El curioso origen de este monasterio: fue erigido en el interior de un alcázar real

El monasterio de San Benito el Real, en la ciudad de Valladolid, posee un origen verdaderamente inusual, pues fue fundado por el rey Juan I de Castilla en 1389 dentro de su propio alcázar real. Esta decisión se formalizó en septiembre de 1390, cuando los monjes recibieron las dependencias del palacio para convertirlas en su nuevo hogar. Así se recoge en el libro coordinado por Carlos Manuel Reglero de la Fuente, titulado Relatos de orígenes, reforma y súplica en los monasterios de Castilla, y editado por la Universidad del País Vasco en 2025. Dicho estudio también asegura que una de las mayores curiosidades de esta comunidad fue su compromiso con una clausura perpetua y estricta, algo poco común para los benedictinos de la época.

Dicha condición era impuesta por el rey y se inspiraba en la Regla de Santa Clara, advirtiendo que si los monjes rompían el encierro perderían toda su financiación. Pero, al margen de quienes lo habitaron, otro de los episodios que destacan la singularidad de este monasterio es que la tragedia lo golpeó apenas catorce días después de su fundación oficial, cuando el rey Juan I murió repentinamente sin dejar aseguradas las rentas de los monjes. La comunidad quedó sumida en tal pobreza que se vio obligada a enviar a dos religiosos, en un arriesgado viaje, hasta la localidad de Arévalo, con la intención de suplicar ayuda a la hermana del difunto monarca. Ante esta situación de miseria extrema, los monjes se encomendaron a la Virgen María para que los protegiera de la ruina total. 

Como agradecimiento por haber sobrevivido a esos meses críticos, los monjes instauraron la piadosa costumbre de cantar una misa diaria en su honor, tradición que mantuvieron durante décadas. Otro hito histórico relacionado con el monasterio de San Benito el Real ocurrió en 1443, cuando se celebró la llegada de agua corriente desde la fuente de Argales. Esta “agua de consolación” fue vista como un regalo divino, ya que antes los monjes debían realizar el penoso esfuerzo de sacar el agua de un pozo muy profundo. Años más tarde, la mismísima reina Isabel I de Castilla visitó el cenobio y quedó insatisfecha al ver que la iglesia primitiva era demasiado pequeña y humilde para la importancia del lugar. Por ello, decidió impulsar la construcción de un nuevo y monumental templo, cuya edificación comenzó finalmente en el año 1499.

Sin embargo, surgió un conflicto de poder cuando nobles como el obispo de León, Alonso de Valdivieso, financiaron capillas y colocaron sus propios escudos de armas en la capilla mayor. Al enterarse, la reina Isabel envió una carta indignada ordenando retirar esos escudos, recordando que el monasterio era de patronato real y solo debían lucir las armas de sus antepasados. Para asegurarse de que nadie olvidara a quienes ayudaban al monasterio, se creó el lujoso Libro de los bienhechores. Este manuscrito iluminado debía leerse obligatoriamente ante todos los monjes dos veces al año para que recordaran rezar por sus patrones. 

El monasterio también atesoró obras de arte excepcionales, como un retablo flamenco encargado por el canciller Alfonso Sánchez de Logroño a finales del siglo XV. Actualmente, las tablas de este tesoro artístico se encuentran expuestas en diferentes museos, como el Prado o el Nacional de Escultura. Hoy en día, San Benito el Real es recordado como el corazón de una gran reforma monástica que se extendió por toda Castilla. Su historia, marcada por la identidad de la clausura y su vínculo con la monarquía, lo convirtió en uno de los centros benedictinos más influyentes de la Baja Edad Media.

Hasta tres claustros

A nivel arquitectónico, el monasterio contaba originalmente con tres claustros principales, entre los que destaca el Patio Herreriano, diseñado por Juan de Ribero en 1584 como espacio procesional, espacio que hoy alberga el Museo de Arte Contemporáneo. Por otro lado, el claustro de la Hospedería, finalizado en el siglo XVIII por Fray Juan Ascondo, se utiliza actualmente para oficinas del Ayuntamiento de Valladolid. La iglesia actual se empezó a construir en 1499 bajo la dirección de Juan de Arandía, concluyéndose los trabajos principales hacia el año 1515. El templo destaca por sus tres naves de gran altura que están cubiertas por majestuosas bóvedas de crucería de estilo gótico y pilares fuertes. Su fachada presenta un impresionante pórtico renacentista realizado por Rodrigo Gil de Hontañón entre los años 1569 y 1572 según un proyecto específico. Este pórtico poseía originalmente dos niveles superiores que funcionaban como campanario, pero fueron demolidos a finales del siglo XIX por su avanzado deterioro. 

Otro detalle curioso de esta joya de la arquitectura de Castilla y León es el escudo de José I Bonaparte sobre la puerta, vestigio recuperado de la ocupación francesa durante la invasión de Napoleón. En el interior del templo, una gran reja de hierro forjada en 1571 por Juan Tomás Celma separa visualmente las naves del espacio de entrada. Tras la Desamortización de Mendizábal en 1835, el monasterio perdió su función religiosa y se transformó durante un largo periodo en un cuartel militar. Debido a este proceso, muchas de sus joyas artísticas, como el retablo de Alonso Berruguete, fueron trasladadas. La sillería plateresca de Andrés de Nájera, que databa de 1528, también fue retirada del templo. El retablo que preside actualmente la capilla mayor es una obra de estilo barroco salomónico que fue trasladada desde la catedral de Valladolid en 1922. El complejo también integra espacios históricos como la Capilla de los Condes de Fuensaldaña, que hoy forma parte de las instalaciones del museo contemporáneo. La iglesia recuperó su actividad de culto en 1892 y fue entregada finalmente a la orden de los Carmelitas Descalzos en el año 1897.