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Himalayismo de élite (embolsado)

Iñaki Ochoa de Olza

“Iñaki Ochoa de Olza se embolsa su octavo ochomil”. La noticia de mi escalada al Makalu venía redactada así en alguna web, seguramente traducida del inglés-americano. De hecho, la periodista residente en Katmandú, Liz Hawley, nos llama peak baggers (“que se meten los picos a la bolsa”) a quienes tenemos el vicio de subir ochomiles y hemos hecho de ello una pasión.

No es que me importe, pero no entiendo nada. Quizá quien nunca ha pisado la zona de la muerte no sabe de lo que habla, pero ¿cómo coño se puede pensar que un ochomil es algo que se empaqueta, como un regalo? En mi modesta opinión, un periodista de montaña interesado en el Himalaya tiene que contar verdades, decir quién usa oxígeno y quién no, quién sube gracias a sus porteadores de altura y quién gracias a sus piernas y pulmones, y con cuanta cuerda fija y puesta por quién. Y tampoco vale decir ruta normal para todo. Las del Lhotse o el Makalu (sin cuerdas fijas) no tienen nada que ver con la idea de que estas vías son auténticas ‘cuestas de vacas’.

Un himalayista de élite tiene bastantes posibilidades de expresarse. La primera y más obvia es la apertura de nuevas rutas, aunque bastantes de las grandes montañas estén saturadas de vías. Los sietemiles ofrecen más posibilidades, pero hay una diferencia sustancial en el rendimiento humano entre esa altura y los 8.300 o 8.400. También puede realizar invernales, aunque peligran tus dedos si no te cuidas. Otra posibilidad es realizar repeticiones de importancia: la arista oeste del Everest aguarda un ascenso en estilo alpino, y a nadie se le ocurre repetir la vía de Messner en la cara norte de la misma montaña, solo y sin botellas. Hay muchas rutas esperando gente con creatividad (y medios, claro) que las repita. Las ascensiones express, o en menos de 24 horas, tampoco atraen a las masas: hay que entrenarse mucho y puedes quedarte sin la cima. El Kangchenjunga o la normal del Makalu nunca han sido ascendidos en este estilo, y el K2 sólo conoce la meteórica escalada de Chamoux en 1986. Escalar en solitario también está en desuso.

La última de las posibilidades es el llamado ‘coleccionismo’. Unos intentarán escalar con imaginación y según las enseñanzas de la montaña, mientras que a otros no les importará para nada el cómo ni el con quién se hacen las escaladas. Así, existe una lista en la que figuran los que han escalado los 14 ochomiles (me gustaría ver las fotos de cumbre de alguno de los coreanos de la lista...) ¿Pero cómo es posible meter a todo el mundo en el mismo saco? ¿No somos 1.700, o más, los que hemos subido al Everest? En mi opinión sólo quienes no han utilizado botellas de oxígeno pueden sentirse legitimados para hablar de su ascenso al pico más alto. Y ni siquiera un ascenso sin oxígeno es igual a otro. Tampoco caben en la misma lista Messner y los que para acabar la colección han dejado morir por el camino a varios sherpas. Las estadísticas son frías, pero su publicación supone a veces un insulto a la historia del alpinismo. Así que concluiré con un ruego: menos bolsas y un poco de rigor.

 

Columna publicada en el número 6 de Campobase (Agosto 2004).

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