Desde hace años se viene utilizando el eslogan 'Murcia, la huerta de Europa' como imagen de los regadíos murcianos. Es una imagen falaz, porque los regadíos que se publicitan con dicho eslogan nada tienen que ver con las verdaderas huertas (regadíos históricos en alarmante pérdida y con un enorme valor ambiental y cultural), sino con nuevos regadíos de carácter agroindustrial que se están expandiendo por la Región de Murcia y otras áreas mediterráneas españolas. ¿Qué hay detrás de estos regadíos intensivos? El informe que acaba de presentar la Fundación Nueva Cultura del Agua dedica uno de sus capítulos a esta pregunta, capítulo del cual destacamos algunas claves.
La expansión del regadío está provocando una enorme presión sobre los recursos hídricos, causando numerosos impactos como sobreexplotación de acuíferos, desaparición de manantiales, degradación de humedales y reducción de caudales en los ríos. Estamos degradando estos ecosistemas y perdiendo sus valiosos servicios, que entre otras cosas son imprescindibles para disponer de agua de calidad para abastecimiento. A lo anterior se añaden otros impactos ambientales provocados por la expansión de estos regadíos, como la ocupación de hábitats naturales, la pérdida de secanos extensivos, el desmonte de sierras litorales para instalar invernaderos, la salinización de suelos y aguas por transformación de tierras inadecuadas y la contaminación por nitratos, pesticidas y residuos plásticos.
Digámoslo claro: el factor limitante de los regadíos no es sólo que no tengamos suficiente agua disponible, sino también la magnitud de sus impactos ambientales. El colapso ecológico del Mar Menor, cuya principal causa es la entrada masiva de nitrógeno y fósforo procedente de los regadíos intensivos del Campo de Cartagena, constituye un ejemplo emblemático y una catástrofe ecológica de magnitud internacional que, además, está afectando a otros sectores económicos como el turismo y también a la calidad de vida de la población local.
En la Región de Murcia y en otros territorios, la expansión de los regadíos agroindustriales está degradando el territorio y el paisaje, sobreexplotando el agua y otros recursos naturales y degradando los ecosistemas que necesitamos para un futuro de calidad. A los impactos ambientales hay que añadir los costes sociales de muchos de estos regadíos intensivos, frecuentemente con empleos precarios, malas condiciones laborales, económicas y sociales y que en muchos casos se basan en la explotación de mano de obra inmigrante y otros sectores vulnerables. ¿Realmente es éste el modelo de desarrollo que queremos para nosotros y para nuestros hijos?
De nuevo el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, nos recuerda la necesidad de una transición hídrica para recuperar el buen estado de los ríos y otros ecosistemas del agua, y la de adaptarnos al cambio climático, que supondrá –ya lo está suponiendo- menos agua. Hemos de reducir todas las demandas hídricas, empezando por el regadío, que se bebe de media en España 80 de cada 100 litros del agua disponible. En los territorios en los que la superficie total de regadío supera en mucho lo sostenible, es necesaria su reducción progresiva. Necesitamos una hoja de ruta hacia sistemas menos consumidores de agua y que reduzca los impactos ambientales y sociales de los regadíos intensivos. Esta hoja de ruta debería promover un medio rural más diverso y menos dependiente de recursos escasos como el agua. Dentro de la agricultura hace falta un mayor equilibrio entre secano y regadío, promoviendo un plan de I+D del secano que genere valor añadido, no por cantidad de producción, sino por el tipo y calidad de lo que se produce (por ejemplo productos de alto valor añadido para farmacología y cosmética o alimentos de calidad). Dentro del regadío se deberían apoyar los regadíos históricos por su gran valor ambiental y cultural y, por otro lado, hay que reducir la superficie de regadíos intensivos, empezando por eliminar los ilegales, desintensificar parte de los regadíos agroindustriales y mejorar su sostenibilidad ambiental, reduciendo la contaminación por fertilizantes, pesticidas y plásticos y aplicando también en el medio agrario el principio de quien contamina -o deteriora- paga.
Es hora de repensar qué tipo de regadío, de medio rural y de territorio queremos y cómo avanzamos en una transición hídrica que nos permita recuperar los ríos, manantiales, acuíferos y resto de ecosistemas del agua y adaptarnos, de verdad, al cambio climático.
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