De bronce, de mármol, de piedra o de acero. Civiles, religiosas, militares. De poetas, de políticos, de personajes históricos, de actores, de médicos, de maestros, de inventores, de héroes conocidos y de héroes anónimos. Almirantes, obreros, santas y santos, marineros, reyes y reinas, escritoras, músicos y aventureros. Masculinas y femeninas, de niños y de viejos. Conmemorativas, alegóricas, realistas, abstractas o reivindicativas. En calles, plazas, fachadas, en el centro de la ciudad y en los barrios. Ninguna de las más de 130 esculturas desperdigadas por todo el entorno urbano de Cartagena escapa al estudio profundo que Diego Ortiz acaba de publicar en este mes de mayo de 2025; un libro en el que se analiza la obra, el personaje y el autor de todas y cada una de las estatuas públicas y conmemorativas de los últimos doscientos años que se diseminan por las calles y plazas de la ciudad a lo largo de un volumen de más de 300 páginas lujosamente editado por el Ayuntamiento de Cartagena.
El autor
Diego Ortiz es un conocido historiador cartagenero que destaca por dos cosas: es tan discreto como prolífico. Tiene una amplia trayectoria en el mundillo de la historia local: autor de 26 libros y más de 250 artículos, además de comisario de varias exposiciones, labores de museografía, excavaciones arqueológicas y un largo etcétera de trabajos historiográficos. Y en el mundo del periodismo, fue redactor jefe del desaparecido diario local El Faro y también ha hecho colaboraciones radiofónicas en varias emisoras de Cartagena. Tiene publicaciones sobre las más diversas temáticas, pero por lo que más destaca es por ser el mejor estudioso de la escultura local, con una multitud de textos entregados en los últimos 30 años. Diego Ortiz es un enamorado del arte escultórico y autor de un montón de monografías sobre la escultura religiosa y civil de Cartagena, y ahora reúne todo ese conocimiento en una compilación que se puede considerar una obra cumbre.
La obra
La escultura pública y conmemorativa en Cartagena. Siglos XIX-XXI viene a cubrir un hueco en la historiografía local, pues nadie antes había hecho un libro que recopilara la historia de toda la estatuaria de Cartagena en los últimos doscientos años. Y, además, es un estudio en profundidad: las más de 130 estatuas comentadas son analizadas con detalle y se añade en cada una de ellas unos párrafos alusivos tanto al personaje esculpido como al autor. No ha quedado fuera nada ni nadie que tenga que ver con la escultura cartagenera de los siglos XIX, XX y XXI. Y también hay que destacar la calidad de la edición: buen papel, buenas imágenes y un formato manejable.
Comienza con un capítulo dedicado a la escultura que va de la restauración borbónica en el último tercio del siglo XIX a la época de la dictadura de Primo de Rivera, con realizaciones tanto profanas como religiosas y con un epígrafe dedicado a los monumentos irrealizados.
El segundo capítulo se dedica a las estatuas erigidas en Cartagena en los años de la dictadura franquista, con un predominio de la obra de carácter religioso: santos, vírgenes y Semana Santa, y con nuevos temas en los años finales de la dictadura.
El tercer capítulo es el más extenso, y está dedicado a analizar las muchísimas esculturas desperdigadas por la ciudad que se han instalado en los años que van desde la transición democrática hasta nuestros días, con dos etapas, una inicial entre 1977 y 2000 en la que hay un mantenimiento de temas, formas y materiales, y otra entre 2001 y 2024 en la que se verifica la llegada de nuevos autores, materiales y formas.
Los escultores
Son más de 50 los escultores estudiados, de muy variadas líneas, procedencias y escuelas. Destaca sobre todo la prolija trayectoria de Manuel Ardil Pagán, con 23 monumentos repartidos por calles y plazas de toda la ciudad durante cinco décadas de actividad. Hijo del también escultor Manuel Ardil Robles, Manuel Ardil Pagán debutó en 1965 con la escultura de Asdrúbal, el cartaginés fundador de la ciudad, que se encuentra en el Parque Torres. Y luego ha ido dejando una obra fecunda con estatuas repartidas por toda la ciudad: una de las más famosas es la del Icue de 1969, pero también los monumentos al maestro, al pescador, al minero, al procesionista, y a otros personajes célebres de la ciudad: Antonio Ramos Carratalá, el doctor José Díaz, el alcalde Torres, el pintor Nicomedes Gómez, el político municipal Juan Calero Jordá, el submarinista Mateo García de los Reyes, el almirante Elizalde, el músico Gregorio García Segura…
En los últimos años ha emergido la figura de Fernando Sáenz de Elorrieta, con un total de 13 esculturas que ornamentan diversos lugares de la ciudad. Él es el autor del monumento al soldado de reemplazo, de 2004; el Flautista de Hamelín y el Búho, ambas de 2006 y situadas en el parque de los Juncos; la Cola de ballena de 2007, en la antigua dársena de botes, y otras obras como el célebre Gallo de la calle del Duque, que sustituye al que robaron en 1996, el Bebedor de cerveza de 2007 y el Tío del reparo de 2012, o el más reciente monumento al Nazareno de 2020.
En una ciudad en la que abundan los monumentos religiosos y militares, brillan también aquellas esculturas dedicadas a figuras de la vida civil: escritores y escritoras, y las dedicadas a profesores o estudiantes, o a menesteres más sencillos. Especialmente interesante es una obra dedicada a los bolos cartageneros situada en La Magdalena: El Manillas, hecha con una configuración novedosa, pues está construida con varillas de hierro de 5 milímetros, obra de José Antonio López Palazón. Y también la Anoxia y el Sabino que están en el IES Isaac Peral, elaboradas por María José López Salas y los propios alumnos de ese instituto público.
Las escultoras
El autor no ha ignorado el papel de las escultoras, que también están presentes. Desde luego no en los primeros años estudiados, en los que solo hay (porque solo existían) autores masculinos. Pero en los últimos años sí que se ha incorporado la mujer al arte escultórico y en Cartagena hay varios ejemplos: destaca, por encima de todas, la pionera: Maite Defruc, con al menos seis obras, entre ellas el monumento al trovero Marín, el monumento al radioaficionado, el busto de José García Cervantes, y un póstumo torso femenino instalado en 2023 tras su muerte y tras haber aprobado el Ayuntamiento la denominación de Parque Maite Defruc a una zona urbana de Pozo Estrecho, localidad en la que trabajaba la escultora nacida en La Palma. Otras escultoras de las que hay obra expuesta en calles y plazas de Cartagena son Beatriz Carbonell Ferrer, Nati Serrano Jiménez y María del Pilar López Salas, Belén Orta Núñez…
¿Pablo Iglesias o Marcos Jiménez de la Espada? La estatua anónima, desvelada
Todas las historias sobre estas obras son interesantes, desde luego, pero hay una que el autor quiere destacar. Fue el propio Diego Ortiz quien descubrió un busto de mármol abandonado en un almacén municipal del Ayuntamiento de Cartagena durante casi 80 años y que nadie sabía de quién se trataba. Había varias especulaciones: como era una escultura de 1928 y llegó a la ciudad en 1935, se pensó que podía ser de Pablo Iglesias Posse, el fundador del PSOE, pero tras arduas investigaciones de Diego Ortiz y de Luis Miguel Pérez Adán se llegó a la conclusión de que se trataba del científico del siglo XIX Marcos Jiménez de la Espada y, tras una restauración de Pilar Vallalta, fue colocado finalmente en 2016 en una isleta situada junto al instituto que lleva el mismo nombre.
Hay que destacar varias virtudes que tiene este libro: el rigor, la exhaustividad, la abundancia de información sobre obras, personajes y autores, la calidad de los textos y la pasión que ha puesto Diego Ortiz al examinar absolutamente todas y cada una de las estatuas que los cartageneros podemos ver en nuestros paseos por la ciudad. Es un catálogo completo, es una gran obra de historia del arte. Y también la calidad de las fotografías, la mayor parte de las cuales son de Pablo Sánchez del Valle, aunque el autor ha buceado también en el fondo fotográfico de diversos archivos. La foto de portada es de Felipe García Pagán. Y, finalmente, hay que indicar que el libro no habría salido si no lo hubiera lanzado el Ayuntamiento de Cartagena y, más concretamente, la Unidad de Patrimonio Arqueológico, cuyo impulso ha sido determinante para que esta obra viera la luz.