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La soledad 2.0

Cartel "10.000 km", Carlos Marqués-Marcet

David Parages

Si una de las cualidades del cine es la de ser testigo de su tiempo, “10.000 Km.” podría considerarse como una crónica sentimental y certera de la época que nos ha tocado vivir.

Sergi y Alex llevan juntos siete años y aspiran a tener un hijo. Una mañana, Alex recibe una buena noticia: acaba de conseguir trabajo durante un año haciendo fotografías para un proyecto. El problema es que debe desplazarse a Los Ángeles, exactamente a 10.000 Km. del apartamento que comparte con Sergi en Barcelona. Esta historia de amor a distancia se convierte en una reflexión acerca de las nuevas tecnologías y de su incidencia en las relaciones humanas, de las fronteras entre lo íntimo y lo social. Pero “10.000 Km.” es también un ataque frontal contra el exilio laboral al que se ve abocada una generación de jóvenes bien preparados, incapaces de ganarse la vida dentro de su país.

El debutante Carlos Marqués-Marcet sabe ser incisivo sin recurrir a pancartas ni soflamas, empleando los elementos mínimos para retratar una realidad compleja. Bastan dos actores y dos decorados para ejemplificar los desastres patrios... además, claro está, de un meticuloso trabajo de guión y dirección.

Resulta curioso lo cercanas que están en el tiempo “10.000 Km.” y “Her”, películas recientes que tratan las relaciones virtuales desde distintas perspectivas. Menos alegórico que Spike Jonze, Marqués-Marcet opta por el naturalismo para hacer real el drama de unos personajes enfrentados a sus propios deseos. El cine comienza a asimilar los nuevos hábitos de una sociedad interconectada y a incorporarlos en argumentos que van más allá del thriller y de la ciencia ficción. Estas dos cintas demuestran que la tecnología es un ámbito en el que se pueden desarrollar también los sentimientos, porque “10.000 Km.” es una historia de sentimientos, lo que no quiere decir que sea sentimental. Sentimientos reconocibles y cotidianos, que la pareja de actores Natalia Tena y David Verdaguer sabe interpretar con convicción. Ambos establecen tal grado de complicidad con sus personajes que cuesta distinguir la carne del papel, el actor de la invención del guionista. Se trata de una de esas felices creaciones conjuntas que llenan la pantalla de humanidad y establecen una corriente de empatía inmediata con el espectador.

Los dos intérpretes cuentan con respaldo suficiente en la dirección para expandir su talento: Marqués-Marcet les ofrece espacio y oportunidades para ello, la más notable de todas, el maratoniano plano secuencia de 23 minutos que abre la película. En sí, casi equivale a una pequeña película de apertura o pieza teatral, un prodigio de escritura, interpretación, planificación y puesta en escena que tiene todo el derecho a figurar entre los grandes planos secuencia jamás filmados.

En suma, “10.000 Km.” es una película cuya forma guarda plena coherencia con el contenido, uno de esos milagros cinematográficos que parecen construirse mientras se ven. Es hermosa y triste, lúcida y directa. El nombre de Carlos Marqués-Marcet merece ser tenido en cuenta dentro del cine español, tan necesitado de autores con personalidad y voz propia. Así se empieza a escribir la crónica de esta crisis miserable que necesitará ser recordada dentro de algunos años. Para que no se repita. Para que los culpables nunca olviden.

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