La historia evolutiva que une a gorilas, chimpancés y humanos con el consumo de alcohol

Golpeaban con fuerza los frutos caídos, algunos todavía firmes y otros ya blandos por la fermentación. El olor dulzón impregnaba el aire cuando los monos se acercaban, moviendo con rapidez las manos para apartar las hojas y rescatar las piezas que aún conservaban pulpa.

El hallazgo frutal terminaba generando una pequeña agitación en torno al alimento, porque en pocos segundos varios individuos se unían a la búsqueda. Así surgía un hábito que llamó la atención de los investigadores: el consumo de frutas fermentadas entre monos africanos.

Los monos encuentran en el suelo un recurso que cambia su forma de alimentarse

El interés científico por este comportamiento tomó forma gracias a la definición de scrumping, un término que los investigadores adoptaron para referirse a la ingesta de frutos que deberían haber permanecido en el dosel, pero que eran recogidos del suelo.

Nathaniel Dominy, profesor en Dartmouth y coautor del estudio citado por Current Biology, explicó que “nunca nos molestamos en diferenciar las frutas en los árboles de las frutas en el suelo”. El matiz permitió revelar la importancia de este hábito, que hasta entonces había pasado desapercibido pese a estar documentado con frecuencia.

La diferencia entre simios africanos y orangutanes asiáticos resultó determinante en la investigación. El estudio detalló que chimpancés y gorilas mostraban una pauta regular de scrumping, mientras que los orangutanes salvajes no lo hacían. Este contraste encajaba con el hallazgo genético de 2015, cuando se descubrió una mutación en la enzima ADH4 que multiplicaba la capacidad de metabolizar alcohol en los ancestros africanos hace unos diez millones de años. Esa variación en un solo aminoácido les permitió aprovechar frutos fermentados que otros primates no podían procesar con la misma eficacia.

La ventaja metabólica se tradujo en un acceso más seguro a recursos energéticos. Los simios africanos podían evitar el riesgo de trepar a ramas inestables y, al mismo tiempo, reducían la competencia con especies más pequeñas que consumían fruta inmadura en lo alto de los árboles.

Los chimpancés incorporan alcohol a su dieta diaria sin dejar de alimentarse con normalidad

Catherine Hobaiter, profesora de la Universidad de St Andrews y coautora del trabajo, señaló que “una característica fundamental de nuestra relación con el alcohol es la tendencia a beber juntos, ya sea una pinta con amigos o un gran banquete social”. La posibilidad de compartir alimento fermentado en grupo podría haber actuado como una semilla social en la evolución.

Las implicaciones sociales aparecieron con fuerza en el estudio realizado por la Universidad de Exeter en Guinea-Bissau, donde se documentó con cámaras el reparto de pan africano fermentado entre chimpancés salvajes. La investigadora Anna Bowland explicó que “sabemos que el consumo de alcohol en humanos genera liberación de dopamina y endorfinas, y sentimientos de felicidad y relajación”. Este paralelismo abrió la posibilidad de que los chimpancés también experimenten beneficios parecidos al compartir fruta etanólica.

El hallazgo resultaba especialmente llamativo porque los chimpancés no suelen compartir comida de forma habitual. La especialista Kimberley Hockings, también de Exeter, apuntó que este comportamiento selectivo podía representar “las primeras etapas evolutivas de los banquetes”. Esta observación conectaba con la idea de que las celebraciones humanas vinculadas al alcohol podían tener raíces muy anteriores a la agricultura.

El volumen de consumo en los chimpancés aporta otra capa de relevancia. Con ingestas diarias de alrededor de cuatro kilos y medio de fruta, el equipo calculó que los animales incorporan cantidades constantes de alcohol de manera natural. Dominy destacó en Current Biology que “dado que los chimpancés consumen unas diez libras de fruta al día, el análisis del equipo sugiere que ingieren una cantidad nada trivial de alcohol”. Esto significaría que la exposición al etanol formó parte de su vida durante millones de años.

La relación entre metabolismo, alimentación y cultura queda reflejada en la trayectoria evolutiva que conecta aquel scrumping ancestral con la fermentación controlada de los primeros agricultores humanos. Según Dominy, “el scrumping por el último ancestro común de gorilas, chimpancés y humanos hace unos diez millones de años podría explicar por qué los humanos somos tan asombrosamente buenos en digerir alcohol”. En sus palabras, esa capacidad se desarrolló mucho antes de que existiera el conocimiento para producir bebidas fermentadas.

La historia del alcohol empieza en los bosques africanos y se extiende hasta nuestras celebraciones

La conclusión científica que emerge es que el consumo de frutas fermentadas en simios africanos no solo tuvo consecuencias alimenticias, sino también metabólicas y sociales. El concepto de scrumping, recuperado de un dialecto inglés, permitió abrir una línea de investigación que conecta biología y cultura humana. El detalle curioso es que la misma palabra designa hoy a una sidra turbia de manzana con un nivel considerable de alcohol.

La evolución del consumo de alcohol, lejos de ser una historia exclusiva de la humanidad, muestra un hilo común que arranca en los bosques africanos. Los chimpancés compartiendo pan fermentado en Guinea-Bissau recuerdan que lo que hoy asociamos a fiestas y celebraciones pudo haber comenzado como una simple búsqueda de fruta caída.