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La viagra del Himalaya

Íñigo Jáuregui Ezquibela

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Las geografías extremas suelen albergar organismos igual de extremos o igual de peculiares. Esas condiciones, sumadas a la selección natural y la supervivencia del más apto, han logrado que algunos seres vivos hayan desarrollado mecanismos de adaptación realmente asombrosos. Pensemos, si no, en los osos polares, los peces pulmonados, las aves no voladoras o los moluscos y las colonias de gusanos extremófilos que proliferan en las dorsales oceánicas.

La criatura que hemos elegido para ilustrar este fenómeno es mucho más pequeña y desconocida que cualquiera de los ejemplos que acabamos de mencionar. En realidad, no sabríamos nada de ella si, en lugar de crecer en las provincias occidentales de China, hubiera elegido otro marco geográfico para hacerlo. Decimos esto porque, como todo el mundo sabe, la farmacopea china es famosa por el empleo de toda clase de productos, organismos y terapias naturales. De ahí que la búsqueda de nuevas sustancias orgánicas para el tratamiento de algunas dolencias fuese, probablemente, lo que debió llevar a los médicos de este país a descubrir la existencia, hábitat y propiedades milagrosas del Ophiordyceps sinensis, el hongo que protagoniza este artículo.

El Ophiocordyceps al que nos referimos es un entomatógeno, un ascomiceto parásito que, casualmente, posee las mismas características que el que protagoniza la trama de la serie de HBO The last of us. La única diferencia que separa a ambos reside en que el que aparece en la ficción televisiva tiene la capacidad de infestar y crecer en el interior de los seres humanos mientras que las víctimas o huéspedes del hongo real son, por el momento, unas orugas subterráneas de entre 10 y 15 milímetros de longitud y 0´05 gramos de peso pertenecientes a las diferentes variedades de la polilla fantasma (Thitarodes spp.). El ciclo vital de este hongo se inicia cuando las esporas ingeridas por las larvas del insecto comienzan a desarrollarse en su interior hasta convertirse en un micelio invasor que devora sus órganos y pone fin a su vida. Al llegar a este estadio, el micelio madura, fructifica y desarrolla un estroma de las mismas dimensiones que el anfitrión que, además de germinar a partir de su cadáver momificado, aflora a la superficie para poder dispersar las esporas que contiene y seguir reproduciéndose. El proceso completo resulta bastante macabro, pero no es en absoluto insólito porque hay muchas especies de avispas que en estado larvario parasitan y se alimentan de sus víctimas hasta acabar con ellas.

Por asombroso que pueda parecer, nuestro interés por esta criatura no guarda ninguna relación con su extraordinario ciclo vital sino con el hábitat en el que crece y se reproduce y con los efectos que tanto su recolección como comercialización han provocado en los habitantes de esas regiones. El área de distribución del Ophiocordyceps, yartsa gunbu o dongchong xiacao que, traducido bien del tibetano o del chino, significa “gusano en invierno, hierba en verano”, forma un arco de miles de kilómetros de longitud que se extiende desde el extremo más occidental del Himalaya hasta las provincias chinas de Sichuan, Yunnan, Qinghai y Gansu. Es aquí, en las regiones que se suceden a lo largo de los límites meridional y oriental de la meseta del Tíbet donde prolifera, se reproduce y es recolectado. Los encargados de hacerlo son, por lo general, pastores nómadas o trashumantes pertenecientes a cualquiera de los grupos étnicos que integran la nación tibetana que, llegado el mes de abril, abandonan sus tareas habituales para internarse en las praderas de montaña en las que crece el yartsa gunbu. Las praderas a las que se dirigen en su busca se encuentran a una altitud que oscila entre los 3.000 y 5.000 metros sobre el nivel del mar, aunque diversos estudios señalan que las mayores concentraciones se producen en el entorno de los 4.000 – 4.500 (https://mushroaming.com).

A lo largo de las dos últimas décadas, la enorme demanda y los altísimos precios pagados por los consumidores chinos han desatado una auténtica “fiebre del hongo” y transformado su recolección en un negocio muy rentable, más que la cría de yaks y ovejas. El impacto de esta actividad en la vida de las comunidades de montaña ha sido enorme, no sólo porque buena parte del dinero en efectivo que manejan y de los bienes de consumo de los que ahora disfrutan (motos, electrodomésticos, televisores) procede de esta fuente de ingresos sino porque, además, la lógica mercantil y monetaria ha dado al traste con el modelo económico que practicaban y que se basaba en el trueque. En este caso, el yartsa gunbu ha sido mucho más que un hongo, en realidad ha acabado convertido en una especie de caballo de Troya del capitalismo con las ventajas e inconvenientes que eso conlleva.

Una última cuestión relacionada con su éxito y las razones que se ocultan tras él. La mayoría de los especialistas en medicina tradicional china comparten las afirmaciones que aparecen en un texto tibetano fechado en el siglo XVI titulado Un océano de excelentes cualidades afrodisíacas. La obra en cuestión sostiene, básicamente, que el Ophiordyceps sinensis constituye un remedio casi milagroso, una auténtica panacea. La ingesta regular del mismo y de la oruga que le acompaña no solamente sirve para tonificar y estimular las funciones orgánicas de riñones, hígado, corazón y pulmones, también tiene la virtud de prevenir el cáncer, retrasar los procesos de envejecimiento, devolver la energía a los enfermos convalecientes y la virilidad a quienes flaquean. En definitiva, se trata de un auténtico elixir de la eterna juventud que por sus virtudes revigorizantes y su origen alguien bautizó con el título de “viagra del Himalaya”.

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