“Llama a Galvín”. Durante años, cuando un periodista necesitaba saber algo de lo que pasaba en la educación madrileña la respuesta era siempre la misma: “Llama a Galvín”. Secretaria general del sector de Educación de CCOO en Madrid, Isabel Galvín, profesora de Lengua y Literatura, era omnipresente. Desde Aguirre hasta Ayuso, se pasó 12 años peleándose con las presidentas de la Comunidad por una escuela pública mejor, una tarea ingrata en el laboratorio de ideas neoliberales y ultraconservadoras que es la región, punta de lanza del trumpismo en España y gobernada con mayoría absoluta por el PP durante décadas. Pero eso ya no es cosa suya, al menos no desde ahí. Concluido su periplo sindical, Galvín vuelve “muy contenta” al aula, de donde nunca quiso salir, cuenta. Con sus victorias, con sus derrotas, pero satisfecha por haberse “dejado la piel”.
Más de una década después, Galvín vuelve al aula a toparse de bruces con la realidad que lleva años denunciando. Con las aulas masificadas, la falta de tiempo para nada, la burocracia que aplasta. “Creo que es donde hace falta estar ahora, donde se nos necesita”, sostiene. Desde que dejó la docencia de secundaria –ha seguido impartiendo clases como profesora asociada en la universidad durante este periodo–, “ha habido una democratización de la educación secundaria en el sentido de que hay muchísima más diversidad, especialmente en la escuela pública, que absorbe, incluye e incorpora la mayor parte de esta diversidad”, reflexiona tras un mes sobre la tarima. “La clave ahora mismo es esa. Necesitamos menos ratios para atender esa diversidad, necesitamos otros perfiles profesionales”, opina.
¿Comparte esa impresión creciente, que respaldan encuestas y estudios de todo tipo, de que la docencia es cada vez más difícil y se ejerce en peores condiciones? “No es una profesión atractiva”, admite mientras se sirve un té en una cafetería cercana al IES San Isidro, donde ejerce. “Las políticas de profesorado son nefastas”. Y le sale la sindicalista que no ha dejado de ser. “Tenemos el retraso del estatuto docente, tenemos leyes que no se consultan con el profesorado. Y tenemos una organización del tiempo de trabajo muy mecanizada, con mucho tiempo dedicado a la burocracia porque faltan otros perfiles profesionales y la profesión docente es como un cajón de sastre. No hay orientadores suficientes, no hay profesoras de servicios a la comunidad, una figura clave contra el absentismo. Hay una sensación de desprofesionalización. A mí me gusta decir que se ha proletarizado la profesión en el sentido de que a veces parece una cadena de montaje”.
Y todo es peor en Madrid, asegura. “Ya lo sabemos: la que menos invierte de toda España”, resume. Pero tampoco el Gobierno central lo está contrarrestando todo lo que le gustaría, añade. “Tenemos un gobierno de izquierdas que se plantea grandes objetivos en otros temas, pero en educación no. Debería haberse volcado estos siete años con la educación, es la única salida a todo esto”, desliza aludiendo al auge de la ultraderecha. “La derecha hizo los recortes por real decreto, lo tenían clarísimo. Pero la Lomloe no los ha revertido, no se hace una norma básica que garantice recursos, una ley orgánica para que no tengamos que depender de las comunidades autónomas, como nos pasa en Madrid”.
En el peor momento
Galvín aterrizó en la secretaría general de Educación de CCOO en el peor momento. Justo tras los recortes brutales que impuso el exministro popular José Ignacio Wert en 2012 tras la crisis de las hipotecas. “Ya había empezado la marea verde, pero la viví en primera persona. Huelgas, encierros... Fue una etapa muy dura de confrontación y no empezamos a ver resultados hasta [Cristina] Cifuentes”, que accedió al cargo en 2016.
Aunque costara, aunque frustre golpearse con un muro en forma de mayoría absoluta perenne, Galvín tiene claro que hay que dar la batalla siempre. “Hemos tenido victorias, más pequeñas, más grandes, victorias judiciales. Todo ha costado muchísimo, pero lo único que da resultados es la lucha, la confrontación, la resistencia, la denuncia. No hay otra vía y no habríamos conseguido absolutamente nada si no hubiéramos hecho lo que hicimos. De hecho, [Rafael] Van Grieken [el consejero de Educación de Cifuentes] nos reconoció que estábamos ahí [sentadas en la mesa de negociación con el Gobierno regional] por la lucha que habíamos llevado a cabo”, recuerda.
Esperanza Aguirre, Ignacio González, Ángel Garrido, Pedro Rollán en funciones e Isabel Díaz Ayuso. Galvín ha visto pasar a cinco presidentes regionales y tiene claro que la dupla Cifuentes-Van Grieken es con quien mejor se han entendido a la hora de negociar, asegura sin dudarlo. “Él era profesor de universidad, y eso se nota. Te quería convencer, había diálogo. Nos sentó en la mesa y nos preguntó por dónde queríamos empezar. Le dijimos que por el empleo, por recuperar el cobro del verano, ese derecho de los interinos. En ese momento perdimos a muchos compañeros que no llegaban a fin de mes. Vivimos desahucios y situaciones muy duras. Así que decidimos empezar por ahí. Madrid fue de las primeras comunidades en recuperar eso. Obviamente había muchas reivindicaciones, pero había que priorizar”, rememora.
Lucía Figar era una persona muy compleja en el trato, pero tenía una preparación sólida en neoliberalismo, era muy ideológica y formó un equipo técnico de directoras generales con mujeres jóvenes, de clase media alta, que habían estudiado en Estados Unidos y tenían muy clara la agenda
Enfrente, Lucía Figar, la responsable que nombró Esperanza Aguirre, fue la peor interlocutora. Tampoco lo duda. “Era una persona muy compleja en el trato. Bueno, yo nunca tuve trato directo con ella. Todos los puentes estaban rotos. Parecía que no le gustaba nada el profesorado de la pública, nos veía como a los maestros de la República. Fue el momento de 'son unos vagos', de esa estigmatización. Pero tenía una preparación sólida en el neoliberalismo, era una persona muy ideológica y formó un equipo técnico de directoras generales con mujeres jóvenes, de clase media alta, que habían estudiado todas en Estados Unidos y tenían muy clara la agenda: empezaron por desregularizar la educación infantil, siguieron con el bilingüismo –ahí tocaron la tecla y la sociedad lo recibió bien–, luego el cheque guardería para Infantil... Ahí pusieron los mimbres, Figar es directamente responsable de la agenda neoliberal y neoconservadora [que se aplica en la Comunidad de Madrid]”, asegura.
Fue con Figar, rememora, cuando CCOO decidió que todo iría a los tribunales. “Todo lo denunciábamos, igual que en el Consejo Escolar tenemos una tradición, que siempre dejamos un voto particular para que nuestra posición quede clara. Esto es algo que a mí me ha preocupado mucho estos 12 años. Que nadie diga que no hicimos todo lo que pudimos”, explica. Como en las negociaciones, la vía de los tribunales les ha reportado derrotas, pero también victorias. Una de las últimas ha sido conseguir que las universidades tengan que pagar al profesorado asociado los quinquenios, el complemento por cada cinco años de docencia que cobran todos los demás profesores.
Respecto al equipo actual que forman la presidenta Isabel Díaz Ayuso y Emilio Viciana, la sindicalista ve en el consejero “un alto técnico de la Administración, de trato correcto y apacible” dedicado a poner en marcha la agenda “del equipo de Ayuso”, y subraya “equipo”. “No creo que sea de Ayuso”, sostiene. El momento en la educación madrileña –sobre todo, pero no solo, apunta Galvín, Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente andaluz, le sigue los pasos– está marcado por los tiempos actuales. “Están trayendo aquí las guerras culturales y la educación forma parte de esa guerra”, sostiene. Y Viciana está “muy aplicado en esa tarea”.
Pero todo eso ya son recuerdos. De su periplo sindical, al que llegó reticente porque no quería dejar el aula, se queda con la relación, intensa, con toda la comunidad educativa. Con la prensa también –“es clave”–, y con el respaldo de la organización. ¿Recomendaría ser responsable sindical, esa lucha constante? En su caso no fue tan vocacional, al menos no de inicio. “Hacía falta dar un paso adelante. Estábamos en plena Marea Verde y no podía mirar para otro lado. Como sucede ahora con Palestina. Nos gustaría que no pasara, claro, pero está pasando. Pues entonces igual. Teníamos asambleas de 2.000 personas [por los recortes] y había que presionar. Se veía. Mis compañeros pensaron que podía ser yo y como no soy de mirar para otro lado lo hice. Lo que recomiendo es que si das un paso adelante tiene que ser en un contexto, en un proyecto colectivo y sintiendo que tienes el respaldo de la gente”, cierra.
La gente a la que ha estado apelando durante toda la entrevista. El profesorado precario, los interinos, las compañeras que se quedaron por el camino –laboralmente– expulsadas por una profesión a veces ingrata. “Personas a las que les pongo cara, les pongo nombre”, repetirá. Por todos ellos mereció la pena. Pero ya cumplió su parte y ahora le toca a otra. Le deja el listón alto, aunque solo sea por las horas echadas. Para Galvín es el momento de volver a ser una más. De no perderse las cosas de su hija. De estar.