Pelea, pelea

Antón Losada

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Esta debería haber sido una semana dulce para el gabinete de Pedro Sánchez. El presupuesto avanza tras dejar atrás sin apuros las enmiendas a la totalidad, la oferta de apoyo de Bildu ha multiplicado exponencialmente las combinaciones para sacar adelante su agenda, en educación ha impulsado una tímida y recatada Ley Celaá que la derecha y la concertada ya se encargan de recordarnos que representa todo lo contrario a la Ley Wert, las noticias sobre la cercanía de las vacunas alimentan el optimismo en mercados y calles; incluso Madrid ha aprendido la lección y anuncia cierre durante el puente de la Santa Constitución sin la habitual performance negacionista de Isabel Díaz Ayuso. Todo debería haber sido paz y tranquilidad, pero, en su lugar, la oposición y las noticias han podido divertirse todos los días anunciando “pelea, pelea” alrededor de los miembros del ejecutivo, como si estuviéramos todos en un internado en la hora del recreo y nos avisaran para no perdernos el espectáculo.

El Gobierno de coalición podría haberse pasado las últimas semanas hablando de la estabilidad de una mayoría reforzada con más posibles socios, por la que tanto habían llorado las gentes de orden de España. O detallando las buenas noticias que trae uno de los presupuestos más expansivos de nuestra historia, música para los oídos de un país que necesita que le hablen de estímulos, ayudas, gasto e inversión. O alimentando un poco de optimismo, sin olvidar las dramáticas dimensiones de la pandemia, al desgranar los detalles de los planes de vacunación, luego de meses de no poder hablar de otra cosa que restricciones y contagios. En cambio, han preferido pasársela desmintiendo que haya crisis en su seno o, impagable la ministra de Defensa, Margarita Robles, recordándonos en público que el presidente es Sánchez; por si lo habíamos olvidado.

Una parte del PSOE, casualmente aquella que no manda ahora en el partido ni en La Moncloa, se abonó a comprar la versión plus de la tesis de la derecha, según la cual es la propia derecha quien posee el derecho a decidir con quién pueden o no pactar los demás y es libre para cambiar los criterios y estándares de exigencia a su absoluta conveniencia. La otra parte del PSOE y la de La Moncloa se empeñó en tratar de demostrarle en público a la derecha que cumplía sobradamente sus estándares y criterios para habilitar un pacto. Por si no fuera suficiente tanto esfuerzo al servicio de nada, en Podemos les pareció el momento de ponerse a ejecutar tragicómicas celadas parlamentarias para encabronar a Ciudadanos y luego atender a los medios con cara de póker y decirnos aquello de “Cariño, esto no es lo que parece”; con instantes tan gloriosos como los troleos de Pablo Echenique a los naranjas o los unfollow de Pablo Iglesias y la Casa Real; por supuesto, todo en Twitter, que es donde se cambia el mundo.

La competencia no ha tenido que hacer o inventar nada extraordinario para que crisis y Gobierno resultaran las palabras más asociadas en los titulares. El ejecutivo se lo ha hecho todo solito. La oposición se ha limitado a seguir el manual sobre cómo desmontar un Gobierno de coalición. Cuando concurren un socio mayoritario y otro minoritario el manual es claro: al mayoritario conviene machacarlo con la idea de que quien manda de verdad es el chico y al minoritario conviene asustarlo con la amenaza de que el grande se lo está comiendo.

Hace apenas unas semanas el problema residía en que Podemos no existía en el gabinete, las políticas eran las socialistas y todo parecían renuncias moradas. Está claro que el mensaje ha calado y una parte de Podemos se ve devorada por el socio y busca recuperar protagonismo. Hoy el problema reside en que quien parece mandar de verdad es Pablo Iglesias. También se antoja claro que la consigna ha calado entre los socialistas y les impele esa necesidad compulsiva de aclarar quién manda hasta cuando piden un taxi. Aunque, sin duda, lo más asombroso reside en que, sabiendo que esto iba a ser así porque siempre lo es respecto a los gobiernos de coalición, sigan cayendo una y otra vez en las mismas trampas, cuando lo fácil parece adelantarse a un competidor cuyos movimientos conoces de antemano.