Blindar las praderas submarinas contra anclas y redes evitará el escape de un 'monstruo' climático

Raúl Rejón

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En el Mediterráneo, y a poca distancia de una cala idílica, cada vez que durante una plácida jornada de navegación un ancla se arrastra por el suelo marino tapizado de plantas, está liberando un monstruo climático que llevaba milenios atrapado.

Las praderas marinas sobre las que fondean embarcaciones, se vierten desechos o se pasa una red de pesca, son un almacén gigantesco de carbono. “El doble que los bosques”, aclaran los científicos. Destruirlas supone liberar grandes cantidades de este elemento, lo que “contribuye al incremento del dióxido de carbono (CO2) atmosférico”. Es decir: engrosar la costra de gases invernadero que está detrás de la crisis climática.

Estas praderas submarinas no son algas sino plantas. Las más importantes en el Mediterráneo son la endémica posidonia y la seba. Ambas “han sufrido una importante regresión en las aguas del litoral mediterráneo español y, en el caso de algunas poblaciones, se encuentran seriamente amenazadas”. Esta es la descripción del statu quo recogida en el futuro real decreto específico para su conservación.

¿Cuánta regresión? Las poblaciones de Posidonia oceanica del Mediterráneo occidental, han decaído entre un 13% un 38% en el último medio siglo, según los estudios del CSIC. Y un 50% en el resto de la cuenca. Una de sus investigadoras, Núria Marbà, explica en esta exposición de la Blue Marine Foundation que el pico de pérdida se produjo entre las décadas de 1960 y 1990. Después, las políticas conservacionistas han frenado el ritmo de destrucción, pero “la cobertura actual está lejos de la que era, en parte debido al lento crecimiento de la posidonia”.

El Ministerio de Transición Ecológica está redactando una normativa para detallar “las prohibiciones genéricas” legales que atañen a estas especies por estar protegidas como son “recoger, cortar, mutilar, arrancar o destruir intencionadamente la planta”. La idea, explican fuentes del Ministerio, es “extender la protección a toda el área de distribución de estos ecosistemas en la vertiente mediterránea”. Hasta ahora, solo dos comunidades autónomas –Iles Balears y Comunitat Valenciana– disponen de legislación para defender la posidonia y la seba. Y en ambos casos ceñidas “a zonas marinas con continuidad ecológica con espacios terrestres protegidos”, especifican en Transición Ecológica. Es decir, hay muchas praderas con poco blindaje.

Estos tapices de plantas bajo el mar son ecosistemas frágiles y, además, soportan todo tipo de agresiones: la ocupación de su espacio con fondeos o arrastres, la eutrofización, la contaminación y el mismo cambio climático ya que, por ejemplo, la posidonia no soporta una temperatura del agua del mar muy elevada, como la que están ocasionando las olas de calor marinas que atraviesan el mar Mediterráneo. El agua recalentada provoca “mortandades masivas” que se han vuelto “recurrentes”.

El peligro climático

Además de ser ecosistemas cruciales para la biodiversidad marina, las praderas se han revelado como un elemento “de particular interés” a la hora de frenar el cambio climático. Así lo describe esta investigación sobre lo que llama “sumidero único de carbono”: “En el mar Mediterráneo, la estructura construida por la Posidonia oceánica, mantiene enterrados miles de años de grandes cantidades de carbono. Una mata media de 210 centímetros de grosor tiene atrapadas unas 711 toneladas de carbono orgánico en cada hectárea”.

Eso supone que, entre hojas, rizomas, sedimentos, ahí queda un stock correspondiente a 1.580 años de secuestro de carbono “confirmado por análisis de radiocarbono”. Toda esa cantidad no ha llegado a la atmósfera. “Una extrapolación a toda la cuenca mediterránea –con una cobertura de entre 1 y 1,5 millones de hectáreas– muestra que el almacén puede ser de 711 a 1.067 millones de toneladas de carbono”, afirma la investigación.

De ahí la importancia de conservar bien la posidonia y la seba para que no que se transformen en una fuente de carbono liberado masivamente a la atmósfera. Un grupo de científicos del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados del CSIC ha estudiado cuánto emite una pradera de posidonia que se destruye: “Nuestros resultados muestran que la pérdida de posidonia puede disparar en el Mediterráneo una cantidad significativa de CO2 desde los sedimentos”.

Sus cálculos estiman que “en un solo verano (tres meses) la erosión del primer centímetro de la pradera de posidonia que se extiende por Alcúdia (Mallorca) libera a la atmósfera la misma cantidad que ha tardado todo un año completo en enterrar”.

¿Qué se prohíbe?

En general, el texto del real decreto especifica que no se podrá fondear sobre Posidonia ocenanica y Cymodocea nodosa. Tampoco se permitirá la pesca con redes de arrastre, dragas, trampas, ni las granjas de acuicultura...Estarán prohibidas las infraestructuras para energías renovables, sondear hidrocarburos o almacenar CO2. Estará vetado construir oleoductos, gasoductos o cables tanto por encima de las praderas como por debajo. El decreto proscribe la captación de agua o los vertidos sobre estas praderas, la extracción de áridos para regenerar playas, la minería submarina o el desagüe de desaladoras. La norma tiene una salvedad: las actividades que ya estén autorizadas podrán continuar hasta que caduque el permiso.

“La conservación es un asunto de gran importancia –abundan las conclusiones del Instituto Mediterráneo–. Cualquier degradación de las praderas, que se han ido construyendo durante el último milenio, resultaría muy probablemente en la liberación de una cantidad considerable de carbono que probablemente amplificaría las emisiones de gases de efecto invernadero”.