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Eurovisión y Europa, hundidas de la mano

Miles de manifestantes piden en Malmö, Suecia, la expulsión de Israel de Eurovisión. EFE/Jessica Gow

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Este año, Eurovisión, es mucho más que un Festival de música: en un contexto de guerra y masacre, con elecciones inminentes al Parlamento Europeo, va a cantar -sobre todas las cosas- complicidad y repulsa. Debilidad, también. Similar deriva, también. El Festival contará con la participación de un Israel protagonista desde octubre de un auténtico genocidio del pueblo palestino, lo que ha generado múltiples movimientos de protesta y peticiones de boicot. La participación de Rusia fue suspendida tras su invasión de Ucrania hace dos años, pero no ha ocurrido lo mismo con Israel ni mucho menos: las muestras de solidaridad con el pueblo palestino –a veces un solo pañuelo como símbolo– han sido rechazadas, hasta borrando actuaciones del proceso de selección.

Organizado por la UER (Unión Europea de Radiodifusión), aglutina básicamente a televisiones públicas de distintos países, no solo reducidas a los límites geográficos de la Europa que da nombre al concurso. De ahí que Israel participe en el Festival –desde el año 1973, en su decimoséptima edición– y que también lo haya hecho Australia.

Eurovisión no tiene nada que ver con la Unión Europea. Es un apunte al margen, aunque una cierta asociación es inevitable. Lo importante para los demócratas españoles fue siempre, lógicamente, Europa. Aquella Comunidad que nacía como reacción a los desastres de la gran guerra que promovió el nazismo en el deseo de trabajar porque nunca más se repitieran. Nos sentó muy bien a los españoles la incorporación a la Europa de los 12 en 1986, fue como si nos quitaran el pelo de la Dehesa, pero permanecieron arraigadas las raíces que siempre tuercen lo que pueden. En el club, la Europa económica se impuso a la Europa social que no llegó a cuajar, no se solventaron errores estructurales que han acabado con una UE anquilosada y burocrática. Socia, en comparsa, de unos Estados Unidos en degeneración,  nos asomamos a unas elecciones ahora en las que ya se da por hecho el ascenso de la ultraderecha, la vuelta atrás, el Caballo de Troya, el puñal de una Unión que ella sola se ha venido derrotando.

Se vio venir desde al menos una década atrás el ascenso de los fascismos. En 1989 la Comunidad Europea (el precedente de la UE que pasó a llamarse Unión Europea por el Tratado de Maastricht que entró en vigor en 1993) era roja socialdemócrata y, desde entonces, se fue tiñendo de azul hasta llegar al momento actual que se prevé un importante incremento de la ultraderecha. El maltrato a los refugiados del hambre, de tantas crisis no resueltas, la del capitalismo de 2008, sobre todo, abrió una brecha en el corazón de Europa. Se los endosaron a Erdoğan en Turquía, previo pago, para que se ocupara del embrollo y siguieron cerradas multitud de conciencias. Masacraron a Grecia y lo intentaron con España. Y aquí estamos ante otras elecciones que parecen afrontarse en derrota democrática cuando jamás debe ocurrir ante un voto sin ser depositado aún en la urna.

La UE, además, ha entrado en la peor de las tibiezas –fruto de su debilidad– ante la guerra de exterminio a los palestinos que perpetra el poderoso Israel de Netanyahu. Apoyado por Alemania con claridad, la comprensión de la Francia débil de Macron, apalean las concentraciones de repulsa que se extienden ya por el mundo desde que las iniciaran al fin las universidades norteamericanas. Berlín apalea, Berlín precisamente, Ámsterdam también. España se propone reconocer en breve el Estado Palestino. Y este mismo viernes la Asamblea General de la ONU ha aprobado por una amplia mayoría -143 países de los 193- pedir la integración plena de Palestina en la ONU. Solo 9 países han votado en contra, entre ellos Estados Unidos que es miembro del Consejo de Seguridad que es a quién compete decidir... y difícilmente lo hará. Pero la resolución sí da más derechos a Palestina como Estado observador y sirve para calibrar los apoyos con los que ahora cuenta. Ha habido 25 abstenciones, algunas tan señaladas como Alemania, Países Bajos o Reino Unido.

Las protestas se extienden ya por España también. El PP medita cómo cercenarlas, las condena en su defensa cerrada de Israel, del genocidio de Israel para definirlo con precisión. De momento, con la descalificación y el insulto. La derecha española está en el lado malo de la Historia. Como siempre, si lo miramos. El movimiento de repulsa parece imparable, sin embargo. Las universidades de nuestro país deciden romper relaciones con las israelíes que no estén “comprometidas con la paz”. La cultura y la verdadera gente “de bien” se suman a parar este desquicie, esta gran lacra insoportable.

Y en este contexto, este sábado Israel va a cantar para una audiencia que suele alcanzar hasta 600 millones de personas. El programa más antiguo y masivo de la televisión. A cantar entre países que han aceptado hacerlo a su lado. Van a abuchear a Israel. ¿Y qué? Se ha salido con la suya y Eurovisión se ha hundido un poco más. La verdad es que nunca fue el verdadero festival de Europa, ni unió nada: audiencias, quizás. Al principio, al igual que ese continente que se abría a los españoles apenas aireadas las mugres del franquismo, sonaba también a horizontes abiertos. Tenía un cierto aroma sentimental a Europa, a la que se abría lejana atravesando los Pirineos. Cumpliendo los tópicos de entonces, desde la Francia siempre exquisita, al norte sueco, paraíso socialdemócrata y libre, con músicos rubios y altos. Precisamente en Suecia, en Malmö, ofrece ahora una imagen más mestiza, más viva y más real en los participantes. Pero con el tiempo, se ha convertido en un festival cada vez más friki y más espectáculo que música: una competición de estridentes haces de luz, vestuarios, contorsiones hipersexualizadas con escaso gusto en muchos casos, hasta llevar auténticos pastiches prefabricados para la fama. Por si toca. Consumibles de temporada por lo general.

“Europa está, pero ya no es. Ni siquiera es el ”pequeño cabo de Asia“, como la definiera hace un siglo Paul Valéry. Europa está en coma, como así lo demuestra su apatía ante los grandes problemas”, escribía José Luis Sampedro en Reacciona (Aguilar), en 2011. “Occidente puede correr la misma suerte de otros imperios extinguidos, dejando un vacío bajo la palabra Europa”, añadió.

“Pero la Historia no admite vacíos: imparable la Vida los llena. Y todo ocaso ofrece una ocasión”, concluía también el profesor Sampedro. Ojalá superemos esta época de atraso y feísmo moral para construir y llenar de cordura los vacíos.

En aquella época en la que Europa nos cerraba las puertas por sostener una dictadura, Catalunya era la única región española que parecía Europa, la de entonces. Buen tino este domingo para encontrar, si es posible, aquellas raíces de progreso como cada cual lo entienda.

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