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La costumbre y la precaución frenan el destape en el primer día sin mascarillas

Parece que entrar a cara descubierta en los interiores tendrá que esperar un poco más. España no se ha echado a la calle a destaparse en el primer día sin mascarillas obligatorias. Si bien la vuelta repentina del frío en todo el país no ha ayudado, la cautela de momento se impone. Hay reservas, dudas, algunos miedos flotantes, pero sobre todo extrañeza tras dos años con la mitad del rostro tapado. Es el revoltijo de emociones que acompaña a cada cambio. También asoma la alegría.

Yuri recibe en la panadería de un barrio madrileño sin mascarilla, con la sonrisa de oreja a oreja. “Da la sensación de que estás haciendo algo mal si te la quitas, ¿verdad?”, dice al otro lado del mostrador, contenta porque por fin ha visto la cara de algunos de esos clientes que atiende a diario. Es una escena poco común en los comercios de España. “De cincuenta que han entrado hasta ahora, solo uno ha venido sin mascarilla”, señalaban en la frutería Ayala, en Córdoba, informa Carmen Reina. Tenderos y clientes aducen a la “costumbre”, a la “precaución” y al “de momento” hasta “ver cómo va todo”. Algunos sitios han optado por quitar las mamparas; otros las mantienen.

Pasa en las tiendas pequeñas y en las grandes cadenas. El gesto de subirse el cubrebocas al cruzar el flanco de la puerta se repite a lo largo de la Gran Vía de Madrid. En un comercio de cosméticos esperan instrucciones de los jefes mientras miran de reojo el estante de los pintalabios. La expectativa es que a partir de hoy crezcan las ventas. “It is not necessary today”, le explica Nuria, una dependienta de Zara, a una clienta extranjera, tras ensayar junto a su compañera de mostrador el “gracias” con sonrisa. La empresa ha decidido liberar a sus empleados de la obligación de usarla. Al lado, otra trabajadora coloca unas camisetas con la mascarilla puesta: “Voy a mantenerla de momento porque me siento más segura”.

Salvo contadas excepciones, muchos empleados y empleadas de España todavía no tienen noticias de cómo deben proceder. El real decreto publicado en el BOE esta mañana ampara en su preámbulo a las empresas para que tomen esta decisión pero en ningún caso pueden obligar a los clientes a llevarla. El sindicato CSIF lamenta que la falta de previsión para hacer una evaluación de riesgos de las administraciones públicas ha llevado a mantener de momento este elemento de protección.

El edificio de la Seguridad Social de Santander sigue instalado en la pandemia como si no hubiese cambiado nada. Así, además de seguir vigente la cita previa para entrar al edificio, en la puerta de entrada continúa apareciendo un póster con la obligatoriedad de la mascarilla para poder acceder. Por este motivo y tal y como cuenta uno de los guardias de seguridad a este periódico, todo aquel que este miércoles ha entrado a las oficinas públicas lo ha hecho con el cubrebocas puesto, informa Blanca Sáinz.

Ocurre lo mismo con los trabajadores, que ni siquiera han recibido aún una orden que les obligue o no a llevarla: “Aquí la seguimos llevando todos”, confiesa el empleado. Hay quien ni se había enterado del cambio, como Silvia, de 18 años, que acude a una oficina de Correos en la capital cántabra. Sergio, jubilado de 68 años, tiene claro que seguirá usándola. “Estoy operado de cáncer de próstata y no me siento seguro como para quitármela, pero es que además he visto en los periódicos que están resurgiendo los contagios”, cuenta.

¿Y en los colegios? Los escolares pueden legalmente desde este miércoles estar en clase sin mascarilla pero las instrucciones varían en función de cada centro. Anoche muchas familias recibieron correos pidiendo esperar al menos a la publicación de la norma, aunque no es posible exigir a partir de hoy a un niño o niña llevarla.

Comunidades, como Canarias o Andalucía, que han solicitado a los centros aguardar hasta que redacten la orden autonómica. Sin embargo, otras como Catalunya dieron el paso un día antes. Las opiniones de las familias son diversas. Álex, madre de dos niños de cuatro y ocho años, dice que está deseando quitárselas porque “es mucho tiempo ya” mientras Sara, que trabaja en la sanidad, sigue llevando FFP2 en exteriores y asegura que se la pondrá a sus hijos durante un tiempo más. Algunos adolescentes esperaban con aprensión este día porque reconocen que sienten vergüenza y preferirían seguir llevándola. Un problema que nadie vio venir.

En los supermercados la estampa no difiere mucho de los últimos días o meses. “Nos han marcado llevarla durante un mes más a los empleados”, explica Giovanna, trabajadora de un supermercado Carrefour del centro de Madrid. La mayoría de clientes pesa la fruta, carga la leche y busca las ofertas con la mascarilla puesta. Ane, una señora cercana a los 60, se dirige con prisas al mostrador de las ensaladas preparadas es una de las pocas excepciones. “Igual que fui obediente para usarla lo soy ahora para quitarla si podemos hacerlo”, responde. Luego matiza: “La verdad es que he entrado con prisas y he salido de casa pensando que me la había olvidado. Esto de llevarla en el bolso sí va a ser un delirio”.

La mayor confusión se está produciendo en los transportes. La norma obliga a utilizar cubrebocas, por ejemplo, una vez entres en los vagones de metro pero no en los andenes ni en las estaciones. María Luisa, trabajadora de Metro de Madrid, lleva dos años ejerciendo casi de agente policial para velar por que todos los usuarios estuvieran protegidos al entrar al suburbano. Este miércoles ha tenido que aclarar muchas dudas. “¿Y el andén entonces es tierra de nadie?”, le preguntaba un chico. Lo difícil, anticipaba esta trabajadora, será controlar que una vez en los vagones todo el mundo se pone la mascarilla.

Los bares ya eran un espacio en el que estaba socialmente aceptado pasar las horas sin mascarilla siempre que estuvieras sentado. El primer día tras el cambio las cosas parecen seguir parecidas: los clientes continúan sin llevar mascarillas pero la mayoría de camareros se cubren la boca y la nariz. “No es solo por coronavirus. Hay muchas otras cosas que te pueden contagiar. Es seguridad para nosotros y para nuestros clientes”, explica Brenda, camarera de la taberna Alkartetxe, emplazada en el centro de Vitoria. En este establecimiento mantendrán un mes el mismo protocolo que hasta ahora.

“Tenemos unos clientes de una edad que vienen a comer todos los días. Estas personas se preocupan mucho por su salud y nosotros nos preocupamos por ellos. Tenemos una cercanía con los clientes mayores. Intentamos desde el principio cumplir todas las normas. Ahora es complicado de la noche a la mañana cambiar algo que hemos llevado durante mucho tiempo ya y vamos a ver primero cómo funciona todo, cómo van cambiando las cosas”, argumenta esta hostelera, abierta a dar el paso en verano. “Es un bar muy grande y con el calor de la cocina, con la terraza… Es un poco agobiante”. En Euskadi, esta nueva fase llega con una subida de la incidencia pero, sobre todo, con dos semanas de grandes ascensos en el número de ingresados por COVID-19. Eran alrededor de un centenar a principios de abril y ahora superan los 300, informa Iker Rioja.

A veces la directriz de la empresa choca con la elección de los trabajadores. “Me gustaría quitármela, pero el jefe nos ha dicho que la mantengamos. Dice que la normativa permite a las empresas tomar la decisión y ésa ha sido la suya”, indica una panadera, que confirma que “el 90% de los clientes está entrando con ella puesta”. “Estamos muy sugestionados. Antes no éramos así”, zanja.

“Antes de las vacaciones de Semana Santa muchos trabajadores ya comentaban que tenían ganas de se quitaran las mascarillas porque estamos allí y solo nos las podemos quitar al aire libre, cuando salimos de pausa, y mientras que comemos o almorzamos, entonces se ve ya un poco estricto que por ejemplo en las mesas que tenemos fuera de seis personas se sigan sentando dos cuando en hostelería y otros ámbitos ya se puede sentar todo el mundo juntos y sin mascarillas”, afirma un trabajador de la fábrica de Ford en Valéncia, donde se ha establecido el mantenimiento de las mascarillas. No es la única. En Stadler Rail Valencia SAU, que fabrica trenes también en Valéncia, el paso se retrasa hasta finales de abril. Entonces se valorará la situación, informa Carlos Navarro.

Esta realidad convive con otras, como la que viven los cinco trabajadores de BrainLang, una pequeña empresa en la capital de Murcia. “En realidad aquí ya llevamos un par de meses sin utilizar la mascarilla dentro porque nuestras mesas guardan la distancia de seguridad, tenemos siempre el espacio ventilado y salimos a la terraza a tomarnos el café”, afirma el CEO de la compañía.