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Violencia vicaria

Tomás Gimeno.

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Salíamos del Teatro Español cuando nos enteramos. Salíamos sobrecogidas por El silencio de Elvis, la obra de Sandra Ferrús que aborda el abismo personal, familiar, social e institucional que supone la esquizofrenia, encarnada por un Elías González que hace llorar al público. Convertido ya en uno de nuestros grandes actores, es acompañado en escena por otros actores y actrices tan emocionantes, tan creíbles, como la propia Ferrús, José Luis Alcobendas, Susana Hernández y Martxelo Rubio. Salíamos estremecidas por la representación de la enfermedad mental, por la tristeza, la soledad, la impotencia, la desesperación y el pánico a los que aboca a quienes la padecen y a sus familias, estigmatizadas por un sistema que los abandona. Salíamos conmocionadas por esa violencia.

Entonces nos enteramos de que había aparecido el cuerpo de Olivia, una de las niñas asesinadas por su padre en Tenerife. Horrorizadas, nosotras también dijimos que ese Tomás Gimeno tenía que estar muy loco para hacer algo así. Lo dijimos dos mujeres feministas. Porque hasta a dos mujeres feministas les resulta tan inconcebible que un padre haga eso con sus hijitas que solo podría explicarlo la locura. Pero no. El daño extremo que ese hombre ha hecho a sus hijas es violencia vicaria contra la madre, una mujer a la que, asesinando a sus hijas, se produce un daño que no solo es el más espantoso sino que será eterno, irreparable. Es matar a la mujer sin matarla. Peor: es no matarla para que sufra para siempre. La violencia vicaria es la expresión más extrema, más cruel, más brutal, más despiadada de la violencia machista.

Tomás Gimeno no es un loco. Se sabe que no soportaba la libertad de Beatriz Zimmermann, la madre de Olivia y Anna. Eso es violencia machista. Se sabe que no aceptaba que ella terminara con la relación de pareja e iniciara una relación con otro hombre. Eso es violencia machista. Se sabe que llegó a agredir a ese otro hombre. Eso es violencia machista. Se sabe que amenazó a su expareja con no volver a ver a las niñas, y que ha cumplido su palabra. Eso es violencia vicaria. Todos los actos asesinos de Gimeno fueron llevados a cabo con plena conciencia, siguiendo un plan minucioso que perseguía un objetivo: el máximo dolor de una mujer. Violencia vicaria. Si no la identificamos, si la confundimos con locura, no estaremos abordando la verdadera enfermedad: la violencia de género que conlleva el machismo sistémico.

La estadística de esa violencia, directa o vicaria, es insoportable: 1.097 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas desde que en 2003 se empezara a contabilizar oficialmente esta violencia, 19 de ellas en 2021; 39 niños y niñas han sido asesinados por sus padres biológicos o las parejas o ex parejas de sus madres desde que en 2013 empezó ese estremecedor conteo. Solo como terrorismo machista puede calificarse esta estadística. Y, por tanto, como una cuestión de Estado. Las mujeres somos víctimas de una violencia que es estructural, y aquellas que son víctimas directas de un maltratador y son madres sufren además el terror vicario a que sus hijas e hijos sufran también violencia, acaso en la manera extrema de Tenerife. No podemos seguir tolerando un sistema judicial que no lo tenga en cuenta, ni un sistema político que acepte el negacionismo de esta violencia, como la repugnante posición de los representantes de Vox, única formación política que votó recientemente en contra de una Ley de Protección a la Infancia de por sí insuficiente, que boicotean tristes minutos de silencio por las víctimas de la violencia machista y que defienden un pin parental que no es sino la negación de la educación en igualdad.

No, Tomás Gimeno no es un loco. Matar a dos criaturas como Olivia y Anna parece cosa de un loco hasta a dos feministas estremecidas, pero no. Es violencia vicaria. Locura es lo que respetuosa y brillantemente cuenta Sara Ferrús en su obra sobre la enfermedad mental, el estigma y la violencia institucional contra quienes la padecen. Tomás Gimeno y todos los maltratadores y asesinos machistas son hijos sanos del patriarcado. Y, por lo tanto, estamos ante una cuestión de Estado.

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