historia de Vicálvaro al Ayuntamiento de Madrid. Se publicó en el 87. Fue el pistoletazo de salida”.

Los pueblos anexionados perdieron parte de su historia. Como no pertenecían a Madrid, no había mucha documentación sobre ellos. Y como luego dejaron de ser independientes, la Comunidad no los incluyó en trabajos posteriores. “Aquí no había nada, había que buscarlo. Para ir a un archivo sin titulación académica necesitaba una carta de presentación de alguien importante. La conseguí de Enrique Tierno Galván. Con ella me dejaron entrar en la Real Academia de la Historia. Después me saqué el carné de investigador, que me permitió entrar en el archivo histórico nacional”, continúa.

El propio Tierno Galván ideó en aquella época la publicación de un libro por distrito. No salieron todos: el de Vallecas no llegó hasta 2001. Lo encargó Ángel Garrido —vallecano, entonces concejal del distrito, expresidente de la Comunidad y hoy consejero de Transportes— a un equipo de investigadoras del CSIC. “La diferencia fue que al resto les pagaron y nosotros lo hicimos gratis”, dice Valentín. “En el de Ciudad Lineal aparecía información nuestra. La directora general de Turismo les dio nuestro borrador a las autoras, amigas suyas. Me tenías que ver buscando a Juan Barranco [el siguiente alcalde] para ver por qué habían copiado eso sin mi permiso”.

El celo de Valentín con las investigaciones y objetos de la asociación sigue presente. Cuenta que el equipo municipal de Carmena “le puso la cruz” cuando se negó a dar la llave de una vitrina que tiene fuera del museo, con fotografías antiguas de vecinos, a la coordinadora del distrito. “Ese expositor nos lo dio un socio y el Ayuntamiento nos permitió colocarlo. Me llamaron pidiendo la llave para colocar publicidad. Dije que me dieran los carteles porque la llave es de Vicus Albus. El continente es suyo, pero el contenido es nuestro. Nos quitaron la subvención de proyectos culturales durante tres años”, explica.

A partir de enero, el Ayuntamiento incluirá al museo en las visitas de Pasea por Madrid. “Me llamó la responsable y preguntó si lo explicaba su guía o yo. ¿Cómo va a explicarlo su guía?”, ríe Valentín. “Hasta ahí podíamos llegar. ¿Le doy unas clases antes? Nada, que se olvide. Además la pasión que yo le pongo no la va a poner otro nunca”.

Un guía ajeno al museo necesitaría tiempo para aprender los entresijos de cada elemento. Que en la sección sobre Valderrivas hay una película de la vida en la fábrica y en su colonia de viviendas que Valentín espera digitalizar con ayuda de la Filmoteca. Que los diarios oficiales del antiguo tren de Arganda (que pasaba por Vicálvaro) los cedieron los trabajadores de la colonia del Ferrocarril cuando la Comunidad se quedó con las vías para la línea 9 de Metro. Que Felipe IV vendió la jurisdicción del pueblo de Vicálvaro a un almirante de la Armada Real pero Madrid intervino para que la operación no se efectuara. Que, junto al cura, Valentín puso en marcha el reloj de la iglesia y organizó un referéndum para decidir si debía sonar o no (ganó el sí). O que, gracias a una donación, descubrió que el cementerio reutilizaba las lápidas.

El museo tiene por delante dos retos. El primero es la digitalización de todo el archivo, que Valentín hace a mano. Hasta la pandemia le ayudaban dos personas mayores que dejaron de ir por motivos de seguridad. “Los responsables de Memoria de Madrid, un catálogo digital del archivo de la Villa, nos lo ofrecieron. Pero necesitamos internet en el local. Iríamos un poco asfixiados”, dice. “Hace poco hemos empezado a pagar un seguro y son 400 euros anuales”.

El segundo y más importante, encontrarle un sucesor. “¿Qué pasará cuando no esté yo? Pues no lo sé, podemos grabar un vídeo y dejarlo puesto. A mis hijos esto no les interesa y de los 220 socios ninguno quiere venir aquí. Es normal: la gente tiene que buscarse el pan. Yo he podido dedicarme a esto gracias a haber sido policía, pero para alguien que trabaja de mañana y tarde es imposible”, concluye, no sin dejar en el aire una petición. “Quizá el Ayuntamiento pueda poner un funcionario y construirnos un edificio nuevo, que aquí ya no cabe nada más”.

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