Mota, el sevillano “ilustre” enterrado con honores un mes antes que Queipo y partícipe de la depuración universitaria

Queipo de Llano, el cardenal Segura y José Mariano Mota Salado, en una imagen de 1938 a las puertas de la sede universitaria de la calle Laraña, hoy Bellas Artes

Javier Ramajo

Sevilla —

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A unas horas del aniversario de la exhumación de los mortales de Gonzalo Queipo de Llano, uno de los encargados de llevar a la práctica directrices a partir del golpe de Estado de 1936 en España se encuentra enterrado con honores en Sevilla, como sucedía con el general hasta hace un año en la basílica de la Macarena. En este caso, en el Panteón de los Sevillanos Ilustres, también en una iglesia de la capital hispalense. Se trata de José Mariano Mota Salado, nombrado por Queipo rector de la Universidad de Sevilla un mes después de la ocupación militar y que mantuvo su cargo “por concesión especial” del Ministerio de Educación Nacional aun después jubilarse en 1939 y hasta su fallecimiento en 1951. Ese año fue inhumado en la cripta del Templo de la Anunciación, a la que se accede a través de la Facultad de Bellas Artes, con la autorización por aquel entonces del cardenal Pedro Segura. Catedrático de Química Orgánica, Mota murió el 8 de febrero de 1951, un mes antes que Queipo de Llano. Pero no solamente esa curiosidad del calendario y su inhumación en una iglesia le unió a la persona que le nombró y último responsable de unas 50.000 muertes al mando de los golpistas en Andalucía.

Mota Salado accedió al cargo el 14 de agosto de 1936, menos de un mes después de la ocupación de Sevilla por el bando alzado contra el gobierno de la República. Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl, y vinculado a hermandades de Sevilla como la Caridad y los Estudiantes (y hermano mayor honorario de la Macarena, al igual que Queipo), la ciudad lloró su muerte con grandes alabanzas a su persona, y a su gestión, como también así recogieron ampliamente los periódicos locales tras su muerte, según ha comprobado SevillaelDiario.es.

Pero, ¿cuál fue su papel durante la guerra civil y el primer franquismo? Los historiadores consultados coinciden en calificarle de apolítico, muy creyente, y de “perfil bajo”. “Un hombre conservador, de misa y comunión”, comenta Alberto Carrillo-Linares, profesor del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y autor del libro 'Depurados, represaliados y exiliados. La pérdida universitaria durante el franquismo'. Un “colaborador necesario en las depuraciones”, asevera el profesor.

“Queipo lo puso ahí porque era un perfil acomodaticio, que firmaba lo que le ponían por delante. No había tenido actividad política. Su papel como depurador venía unido al cargo de rector”, apunta el profesor Carrillo-Linates, quien también reseña que Mota Salado publicó un libro en 1940 ('Libro Áureo', editado por la US) en el que recordaba a los estudiantes “caídos” en la guerra y donde asumió el “discurso contra el liberalismo”, en palabras del profesor. Carrillo-Linares alude, por ejemplo, al caso del depurado Martínez Pedroso, de Derecho, al que le confiscaron su biblioteca y de quien el gobernador civil dijo en octubre de 1936 que era “diputado a Cortes, socialista con intensas actividades políticas de carácter extremista. Como profesor ha cumplido con sus obligaciones”.

“Los narcóticos de las malas doctrinas”, en su libro de 1940

Entre las frases de Mota Salado en aquella publicación de 1940, el profesor Carrillo-Linares cita un par de extractos del entonces rector en su obra 'Movimiento estudiantil antifranquista en Andalucía': “La Universidad fue foco de perturbación, de desorden y de escándalo; influencias extrañas contaminaron la vida académica, pero bien demostrado está que las virtudes raciales, el espíritu cristiano y caballeroso, estaban latentes, aunque parecieran dormidos por los narcóticos de las malas doctrinas. (…) Llenos de abnegación y con espíritu de sacrificio, [los alumnos] marcharon a los frentes de batalla. Muchos murieron, pero nos han dejado para siempre vivo, el recuerdo glorioso de sus ejemplos y de sus heroísmos. Salieron de la aulas Universitarias para marchar a las aulas de las trincheras y parapetos”.

Las personas consultadas aluden a la labor social de Mota Salado, que también fue director de la Real Academia de las Buenas Letras y que dio nombre a un colegio público de Sevilla hasta el curso 2008/2009. Y esa característica parece que le dio pie a estar entre los sevillanos ilustres junto al humanista Arias Montano, los escritores Fernán Caballero y Mateos Gagos, el ilustrado Alberto Lista o el poeta Gustavo Adolfo Bécquer, quizás el más significado de esas “personalidades señeras de la cultura y la vida política sevillana del siglo XIX y comienzos del XX”, ubicadas en el lado opuesto de la nave principal del templo donde sigue inhumado.

La web de la Facultad de Bellas Artes destaca de “su dilatada y compleja gestión” la “ayuda prestada a los estudiantes universitarios con menos recursos”, como también así recogieron los periódicos del 9 de febrero de 1951, que recogían las numerosas condolencias tras su muerte, el desfile de autoridades civiles, militares, universitarias y religiosas, y el hecho de que creara una asociación de antiguos alumnos “para con sus cuotas costear becas a estudiantes necesitados”.

“El régimen lo puso y lo mantuvo”

Por su parte, Manuel Castillo Martos, catedrático jubilado de la Universidad de Sevilla del Área de Conocimiento de Historia de la Ciencia, fue coautor en 2016 del libro 'Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950)' junto al profesor en la Facultad de Educación Juan Luis Rubio Mayoral. En aquella obra, presentada por el conocido historiador Leandro Álvarez Rey, se aborda también la figura de Mota Salado, quien “participó desgraciadamente en algunas depuraciones, y eso está constatado documentalmente”, comenta Castillo en conversación con este periódico a las mismas puertas de la Facultad de Bellas Artes, “por la ideología del profesor de turno o por ser discípulo de docentes no afines a la ideología”.

El catedrático, de 82 años, apunta que Mota Salado había sido nombrado rector en 1936 “de manera temporal” pero se alargó 15 años en el cargo, doce de ellos ya jubilado, en “el único caso” de rector en esas circunstancias, según el catedrático. Castillo resalta la “contradictoria” figura de Mota en cuanto a “dócil con la ideología del régimen” pero “instaurador” de ayudas a universitarios sin recursos, motivo principal por el que se ganó buena fama en la Sevilla de aquellos años, además de su religiosidad. El profesor jubilado apunta “depuraciones importantes” en el ámbito de la Hispalense “sobre todo a partir del final de la guerra”, separando de la enseñanza a los señalados por el régimen, quienes se exiliaban al extranjero o eran “rebajados en su condición” a un escalafón inferior, y en su sueldo por consiguiente, como fue el caso de Pedro Castro Barea, entre otros.

Mota Salado “hacía la labor que le decían que tenía que hacer”. “Influenciado por la ideología del momento, el régimen lo puso y lo mantuvo”, explica Castillo, destacando que “estaba muy bien visto por la sociedad sevillana de la época”. Le extraña, en todo caso, que la Hispalense no le haya recordado desde entonces con su nombre en algún departamento o proponiéndole para el nomenclátor de la ciudad. El profesor, como curiosidad, dice que un nieto de Mota Salado, también catedrático de Química Orgánica, le dio clase en la Facultad, si bien supo de su trayectoria a raíz de sus investigaciones, entre otros con el ya mencionado Juan Luis Rubio Mayoral.

Candil, su predecesor, depurado

También se pronuncia sobre el exrector este investigador, Juan Luis Rubio Mayoral, que hace 30 años publicó el pionero trabajo 'El profesorado de la Universidad de Sevilla. Aproximación al proceso de depuración política (1936-1939)'. Rubio Mayoral recuerda que el triunfo en Sevilla del levantamiento militar acabó con el cargo de rector de Francisco Candil, que presentó formalmente su renuncia a Queipo de Llano el 31 de julio de 1936.

Y lo hizo en estos términos, recogidos textualmente por otro historiador, José Villa, en su obra 'La Sevilla del Frente Popular', que así se refería a la salida del antecesor de Mota: “Candil, de formación liberal, relacionado con la Institución Libre de Enseñanza y amigo de los republicanos Ramón Carande y Demófilo de Buen, ambos catedráticos de la Universidad de Sevilla, no era persona de confianza de los nuevos poderes, como se confirma con el expediente de depuración al que le sometieron en los siguientes meses, siendo suspendido de empleo y sueldo e inhabilitado para cargos directivos y de confianza”, escribió el historiador.

Villa recoge también un discurso de Mota Salado el 17 de abril de 1937 en la Universidad, que “marca los principios que han de regir la enseñanza en esta nueva etapa”, bajo “el programa ideológico de sumisión de la enseñanza a la iglesia católica”. “España necesitaba esta sacudida para que despertara del letargo en que estábamos viviendo, muy sensible por las víctimas y las consecuencias tan funestas que se vienen viviendo. (...) Quitado el freno a las pasiones, endiosamiento del hombre, rotura de las amarras con Dios... los hechos nos precipitaron en la anarquía revolucionaria poniéndonos al borde del abismo, no hundiéndonos en el vacío gracias al glorioso Movimiento del Ejército, el que nos ayudará a la práctica de las enseñanzas de los Evangelios”.

“Huecos importantes en la enseñanza”

Este historiador considera que la represión contra el personal docente se llevó a cabo a través de los rectorados de las distintas universidades y para todo el territorio de su distrito universitario. En aquel libro publicó algunos de los documentos que acreditan tal actuación en la Universidad de Sevilla, como por ejemplo el que relaciona el personal represaliado a partir de julio de 1936, con singulares acotaciones: “De izquierda acentuada”, “De extrema izquierda. Tiene a gala ser masón. Pertenece a la Logia ‘Isis y Osiri’ de Sevilla, ”De Unión Republicana. Está detenido“. ”La depuración de personal docente que se lleva a cabo desde el Rectorado de la Universidad de Sevilla afectó a un buen número de ellos, que dejaron huecos importantes en la enseñanza por un largo tiempo“, recoge Villa en su libro, donde se incluye por ejemplo un oficio del rector Mota Salado a partir de septiembre de 1936, remitido al gobernador civil de la provincia con los nombres concretos de catedráticos y auxiliares. De su antecesor, Francisco Candil, decía el gobernador civil en una respuesta que era ”persona de orden, de buena conducta moral, de tendencia izquierdista moderada“.

Por último, el profesor de la Historia del Derecho y de las Instituciones de la Facultad de Derecho de la Universidad de Málaga Manuel J. Peláez dice en su publicación sobre depuración política y universitaria que Mota Salado, pese a ser un “hombre apolítico”, “prestó muchos servicios políticos al nuevo régimen totalitario desde su puesto de máxima responsabilidad universitaria”. “Mota, en cumplimiento de lo dispuesto por la Junta de Defensa, el 19 de septiembre de 1936 había elevado al Gobierno Civil de Sevilla una relación de personal docente, administrativo y subalterno de la Universidad de Sevilla, acompañado del correspondiente informe. Es asombroso que dijese de sí mismo que era 'persona de derechas, de buena conducta moral y religiosa, apolítico y cumplidor en exceso de sus obligaciones académicas'”, una “fórmula ritual que se utiliza con aquellos personajes fieles al Movimiento Nacional y a la situación creada en aquellos momento en Sevilla”.

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