Las grietas del suelo cerca del Golfo de Corinto no son simples accidentes del terreno. Cada fragmento hundido o elevación repentina marca el pulso de una falla geológica que sigue en movimiento tras miles de años. Este corredor sísmico, uno de los más observados por los geólogos europeos, ha reconfigurado paisajes, desviado ríos y alterado asentamientos humanos de forma constante. En esa misma franja del litoral griego, la antigua ciudad de Helike se negó a desaparecer pese a los seísmos que la asolaron durante siglos.
El relato clásico sitúa la noche del 373 a. C. como uno de los momentos más devastadores para la urbe. La tierra tembló con tal violencia que alteró el curso del río Selinous y provocó un tsunami que sepultó la ciudad. Aquel impacto destruyó construcciones, arrastró cultivos y cubrió Helike bajo agua y sedimentos. Sin embargo, las evidencias extraídas en los últimos años apuntan a que este episodio no fue un final, sino parte de una larga serie de reconstrucciones.
La destrucción del 373 a. C. no marcó el final definitivo de la ciudad griega
El Proyecto Helike, encabezado por la arqueóloga Dora Katsonopoulou, desveló que la ciudad fue reconstruida en varias ocasiones en distintos puntos de la misma llanura costera. Según detalla el estudio publicado en la revista Land, esa resiliencia se expresó a través de una ocupación constante, aunque cambiante, desde la Edad del Bronce hasta la Antigüedad tardía. Tras cada seísmo, los habitantes se reubicaban en zonas más seguras dentro del mismo entorno.
Esa reconstrucción no solo fue física, también implicó adaptaciones económicas y sociales. En las capas asociadas a los asentamientos posteriores al seísmo del siglo IV a. C., los arqueólogos encontraron pesas de telar y restos de talleres textiles que apuntan a una recuperación del comercio y la producción. También identificaron nuevas técnicas de edificación, como muros poligonales con piedras encajadas, que revelan una intención clara de reforzar las estructuras ante futuros temblores.
Los investigadores combinaron geología, arqueología y modelado digital para trazar la evolución del paisaje. Esa aproximación les permitió entender cómo los movimientos tectónicos, los depósitos fluviales y los cambios en el nivel del mar moldearon el entorno. El análisis de los sedimentos mostró que, tras los terremotos, los cauces se desviaban, formaban lagunas o ampliaban las zonas de aluvión, lo que obligaba a los pobladores a reorientar sus asentamientos en función del terreno emergente.
La ciudad se reubicó una y otra vez dentro de la misma llanura tras cada temblor
Un ejemplo revelador se documentó en los restos de la llamada casa corredor, descubierta a tres metros de profundidad bajo capas de arcilla. En su interior se conservaron vasijas con semillas, monedas de bronce procedentes de Sición y una figura de terracota negra, elementos que indican una vida doméstica interrumpida por un seísmo súbito. El análisis de microfauna marina en los estratos superiores demostró que la zona estuvo sumergida durante mucho tiempo antes de volver a emerger por el levantamiento tectónico.
Pausanias, en el siglo II, afirmó que en aquel lugar era posible ver bajo el agua partes de antiguas murallas. Casi dos milenios después, esa observación ha sido respaldada por hallazgos que sitúan estructuras clásicas bajo capas geológicas más recientes. Según los arqueólogos del Proyecto Helike, esa superposición de épocas refleja cómo la ciudad fue tragada por una laguna interior, no por el mar abierto, como sugerían las versiones antiguas.
Las campañas más recientes, realizadas entre 2000 y 2001, permitieron identificar restos del período helenístico y romano en una llanura occidental elevada. Entre ellos, se halló un tramo de calzada y estructuras domésticas, lo que refuerza la hipótesis de una reocupación gradual en distintas fases. En palabras del estudio publicado en Land, “los datos recopilados cubren la habitación en el área durante un largo período cronológico, desde la Edad del Bronce hasta la Antigüedad tardía, y muestran cómo las sociedades del pasado interactuaron con el entorno”.
Esa permanencia se explica por el vínculo entre territorio, memoria y adaptabilidad. A pesar de los riesgos, Helike fue vista por generaciones sucesivas como un lugar viable para vivir y reconstruir. Lejos de huir del peligro, sus habitantes asumieron que el entorno exigiría ajustes constantes. Esa actitud permitió mantener una identidad común pese a los desplazamientos forzados, la destrucción de templos y la pérdida de viviendas. De esta manera, la historia arqueológica de Helike, aún en desarrollo, ofrece un retrato tangible de cómo una ciudad logró mantenerse viva adaptándose a los movimientos de la tierra bajo sus pies.