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La España de las propinas y la del salario mínimo

Un camarero trabajando

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Desde hace unos días me siento rejuvenecer. Fue ver la apología de las propinas realizada por la Comunidad de Madrid en forma de vídeo y retrotraerme a hace 40 años. Me vino a la memoria el bar que había junto a la casa de mis primos, donde comíamos todos los domingos.

En aquel bar de barrio humilde, una niña de nueve años podía bajar con una copa vacía y llevársela con anís para su tío, que no guardaba alcohol en casa para no beber demasiado. Era uno de esos bares en los que se pisaba serrín y cabezas de gambas, olía a Brummel y el abrótano macho se mezclaba con el aroma del estofado de patatas. Pese a la humareda de los puros y los cigarros, siempre se distinguía a un hombre de voz grave vociferando sus batallitas en la barra. De fondo se oía el ruido seco de las fichas de dominó, interrumpido de vez en cuando por el tintineo de la campana: alguien dejaba propina.

La campanilla celebraba una generosidad mal entendida. Convertía en música una relación de servilismo, una dialéctica de amo dadivoso y siervo agradecido por ver recompensado su trabajo con una limosna. Para completar lo que no le pagaba el buen patrón.

Eran los bares de cuando no había Estatuto de los trabajadores.

Aquella era otra España. A mí me gusta mucho más la que somos hoy.

Ya no es legal vender alcohol a menores ni fumar en los bares, ya no se limpian con zotal y es obligatoria la campana extractora. Los profesionales de la hostelería son de los mejores del mundo, como sabe cualquiera un poco viajado. Por eso resulta tan trasnochada la campaña del PP reivindicando las propinas, o sea, la caridad en lugar de la justicia.

Si de justicia se tratara, ¿por qué mi profesora de literatura nunca esperó unas monedas al acabar su clase? En la peluquería, me costaba un dolor dejar como al descuido, en el mandil de la peluquera, unas monedas por su trabajo. Me parecía humillante para ella. ¿Y por qué no tenía que dar propina al médico que me curó el neumotórax? Reivindicar las propinas no equivale a reconocer el trabajo bien hecho de quien te atiende, sino celebrar los salarios en negro. Completan el sueldo de quien cobra una miseria, cuando cobra. De un jefe que elude impuestos y cotizaciones sociales.

Ahora que lo pienso, quizá no es extraño que reivindique las propinas el mismo Partido Popular que se opone a la subida del salario mínimo. Es el mismo que adora las cajas B y los pagos en negro. El mismo que detesta los impuestos y se opone a toda medida que reduzca la brecha de desigualdad nuestro país.

Cuando el PP reivindica España se refiere a un país que ya no existe, el de la caspa y la limosna, los amos y los siervos, el dinero en moneditas refulgentes que escapan a Hacienda. Tan trasnochadas son sus ideas sobre los impuestos que a su último referente internacional, Liz Truss, le duraron un mes y medio. Después la defenestraron los mercados. Ya ni ellos creen el ideario ultraliberal.

La España real es otra y tiene su referente en el decreto anticrisis aprobado este martes por el Gobierno. Son dos modelos de sociedad que se reflejan con claridad en las políticas públicas.

En la España real, el Gobierno se hace cargo de los problemas de la gente y, en vez de difundir un video lamentable, congela los precios de los alquileres, aprueba un cheque de 200 euros para las familias de bajos ingresos, elimina el IVA de productos esenciales, como el pan, la pasta, las frutas. Es el mismo Gobierno que ha subido el salario mínimo cerca del 30% en pocos años: desde los 735 euros de 2018 hasta los más de 1.000 euros que se percibirán el año próximo. Esta es la disyuntiva: el tintineo de una campanilla de Pavlov o una subida de los salarios más bajos, como recomienda la OCDE.

El razonamiento básico de este modelo de sociedad se basa en la solidaridad nacional: todos somos responsables de todos. El gasto extraordinario de 10.000 millones aprobado este martes resulta posible porque todos contribuimos. Por cierto, la mayoría de los españoles está de acuerdo con la necesidad de pagar impuestos, como recoge una encuesta de Funcas de junio de este año: preguntados sobre si viviríamos mejor sin pagar impuestos, sólo el 16% lo cree, frente al 61% que rechaza esa idea. Con frecuencia la derecha se apropia de España y se permite la arrogancia de hablar en su nombre. Sin embargo, sus anticuadas ideas son contrarias a lo que piensa la mayoría de los españoles.

¿Que los salarios son bajos? ¿Que la gente tiene dificultades para llegar a fin de mes? Mejor sería que Díaz Ayuso le mandara un WhatsApp a Feijóo para que apoye el decreto anticrisis del Gobierno. Aunque lo más probable es que el PP vote en contra. Porque ella no mandará ese WhatsApp y él tendrá que seguir haciéndole monerías para que le caigan unas monedas en el platillo.

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