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Sobre este blog

Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

La favela del fin del mundo

Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Íñigo Jáuregui Ezquibela es docente de profesión y antropólogo de vocación. El mayor legado que heredó de su padre fue la pasión por las montañas. Una pasión inmune al paso del tiempo y que revive cada vez que las visita o escribe sobre ellas y quienes las frecuentan o habitan.

Quito, 2.850 metros; Cuzco, 3.400 metros; Namche Bazaar, 3.440 metros; Lhasa, 3.656 metros; La Paz, 3.640 metros; Potosí, 4.067 metros; El Alto, 4.150 metros… En el mundo existen unas cuantas ciudades situadas a gran altitud, incluso a altitudes extraordinarias para lo que suele ser habitual, y luego está La Rinconada cuyos 5.100 metros sobre el nivel del mar la han convertido en el asentamiento humano permanentemente habitado más alto, inhóspito y extremo de la Tierra.

La Rinconada se halla enclavada en la cordillera de Los Andes, a los pies del nevado Ananea (5.829 metros) y forma parte del distrito peruano del mismo nombre, uno de los cinco distritos pertenecientes a la provincia de San Antonio de Putina. Para llegar allí, a este confín del mundo, es preciso dirigirse a la ciudad de Juliaca y, a continuación, abordar un vehículo para cubrir los 200 kilómetros de asfalto, zahorra y tierra que separan ambas localidades. Nadie sabe con exactitud cuántas personas residen temporal o permanente en este lugar. Las cifras oscilan entre un máximo de 30.000 y un mínimo de 10.000 habitantes. Esta disparidad que, a primera vista, puede ser desconcertante, no lo es tanto cuando descubrimos que La Rinconada es un enclave que vive por y para la minería; que su vecindario está integrado, mayoritariamente, por jornaleros de extracción indígena –preferentemente quechua y aymara– o que el pico demográfico alcanzado durante la primera década del nuevo milenio estuvo ligado a la cotización del oro en los mercados internacionales que en aquel entonces alcanzaba máximos históricos.

Los vecinos de esta remota población andina viven hacinados en construcciones fabricadas con calamina, bloques de cemento, y chapa metálica. Sus condiciones de vida son peor que malas porque, además de carecer de agua corriente, potabilizadora, red de saneamiento o sistema de recogida de basuras, deben soportar unas altísimas concentraciones de contaminantes (mercurio) y temperaturas que, durante el día, rara vez superan el punto de congelación y que por la noche pueden descender a – 25º C. La dotación sanitaria se reduce a un único consultorio médico atendido por ocho profesionales y la policial a una comisaría integrada por una veintena de efectivos. Todas estas circunstancias han convertido a La Rinconada en un gigantesco vertedero al aire libre y en un foco de infecciones respiratorias y gastro-intestinales.