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¡A los caballitos!

El líder de Vox, Santiago Abascal.

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En España, hay dos maneras fundamentales de ir a caballo, la de Nico y la de Santiago Abascal. Ambas son preconstitucionales; pero es que, en nuestro país, y prácticamente en el resto del mundo, hubo caballos desde antes que se escribieran constituciones. ¿Habría sido más correcto, entonces, poner dos caballos a la entrada del Congreso, en Madrid, en vez de dos leones? No, porque de ese modo el Parlamento hubiera parecido un coche para aquellos franceses de antes, que iban a por el vino a la cooperativa agrícola. Y los españoles llamaríamos a la sede de nuestra democracia: el dos caballos. Somos nominalistas, y le ponemos nombre a todo lo que no tenemos, ya que es la única manera de tener que nos ha sido posible a lo largo del tiempo.

El modo de ir a caballo de Nico, aunque por su calado entre nosotros es plenamente nacional, lo mismo que el brandy de aquellas bodegas Terry que anunciaba, debe considerarse, sin embargo, extranjerizante. Esto no es a causa de que la modelo, cantante y artista fuese rubia. También eran rubias las pesetas, y nada hubo más flamenco y español que la peseta. Era muy querida por todos los españoles (la peseta, aun más que Nico). Y, en sus frecuentes y penosos episodios de devaluación (que es como la depresión en las monedas), la peseta se vio alentada, con el noble propósito de levantarle la moral, por la pareja de artistas Juanito Valderrama y Dolores Abril, que le dedicaron una copla que decía: “Mi peseta, mi peseta, qué le pasa a mi peseta, que ahora vale dos reales, yo me vuelvo majareta por la gloria de mi pare...”. Quizá Dolores Abril no fuese una Nico; pero, de un modo popular, Juanito Valderrama fue nuestro Lou Reed con sombrero cordobés.

Tampoco es a causa de su origen alemán por lo que debe considerarse extranjerizante el modo de cabalgar de Nico, musa de Andy Warhol. Todos los alemanes son muy españoles, no lo dijo Rajoy, es algo que, como el caballo, procede asimismo del Oligoceno, o un sitio de esos. Sin ir tan lejos, podemos señalar que una de las primeras versiones (la original estaba en flamenco, el idioma, no el baile) que se hizo del pasodoble ¡Y viva España!, ya en 1972, fue en la lengua de Franz Kafka y Rummenigge, y aparecía en el disco de Imca Marina. Empezaba así: Ja, nach Spanien reisen viele Europäer... (que traducido significa: Ya van por la noche los españoles dándole a la viela hacia Europa..., o algo algo parecido). Este pasodoble no se cantó en lengua española hasta 1973, año del criminal atentado contra Carrero Blanco y del estreno en RTVE de la serie Kung Fu, dos formas diferentes de saltar por el aire.

Ni siquiera la citada vocalista Imca Marina era alemana, ni falta que le hacía. Mucho mejor, era holandesa, de la provincia de Groninga. Hoy no se les enseña a los niños qué era la Liga Hanseática; pero también es cierto que la captura de pájaros con liga está totalmente prohibida. Ahora sólo se liga por Tinder.

A falta de un himno nacional con letra, el éxito ¡Y viva España! ha acabado convirtiéndose en un sucedáneo que reemplaza a nuestro himno en todo tipo de encuentros familiares, como los modernos consejos de ministros. En las tres escuetas palabras de su título, esta composición musical, obra de los belgas Leo Caerts (partitura) y Leo Rozenstraten (letra), se concentra todo lo que un español es capaz de decir a propósito de su patria. Somos concisos. Más de impulsos, que de argumentos. Por esta razón, hasta que entramos en la Comunidad Europea, en 1986, teníamos injustamente fama de atrasados, peor aun, de retrógrados. Menos mal que, a mediados de los años noventa, el psicólogo con perilla Daniel Goleman alzó su voz para explicar que lo nuestro era inteligencia emocional.

Pero la inteligencia emocional ya no es lo que era, y lo que actualmente se lleva es la inteligencia artificial. La culpa la tienen las políticas neoliberales, que han puesto de moda las externalizaciones en todos los ámbitos de la actividad humana, incluida la cerebral.

También son dos las maneras tradicionales de ser extranjero desde el punto de vista español. Una intrínseca y otra extrínseca. La que se da afuera y la que viene de fuera. La primera convierte al español en emigrante, y la segunda transforma al extranjero en turista. Entre los jóvenes, aún sigue vigente esta distinción.

El carácter extranjerizante en la manera de ir a caballo de la modelo Nico venía dado por su fondo simbólico y, por tanto, cultural. En su 'Diccionario de símbolos' (Siruela, 2023), el poeta y caballero andante del mundo interior, Juan Eduardo Cirlot, empezaba con esta frase el artículo dedicado al caballo: “Su simbolismo es muy complejo y, hasta cierto punto, no bien determinado”. Los españoles somos muy de encabezar nuestras explicaciones con un: ¡Y qué te voy a decir!

Lo que hay que decir respecto al modo de cabalgar de la modelo Nico, anunciando el brandy Centenario, de Terry, es que con ella irrumpe en las casas de España, a través de los televisores, la imagen de lady Godiva. Sobre esta leyenda británica del s. X se construye la figura del mirón, el voyeur, el peeping Tom (que en esta historia era un sastre), y Freud la utilizaría para ilustrar sus estudios sobre la ceguera histérica. Lady Godiva es la mujer que pasea desnuda a caballo, cubierta tan solo por sus largos cabellos, a cambio de que su esposo, el señor de Coventry, rebaje los impuestos a sus súbditos. La única condición para salir así a la calle es que ningún vecino la mire. Solo uno, el sastre Tom, se atrevió a profanar la promesa, y como castigo se quedó ciego. ¿Qué fue lo que vio? Pasaron los siglos, y aún desde la sala de control de David Bowie se seguía llamando al mayor Tom en su viaje al espacio para que contara qué estaba viendo.

Santiago Abascal a caballo es la lady Godiva de España. Pero con ropa y con barba, no como las extranjeras. Siendo español, es muy difícil llamarse Santiago y no tener un caballo blanco. Casi tanto como llamarse Santiago y no tener barba. Esto último, no obstante, le sucedía a Santiago Carrillo; pero lo hacía porque era comunista. La antiespaña es capaz de cosas como esta, y mucho peores. Por ejemplo, llamarse Santiago e ir en un dos caballos, en vez de usar uno solo como el santo. A falta de barba, Santiago Carrillo tuvo que ponerse peluca. Solo fue un día; pero, gracias a eso, lo que, durante la Transición, en muchos casos significó un cambio de chaqueta, en el eurocomunismo se quedó en un cambio de peluca y de otro par de símbolos. Décadas después, el histórico comunista Ramón Tamames sorprendería, animado desde las filas de Vox, con una innovadora propuesta de tipo de cabello, pero ya era tarde y los símbolos de entonces parecen haberse quedado para siempre.

Al tiempo que Pedro Sánchez ha recorrido en coche España con el propósito de anunciar por sus pueblos la buena nueva del socialismo del siglo XXI, Santiago Abascal se ha paseado a caballo por su finca. Esto lo hace para que no se rompa España con el traqueteo de los cascos. Si el caballo de Santiago Abascal no es blanco, es para evitar bromas a costa del himno nacional. Lo malo de que no tenga una letra es que todo el mundo quiere ponerle la suya y, desde que a alguien se le ocurrió introducir el detergente Ariel en el himno de España, ahora cada vez que se evoca el color blanco en un contexto patriótico surge irremediablemente la imagen del Caudillo. Ahí, Abascal ha sido muy cuidadoso.

La ultraderecha es la derecha a caballo. Hay un verso de Quevedo sobre un médico que visita a un paciente, y de quien observa que “yendo en mula, va acavallo”, es decir, a acabar con él. Cuando la derecha se sube al caballo de la ultraderecha, aunque sea para dar una vuelta en los caballitos (por citar a Jesús Lizano, el viejo poeta de la barba blanca y los zapatos exhaustos), se queda atrapada en su finca, y ya no puede salir de ahí. Entonces, se dispersa en forma de corralitos, concentraciones de protesta que se reproducen por todas partes entre gente que da vivas a Franco y actúa violentamente. Mientras tanto, Pedro Sánchez se entiende con otras derechas que son más de ir en coche, aunque sea en el maletero. Ya lo dijo Sigmund Freud: la ceguera histérica de Feijóo viene de tanto mirar al tipo del caballo. El resto es insoportable silencio.

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