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No hay que olvidar a las que nunca olvidaron

Foto: PxHere

Luna Miguel

Paula Bonet llama “despertadoras” a aquellas mujeres cuya obra nos ayudó a entender la importancia de la lucha colectiva, pero también la de la necesidad de procurar un recorrido íntimo: de lecturas, de reflexiones, esas que nos llevan no sólo a ser nosotras más libres, sino también a entender nuestros propios privilegios. Para quienes sigan a la artista por Instagram, reconocerán de entre sus fotografías los rostros de las mujeres a las que ella reivindica a través de un hermoso altar: Joan Didion, María Luisa Bombal, Anne Sexton, y un largo etcétera.

Personalmente, se me hace cada vez más complejo trazar un mapa de despertadoras porque conforme avanzo en lecturas, corrijo otras anteriores, o me siento orgullosa de aquellas a las que al principio no hice caso, o reniego de una influencia para venerar otra que al día siguiente quizá vuelva a cuestionar.

Tal vez por eso desconfío tanto de la idea de un (nuevo) canon.

Pero tal vez por eso también me obsesione este ejercicio de memoria colectiva sin mayor pretensión que el de hacer cadena.

Como si se tratara de una novela de Ray Bradbury, me imagino a la literatura de las despertadoras siendo posible gracias a otras mujeres, ¿las despiertas?, memorizando nombres y obras para reivindicarlas cuando nadie más lo haga. Algunas cantarán apellidos más obvios, otras serán capaces de entonar algunos casi secretos.

De entre todas esas voces, una que se dedicó intensamente a despertarnos a golpe de palabras fue la escritora y pensadora peruana Patricia de Souza. Además de libros de crítica feminista tan importantes como Eva no tiene paraíso o Descolonizar el lenguaje, su pluma fue una de las que durante años aparecía y desaparecía de algunos importantes suplementos literarios de nuestro país aportando “mirada feminista” sobre las el panorama editorial. Ella habló de Margarite Duras, de Elena Garro, de Annie Ernaux, de Joyce Mansour y de otras autoras y artistas como nadie antes lo había hecho. Ella aportó datos y combatió las injusticias que sobre sus plumas y sus vidas pesaron desde pequeños espacios, que aparecían a menudo encajonados entre otras críticas y reportajes que jamás tenían en cuenta sus reclamos.

En cierto modo, podría decirse que Patricia de Souza siempre luchó por visibilizar a otras mujeres olvidadas desde su propio cuarto de sombras. Lo resume a la perfección la periodista Fietta Jarque en uno de los poquísimos obituarios que la prensa ha publicado sobre la autora después de que tristemente nos dejara el pasado 24 de octubre —tenía apenas 55 años, la enfermedad se la llevó velozmente—: “Tampoco figura en los cánones más populares de la literatura peruana contemporánea pese al peso sostenido de su obra literaria. Era una escritora incómoda, una feminista resuelta, independiente, obstinada. Necesaria. Tras su muerte Patricia de Souza se ha quedado hecha palabra o tal vez grito, reclamo. Palabra, pero palabra decolonizada”.

Tras esta reflexión, tras esta triste certeza de que el activismo de Patricia de Souza pasará factura sobre cómo los propios espacios desde los que escribió y en los que colaboró han obviado su desaparición y su obra, yo me pregunto quién nos hará despertar sobre las despertadoras. Me pregunto qué hace falta para que aquellos que presumen de separar artista y obra no se olviden de sus ideales cuando se trate de homenajear la obra de una autora con ideas feministas. Quién nos ayudará, en definitiva, a recordar a las que nunca, jamás, nos permitieron olvidar los nombres de otras tantas.

Si la cadena se rompe, ¿pereceremos con ella?

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