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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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Un izquierdista llamado Alonso Quijano

quijote y sancho

Miguel Ángel Curiel

El Quijote era de izquierdas porque Cervantes fue sobre todo un hombre escéptico al final de sus días. Toda esa aventura vital tan intensa y a veces desgarradora que le llevó de un lugar a otro impulsado por las ventiscas negras de aquel tiempo de oro no podía llevar a aquel hombre más que al  escepticismo, y es de ese escepticismo del que sale o nace un izquierdista utópico como el Quijote.

Locura e inocencia maridada en una mirada de cristal limpia que casi podía mirar con sus ojos al sol. Qué magnifica contradicción que el fruto del escepticismo melancólico sea la utopía de la inocencia, la utopía quijotesca, la lucha poética contra el poder de todo tipo. La derrota está servida, y por más que el agrandamiento de la melancolía, como estado superior de la ensoñación, lleve a la utopía quijotesca, esta no es mas que otro estadio fallido en el que los sueños se mezclan con el agua. La derrota como ironía.

A su lado Cervantes colocó a un gañán llamado Sancho Panza, que era más o menos de derechas, y los puso en órbita por un país llamado La Mancha, quizás aún hoy el lugar más exótico de la península. Un mar seco donde la tierra y el cielo forman una boca muy ancha en el horizonte, que se come las nubes y los trenes que trazan la línea recta del olvido, un país que es atravesado por un acueducto franquista que se lleva el agua del Tajo a un lugar imaginado donde se pierde, unas cuantas autovías de nombres extraños y una red de alta velocidad con trenes de hielo.

Al atravesar este país llamado La Mancha, la sensación es la misma que la de ir a bordo del ferry de Denia a Ibiza. Un mareo de olas quietas, de marejada del tiempo que arrasa un mar de tierra, y la de ir en línea recta de un punto a otro dejando atrás una estela de olvido 'cernudiano'. Lo que hay a los lados es agua o tierra, a babor la nada azul, a estribor la nada verde, y esos pueblos de nombres antiguos y bellos destellan como espejismos en el suelo lunar de la llanura.

Nadie se baja jamás en esos pueblos blancos donde el sol rebota en la cal. Jamás nada va a detenerse en ellos, en la noche son las balizas del olvido, luciérnagas apiñadas en tierra de nadie, y sin embargo se es feliz al realizar esa travesía seca entre Toledo y Cuenca con un ejemplar del Quijote en la mano camino de Valencia.

A ese gañán llamado Sancho, el Quijote le prometió por sus servicios prestados la utopía, es decir, una ínsula llamada Barataria, un reino utópico del que él sería su corrupto gobernador. Ahora todavía se les puede ver siguiendo la línea recta del acueducto franquista en diálogo constante con la nada, el tiempo les ha hecho viejos, más de lo que ya eran. Van despacio hablando cada uno consigo mismo, duermen al raso en verano y cuando el invierno arrecia, en algún albergue para recogedores de ajo. Van a pie.

No se sabe cuántas lanzas ha roto el viejo hidalgo contra las cepas del acueducto franquista, cuantas hostias manchegas se ha dado contra el hormigón del agua, pensando que eran ballenas de cristal que dentro guardan los dragones del poder. Sancho le dice “es mejor que arroje piedras mi señor, es cristal, y las piedras rompen el cristal”. Y es verdad, el poder tiene algo de fragilidad. A quien sueña con él demasiadas veces se le rompe en las manos el mundo, y siempre este acaba siendo un desconocido para él mismo.

Hay universidades, pero no escuelas para sabios, ¿y cómo reconoceríamos a un sabio ahora? ¿Ha dejado este mundo extraño y huidizo espacio para los sabios? Le decía el Quijote ayer a Sancho a la salida de Granátula: veamos, querido amigo, basta ver los rostros de los que se ahogan en el poder, y cómo el poder ha remodelado esas facciones de cera, los morenos de playa, los ojos de corneja y las manos de pantera de estos tipos que no son sabios, y cómo con sus finas manos ha hecho de los rostros máscaras obscenas de este tiempo, fantasmas del ser, bribones que apenas han leído un libro en su vida. Ni siquiera el libro del que tú y yo podríamos escapar, y ya es hora de que escapemos de él para dar yesca y proclamar la utopía en tu reino, en el allí, en La Barataria donde tu reinarás como un corrupto. Ya es hora mi querido Sancho de que te regocijes y te hagas también un buen corrupto, yo no te he enseñado a saquear, a nadie se le enseña eso en las universidades, pero ya lo sabes mi querido amigo, sabios ya no hay, y no los vamos a encontrar tan fácilmente como pensaba ayer, y tú, Sancho, eres como todos, hijo mismo de la condición humana, y esta es sobre todo frágil y extraña.

¿Ves ahora, querido Sancho, a esos hombres de paja de sí mismos sentados en los banquillos judiciales, mirando al cielo, como mascullado con aparatosidad? Siempre dicen lo mismo, siempre finalmente se acobardan y terminan llorando delante del juez, siempre dicen no fui yo señoría, fue el poder con el que soñé. El Greco los habría tenido como modelos a la ahora de pintar el entierro de algún nuevo rico, un cuadro de encargo pagado con dinero publico rapiñado. Las grandes caras de los cara duras alargadas hasta el infinito como fantasmas de almendra. Ahí van ellos ahora, caminando despacio junto a carreteras y autovías atravesando la llanura lunar, el mar de tierra en diálogo constante consigo mismos, dirigiéndose hacia el Toboso para visitar la tumba de Dulcinea.

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