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Miguel Blesa, el hombre que se lo debía todo a Aznar

Aznar con su puro, con Miguel Blesa y con Carmen Cafranga, presidenta de la Fundación Caja Madrid.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La oposición al cuerpo de inspectores de Hacienda es exigente, sin duda, pero es también una inversión para toda la vida. En el caso de Miguel Blesa –nacido en Linares hace 66 años–, fue algo más: su primer pelotazo. Le permitió conocer a José María Aznar durante la preparación para el examen, hacerse amigo de él y obtener años más tarde la recompensa. En términos monetarios, eso significó pasar de ganar mucho dinero a ser millonario.

En la década 1986-1996, se dedicó a trabajar como asesor fiscal y experto en Derecho Tributario. Su función consistía en conseguir que las empresas que le contrataban pagaran pocos impuestos. Es legal, es legítimo, pero no es precisamente lo que te da los puntos y la reputación necesarias para alcanzar uno de los grandes puestos del sistema financiero.

Sin embargo, el capitalismo español de las grandes empresas y de los grandes amigos tiene sus propias reglas, y en pocos sitios era tan fácil implantarlas como en las cajas de ahorro. El PP ganó las elecciones en marzo de 1996, y seis meses después Aznar colocó al frente de Caja Madrid a su compañero de oposiciones. Había sonado para varios cargos (Argentaria, Telefónica o Endesa), y todos se parecían en algo: empresas públicas que el Gobierno presuntamente liberal de Aznar pretendía privatizar con bicho dentro. El bicho era el presidente, que se quedaría en la compañía sabiendo muy bien a quién debía tanto honor y tanto sueldo.

“Aznar sólo tenía dos amigos íntimos: Juan Villalonga y Miguel Blesa”, asegura un importante dirigente del PP. Pero a diferencia de Villalonga, que voló demasiado alto en Telefónica y acabó quemándose, Blesa supo manejarse bien en el mundo de la política madrileña donde el brillo y el barro son difíciles de distinguir. El presidente de Caja Madrid se movió con la habilidad del insider que sabe qué tiene que ofrecer a cada interlocutor en cada momento. A los suyos, lo que quisieran. A los otros –los partidos de la oposición y los sindicatos–, lo que fuera necesario para tenerlos contentos.

Y no se puede negar que el pacto con CCOO e IU que permitió su nombramiento dejó muy satisfechos a María Jesús Paredes, líder de la federación bancaria de CCOO, y a José Antonio Moral Santín, consejero en representación de IU. Ahora en IU muchos tuercen el gesto cuando oyen el nombre de Moral Santín y hace unos pocos años en CCOO se quedaron de piedra cuando Público reveló el inmenso patrimonio inmobiliario de Paredes y de su marido, nada habitual entre sindicalistas liberados. Son nombres de una época oscura por la que ha habido que pagar un precio muy alto.

Nadie salía perdiendo si estaba cerca de Blesa. Los directivos de la caja, desde luego que no. Su crecimiento desaforado regó los bolsillos de los consejeros. En 2009, último año de su reinado, el Consejo de Caja Madrid cobró 12,4 millones, 4,6 veces más que cuatro años antes. El Consejo, como Bankia después, se llenó de políticos, personajes ya acabados en el partido a los que había que hacer un sitio por los servicios prestados o para que siguieran callados. Un nutrido grupo de militantes del PP vivía de los sueldos de Bankia. FAES también recibía su parte de la tarta. Blesa tenía muchas maneras de pagar su deuda con Aznar.

Y todo por conducir a la entidad financiera a la senda de la aniquilación.

Blesa puede presumir de que los últimos beneficios anuales con él al mando fueron de 360 millones de euros. Era cuando el motor estaba a punto de reventar. Suponía el 3,7% de los recursos propios, cuando en 1995 la caja había ganado el 11,5%. Pero en esa época las inversiones eran más sensatas y sostenibles.

Con Blesa, Caja Madrid absorbió todo el crédito que pudo de lo que ofrecían los bancos del norte de Europa. Pasó de invertir en deuda pública española e inundó de créditos hipotecarios el mercado. Justo antes del estallido de la burbuja, esas hipotecas alcanzaban los 49.000 millones de euros. Todo eso se iba financiando con el dinero que llovía desde Alemania. Se supone que a eso hay que llamarlo burbuja, pero cuando la entrega de dinero a los usuarios sólo se puede financiar con el dinero que se ingresa cada mes desde fuera, se suele utilizar el concepto de esquema Ponzi.

Por cierto, hablando de estafas piramidales, Bernie Madoff acabó en prisión. Blesa acabó con una indemnización de 2,8 millones de euros tras abandonar Caja Madrid en enero de 2010 (para un total de 12,4 millones ingresados por los tres últimos años). Los dos bancos del PP (Caja Madrid y Bancaja) se unieron para sobrellevar el hundimiento, y eso sólo hizo que la catástrofe fuera mayor y que la nueva entidad tuviera que pedir 22.000 millones en fondos públicos.

Sólo la alocada acometida del juez Elpidio Silva le privó de la sonrisa por un tiempo. Falsa alarma. Otros sufrirán las consecuencias de sus errores. Él tiene el resto de su vida para fumar más puros con Aznar y disfrutar de los millones ganados convirtiendo en arena los cimientos de una entidad fundada hace tres siglos. El capitalismo de los amigos no sale gratis a los demás.

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