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Atacar al cáncer de la financiación ilegal

Rodrigo Rato y Miguel Blesa.

María Iglesias

Se reúnen las pruebas, se celebra el juicio y Gabriel Amat, presidente del PP de Almería, alcalde de Roquetas es condenado por dar licencias para chalets en zona no urbanizable.

La jueza Alaya termina de instruir los ERE y cursos de formación. Sustancia, antes de que prescriban los delitos, alguna de sus acusaciones a socialistas como Manuel Chaves, José Antonio Griñán, José Antonio Viera, Antonio Ojeda, Antonio Fernández, Francisco Guerrero, Magdalena Álvarez, o los ugetistas Manuel Pastrana, Francisco Fernández... ¿Varios?, ¿algunos?, ¿uno? paga, con dinero y/o cárcel. Y, por supuesto, aquellos indemnizados por haber sido despedidos de empresas en las que jamás trabajaron.

Ángel Acebes, imputado por apropiación de fondos B del PP para comprar acciones de Libertad digital se suma a los ex tesoreros de la Gürtel; los Pujol acusados de defraudar y blanquear dinero de comisiones ilegales -las “mordidas” que nuestro etnocentrismo decía eran cosa de América Latina-; Blesa, Rato y los 80 consejeros de la Cueva de las tarjetas negras... devuelven los importes afanados a la comunidad y van directos al penal.

Josep Lluis Núñez, ex presidente del Barça, su hijo tocayo y los abogados de ambos, dejan de marear la perdiz tras quince años recurriendo -con el amparo de un sistema que es garantista, sí, pero más con “el gran defraudador que con el robagallinas” ¡como acaba de reconocer sin empacho Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial.

Al fin cumplen la pena de dos años y dos meses por defraudar millones al erario público y sobornar a inspectores de Hacienda. El cuñadísimo Urdangarín y la hermanísima Cristina vuelven de su voluntario destierro, se sientan ante la Audiencia de Palma por obra de ese paladín de la Justicia, el juez Castro -que ya está tardando en subir, con Garzón y Silva, a los altares de la inhabilitación-, reintegran el dinero con que pagaron el palacete y la vidorra que llevaban a costa del dinero público cuya falta ahora cuesta tanta destrucción de empleo, público y privado. Y se someten al tiempo de trena que para los delitos probados estén estipulados. Englobando -porque es fácil dejarse corruptos en un tintero tan repleto- los que en nuestras tres décadas de democracia se han aprovechado de sus cargos para robar a los ciudadanos son condenados por el poder judicial que, además, actúa contra organismos como el Tribunal de Cuentas que, teniendo que evitar los desmanes, miraba para otro lado para, a cambio de su negligencia, enchufar a parientes, amigos y conocidos. Por no escaparse nadie, hasta se encuentra manera de probar y castigar el delito no sólo de la mano sobornada, sino de esa otra más escurridiza, la empresaria sobornadora .

Todos a la cárcel como en la película de Berlanga. Y una buena remesa de euros de vuelta a nuestras arcas para -por algún sitio hay que empezar- mejorar la dotación de personal y material de la sanidad pública. Que es la que salva vidas, por más Ipads que regalen y anuncios que paguen mutuas y compañías. Cuando alguien coge el Ébola o, cada día, cuando un parto viene mal, o se impone un trasplante, a la pública sin dudar. Pongamos que hablo de un país que toma las riendas de su destino, coloca a los sinvergüenzas en su sitio y apuesta por savia nueva, o de los viejos partidos -renovándose con más convicción o márketing, en mi opinión, en orden inversamente proporcional a su tamaño actual- o, mejor, a nuevas formaciones, a agrupaciones de ciudadanos con puros ideales, pulcros propósitos, incontaminados.

Pues bien, si cambiamos los nombres, las caras de personas y organizaciones, el equilibrio de fuerzas pero no el andamiaje del sistema, no habrá servido de nada. Si no reconocemos que partidos y sindicatos jamás se van a financiar sólo con las cuotas baratas de sus escasos afiliados, si no les proveemos de una cantidad realista de ingresos, de un modo transparente de obtenerlos, ni imponemos control de cuentas, el cáncer se reproducirá. Porque la financiación irregular es el origen de toda la porquería que ahora desborda los bajos de la alfombra. Por eso los consejeros de CajaMadrid se revuelven contra sus compañeros de partidos y sindicatos que les señalan con el dedo. Porque sus tarjetas se usaban no sólo para comilonas, hoteles en que pasar la sobremesa y gastos de farmacia que ayudaran a Hay que asumir que cualquiera es corruptible.

Como lúcidamente escribe Luisgé Martín “La casta viene de la gente, no ha llegado a España en platillos volantes”.

Insisto: cualquiera se convierte en casta en cuanto lleva demasiado tiempo cercado por el poder y el dinero Si no acertamos con diagnóstico y tratamiento o los postergamos diciendo que lo prioritario es “tomar el cielo al asalto”, ser pragmáticos, concentrarnos en ganar -incluso dejando de momento los principios orillados-, si nos creemos naturalmente mejores que la generación de la Transición, inmunizados de sus pecados, estaremos dando los pasos hacia la misma frustración que empezó a fraguarse aquella noche de general euforia de 1982. O peor, porque ya no podremos alegar inocencia, ya no podremos aducir inexperiencia, dejaremos escapar tal vez el último tren que nos libre de ser eternos cínicos. Reprochándonos ante el espejo: Pudimos, Ganamos... y el sistema acabó por fagocitarnos.

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