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¿Por qué Ecuador es el país latinoamericano más golpeado?

Quito, Ecuador

María Jesús Pérez

Directora de la Fundación Maquita, socio local de Manos Unidas en Ecuador —

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En los primeros meses del año, nuestro equipo analizaba la recesión de las zonas rurales y las periferias de las ciudades, la pérdida de empleos, el impacto de los acuerdos comerciales con Estados Unidos, el pago de la deuda externa, la falta de estrategias políticas para frenar la caída social y económica… como temas a tener en cuenta, entre otros, en un país en decadencia.

En ese contexto, no teníamos mucho margen de acción en lo macro, pero, desde los territorios, con las organizaciones, universidades, gobiernos locales y proyectos de cooperación internacional, generábamos alternativas para tratar de paliar los efectos en las familias con las que trabajamos.

Cierto es que nos llegaban noticias de lo que estaba pasando en China y, posteriormente, en los países de Europa. Estábamos en esto cuando, de repente, nos llegó también el enemigo invisible más mortífero que nos pudiéramos imaginar. ¡Lo veíamos tan lejos! Pero llegó y nos tomó desprevenidos.

Esta pandemia es ya mundial y tiene efectos parecidos, aunque su impacto es diferente en los distintos países y, mucho más, en las poblaciones; especialmente en aquellas que, siempre, y con mayor crudeza, son las más afectadas: los más vulnerables, los que no tienen casa, los que viven hacinados, los que no tienen trabajo o tienen uno en condiciones tan precarias que apenas les alcanza para la subsistencia de cada día.

Hoy por hoy, a la situación crítica que ya vivíamos debemos añadir que Ecuador presenta un escenario desolador. Pues se ha convertido en el país latinoamericano más golpeado por el coronavirus, según las cifras que se presentan en cuanto a la afectación directa a sus habitantes, y es muy probable que termine siendo uno de los tres países más afectados del mundo por esta pandemia. Pero, ¿cómo entender este panorama desesperanzador? Lo abordaremos a través de una mirada desde diferentes ángulos:

En lo político: tres años de desgobierno sin ningún planteamiento y proyecto realizado. Un contexto de precampaña electoral, con un sistema judicial de “componendas”, un legislativo con intereses partidistas a los que responder. Crisis política y de gobernabilidad, crisis económica, crisis social. Además de una crisis de valores generalizada.

Un sistema de salud desmantelado en los últimos años, con una reducción presupuestaria en 2020 de más de 67 millones de dólares en relación al año 2019, y al que el coronavirus ha puesto al descubierto y ha mostrado el desamparo de los ecuatorianos y la escasa capacidad de reaccionar para dar respuestas ágiles con reasignación de presupuestos y adquisición de provisiones oportunas. La identificación de la afección y la atención a los enfermos se desbordó rápidamente, así como el debido tratamiento a los fallecidos. Y, en medio de este colapso, el frente económico decide pagar $324 millones de deuda externa.

En la educación: a pesar de que, en el imaginario social, ‘todos’ estamos conectados, el confinamiento ha puesto en evidencia las brechas existentes para seguir las clases a distancia: acceso al internet, a equipos, acompañamiento familiar, entre otras desventajas que siempre están ahí, pero que no habían sido tan evidentes como ahora.

El sector económico parte desde las políticas gubernamentales de entrega del país a los grandes organismos internacionales evidenciados en el pago de deuda en plena crisis sanitaria y aumento del endeudamiento; le siguen las negociaciones millonarias a favor del sistema bancario y grandes economías para que la riqueza se siga concentrando en pocos; solapado con pequeñas dádivas para paliar el hambre de las familias que vivían en las calles con ventas informales o pequeños negocios y no con una política social real.

En la población rural: sin planes de activación, con ayudas desarticuladas y clientelares de precampaña electoral. Siendo uno de los sectores más olvidados, ellos y ellas son los que han provisto de alimentos a la población, como siempre; pero ahora, sobre todo las ciudades, han vuelto su mirada a ellos, dándose cuenta que podemos prescindir del petróleo, de los bancos, de tantos otros servicios, pero no de los productos agrícolas como sustento familiar. La mirada al campo ha provocado mayor gratitud y valoración de las familias campesinas.

Aunque ellos han sufrido menos restricciones de acceso a los alimentos básicos, sin embargo, están sufriendo otras restricciones de gran importancia para prevenir el contagio: ¿cómo lavarse, si no disponen de agua, de productos de limpieza y desinfección? Estas limitaciones se suman a su habitual vulnerabilidad. Añadido a esto, el miedo al contagio les ha llevado a cerrar vías en algunos lugares, poniendo en peligro el abastecimiento de alimentos.

Siendo este sector de trabajo prioritario para Maquita, durante este tiempo de confinamiento seguimos manteniendo relaciones solidarias que han permitido facilitar las cadenas de comercialización, dando orientaciones agrícolas concretas y preparando las guías metodológicas de trabajo para cuando se puedan reanudar las actividades presenciales.

En las periferias urbanas, principalmente de Quito y Guayaquil, se vive una realidad distinta en donde, además de la subida de los precios que afecta a todos, la mayoría de las familias viven del pequeño ingreso diario. El “quedarse en casa”, el aislamiento, es una medida difícil de cumplir, pues tienen que optar entre morir de hambre o del contagio del coronavirus como algunos han dicho.

Las ayudas y bonos del gobierno no han sido coordinados, por lo que han generado aglomeraciones desordenadas para adquirir los kits alimenticios y se han convertido en grandes focos de contaminación. Los efectos del coronavirus han puesto en evidencia el gran desmantelamiento de los servicios sociales públicos en salud y la desprotección que sufre la población de escasos recursos y la más vulnerable.

El papel de las organizaciones sociales

Los efectos de esta pandemia y las medidas de prevención nos dificultan poner en marcha las acciones de solidaridad que nos caracterizan; por eso estamos desarrollando mecanismos de comunicación y trabajo con las comunidades, preparándonos para un fuerte despliegue de la inversión en los proyectos para cuando pase esta fase de aislamiento. Entonces será esencial hacer un análisis de las acciones y considerar, junto a las organizaciones, los ajustes necesarios que permitan responder a la realidad post aislamiento social.

Por otra parte, con fondos de solidaridad y con extrema coordinación se están entregando kits de ayuda humanitaria en alimentación y para prevenir el contagio en los casos más críticos. Considerando el universal consejo de “quédate en casa” como mecanismo necesario para frenar el contagio, tenemos que estar muy atentos para que, frente a tanto sufrimiento, hambre y vulnerabilidad mundial, no pongamos fronteras a la solidaridad y prestemos especial atención a los pueblos doble y triplemente golpeados, porque los escasos sistemas de atención y protección están colapsados.

Superaremos esta situación como humanidad, porque somos parte de un mismo planeta y esta realidad nos debe llevar a mundializar la solidaridad, a canalizarla con fuerza principalmente hacia los países y familias más afectados, para que el mundo y la sociedad se sanen y, cuando esto pase, retomemos relaciones de justicia; sintiéndonos verdaderamente hermanas y hermanos, porque formamos parte de un destino común: tener una vida digna y buscar la felicidad.

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