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Negar la violencia machista para retroceder

Pancarta de una manifestación contra el machismo.

Violeta Assiego

Más allá de la ansiedad y el temor que suscita este envalentonamiento de la ultraderecha, es importante señalar que la decisión que se ha tomado en el Parlamento andaluz de aceptar las exigencias de Vox de incluir en sus presupuestos 'la atención a la violencia intrafamiliar', es contraria a nuestra legislación y a la normativa internacional vinculante para nuestro país. Desde el Convenio del Consejo de Europa sobre Prevención y Lucha contra la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica hasta el Convenio de Estambul, España –le guste o no al partido de Abascal–debe respetar y contemplar legalmente la distinción entre violencia de género y violencia doméstica porque debe garantizar la investigación y la efectividad en los procedimientos que luchan contra la violencia de género y la violencia doméstica. Además, hay un problema de partida y es que el mismo concepto de 'violencia intrafamiliar' no tiene ni definición ni reconocimiento legal en nuestra normativa.

Negar el tratamiento diferenciado a los distintos tipos de violencia, tal y como hace Vox –y también en los últimos años Ciudadanos y PP–, es parte del negacionismo y reduccionismo de la diferencia que está muy lejos de la lucha por la Igualdad con mayúsculas. Es en la premisa de tratar de manera particular cada violencia como se abordan sus causas estructurales. Algo que –desde enfoques de derechos– hace que se opte por hablar de 'violencia de género' como algo diferenciado de la 'violencia doméstica' o familiar. Al hacerlo, se nombra la violencia contra las mujeres como lo que es, uno de esos mecanismos sociales decisivos por los que se nos mantiene en una posición de subordinación con respecto a los hombres. Nombrarlo y enfocarlo así permite hacer frente a un sistema machista que por sí solo no sería capaz de erradicar la violencia contra la mujer. Un sistema que se resiste a desaparecer.

La violencia doméstica –que ahora Vox nombra como 'intrafamiliar'– hace referencia a los comportamientos de agresión y maltrato que tienen lugar dentro del núcleo familiar existiendo entre el autor y la(s) víctima(s) algún tipo de vínculo familiar. Y lo más importante está recogida en nuestro Código Penal. Dentro de ese ámbito doméstico claro que los hombres puede ser víctimas de violencia como también lo pueden ser los abuelos, hijas e hijos e incluso los propios progenitores. Pero es necesario subrayar que esa no es una violencia sexuada, es decir, el sexo/género del autor y la víctima no determinan el tipo de violencia, sino que lo determina el vínculo familiar. Desde este prisma, es innegable que hay hombres que son víctimas de violencia doméstica, sin embargo, al igual que la que sufren algunos padres y madres por parte de sus hijos, esta no es fruto de un problema estructural como lo es el machismo.

Es ese problema estructural, social y cultural de la violencia machista el que se observa muy bien en las estadísticas de violencia doméstica que publica el CGPJ. Según estas, dentro de ese ámbito, la violencia que sufren las mujeres a manos de sus parejas o exparejas (la violencia de género) es desproporcionadamente mayor a la que sufren los hombres. De hecho, un ejemplo de la asimetría de esa cifra es la que tristemente se ha alcanzado esta semana de 1.000 mujeres asesinadas desde 2003 a manos de sus parejas o exparejas o el más de un millón y medio de denuncias interpuestas desde 2007. Pero no creo que haga falta irse a las cifras para comprobar que las relaciones entre hombres y mujeres son históricamente desiguales lo que viene nutriendo relaciones tóxicas de dominación y poder del hombre hacia la mujer.

La violencia de género está dentro de la violencia doméstica, pero no son lo mismo. Lo doméstico, lo familiar, es el espacio en el que tiene lugar la violencia contra la mujer, pero esta, y ese es uno de los avances que ha supuesto (al menos sobre el papel) el Pacto de Estado, no solo tiene lugar en las relaciones de pareja, va más allá. Ese patrón de relación, manifestación de esas relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, también se da en las violencias sexuales, la explotación sexual y laboral, el acoso, la mutilación genital, los matrimonios forzados, la trata de mujeres y niñas... La idea de violencias machistas, cuanto más sabemos más se amplía y esta va más allá de la violencia de pareja o familiar. Justo todo lo contrario a lo que pretende Vox cuando busca diluir la perspectiva de género y neutralizar el feminismo para ellos poder seguir haciendo caja con su ideología ultraconservadora.

La paradoja es que mientras Vox homogeniza todo en violencia dentro del ámbito familiar sin distinguir el elemento de género, la tendencia en materia de prevención y lucha contra las violencias en ese ámbito (el familiar) es justo la contraria: no meterlas todas en el mismo saco y poner de relieve las causas estructurales que hacen que determinados colectivos sean más vulnerables a la violencia y discriminación. Un ejemplo, lo tenemos en cómo los últimos años, en España, se ha puesto en la agenda política la necesidad de aprobar una Ley integral que luche contra las violencias que se dirigen contra las niñas, niños y adolescentes (dentro y fuera de la familia) y otra que contra la LGTBIfobia. En ambos casos, se tomó como referencia el cambio de paradigma y la sensibilización social que ha provocado entre la ciudadanía la Ley Integral contra la Violencia de Género.

Pero todo esto, a Vox, le da igual. Ellos lo que quieren es retroceder en el tiempo, regresara a ese punto pasado donde tenían el Poder y su dominio no estaba amenazado ni por el feminismo ni la diversidad. Desde su mentalidad machista, de dominación, lo que esta en juego es tener el control y para garantizárselo necesitan hacer de cada batalla una victoria de superioridad moral, necesitan ganar el terreno que no han logrado obtener con un escaso 10% de votos. La batalla está en el relato, y la están ganando. Pero también es legal, psicológica y emocional, así que mucha calma, perspectiva de género e inteligencia emocional. Ya no hay marcha atrás. Los derechos de las mujeres son una realidad.

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