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Pandemia, urbanocentrismo y Objetivos de Desarrollo Sostenible

Un joven atraviesa el puente sobre el mar en la zona turística de la ciudad.

Marta Chordá

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Hace solo unos meses –y parecen toda una eternidad– nuestros gobiernos andaban metidos de lleno en plena campaña de visibilización de cómo la política se iba a adaptar a los 'Objetivos de Desarrollo Sostenible'. Para quien no lo sepa, los ODS proporcionan –con sus luces y sus sombras– un marco de operatividad y transversalidad para que nuestros Estados, Comunidades Autónomas, gobiernos locales, empresas… se alineen con los 17 objetivos que nos permitirán, independientemente del color político de quien gobierne, avanzar hacia una sociedad más justa, sostenible y participativa.

Atendiendo a estos tres valores (justicia, sostenibilidad y participación) pareciera que las políticas del confinamiento de estos días pusieran en la más bochornosa evidencia la vacuidad de todo el esfuerzo publicitario invertido desde los poderes públicos con los ODS desde 2015, cuando se firmaron. Hoy nos parecen un trampantojo o una broma con muy poquita gracia. Si el abrazo a la sostenibilidad geopolítica de las Naciones Unidas fuera sincero, los objetivos de desarrollo sostenible alinearían también las políticas de la pandemia y el confinamiento. Los bochornosos edictos rurales basados en el Real Decreto 463/2020 ni tienen en cuenta los ODS, ni el concepto de soberanía alimentaria, ni el de la justicia, ni el de la igualdad, ni el de bienestar… ni son conscientes de la dificultad que entraña el contagio en poblaciones por debajo de los 7 habitantes por km2, que en su vida cotidiana apenas se cruzan con nadie, se saludan cuando se ven de lado a lado de la calle y que no ignoran las medidas de seguridad que hay que tomar ni los riesgos superlativos de contagio de estos días.

La genialidad de los ODS radica en que si bien están pensados para la armonización de la política planetaria, cada uno de los objetivos puede concretarse y aplicarse a la escala más pequeña de la acción política. Si se habla de paliar la desigualdad (Objetivo 10), esa desigualdad, que es tangible, ha de ser definida por sus agentes sociales (interesados, afectados, stakeholders…) y tender a su mitigación en su ámbito concreto. Si se habla de salud y bienestar (Objetivo 3), no sólo hablamos de cooperación con países en vías de desarrollo, sino de garantizar recursos sanitarios suficientes en la España Rural Interior, o que se han de promover modos de vida saludables. Si se habla de garantizar el acceso a alimentos sanos (Objetivo 2) a tierras descontaminadas (Objetivo 15) o de garantizar la salubridad del agua (Objetivo 14), estamos necesariamente hablando de nuestro derecho a la protección contra ciertas prácticas de la agroganadería industrial en las que somos ya líderes mundiales. El Objetivo 12 busca garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles…

El cumplimiento de estos objetivos requiere de una transformación en la mentalidad de los gobernantes y de la ciudadanía, que se convierte en un activo necesario tanto para conseguir los ODS que rondan en los planes elaborados por los gobiernos nacionales y regionales como para fijar otros nuevos, ya que el camino a la sostenibilidad no siempre va a estar alineado con otros vectores como la soberanía alimentaria, los usos tradicionales o los derechos culturales de las poblaciones. El papel del activismo social implica en este momento crear redes de cooperación y presión política, adquirir una implicación crítica en nuestras asociaciones y comunidades (más de 60, por ejemplo, se encuentran en la plataforma de la España Vaciada) que mitigue un poquito la falta del sentido común de quienes gobiernan desde la carrera de San Jerónimo sin haber olido nunca una margarita.

En definitiva, observamos estos días cómo no hay ni una pizca de ese camino a la sostenibilidad pregonado meses antes por los mismos heraldos que ahora prohíben ir al huerto, a por leña, a por agua a la fuente… a quienes no aleguen causa de necesidad. No alcanzo a comprender cómo se va a paliar la desigualdad obligando a una persona a justificar su necesidad para hacer una actividad saludable, cotidiana y que no daña a nadie. De hecho, no entiendo que no se recomiende ir en familia. Son, por lo visto, sólo los gerentes y directores de grandes empresas y explotaciones los únicos capacitados para “aplicar el sentido común” a su actividad cotidiana, mientras que la ciudadanía y aldeanía no debe hacer otra cosa que acatar el más que discutible sentido común aplicado por los mamporreros de la pandemia.

El urbanocentrismo de las medidas de confinamiento en su aplicación al mundo rural hubiera inspirado a José Luis Cuerda una nueva entrega de Amanece que no es poco de la que podríamos haber aprendido, no de la sociedad rural, sino de la estupidez benemérita en tiempos de pandemia. Si no se permite que en este momento la despoblación se presente como una ventaja para sus habitantes y la repoblación en el medio rural una oportunidad para alcanzar esa sostenibilidad de la que se presume y carece a partes iguales, será que no interesa… que realmente se crea interesadamente un “vacío rentable”.

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