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Tres jóvenes rurales, tres formas de llevar esperanza al campo

Tres jóvenes rurales, tres formas de llevar esperanza al campo

EFE

Roma —

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Con tecnologías para facilitar el crédito agrario, redes de capacitación y educación a favor de los derechos indígenas, tres jóvenes quieren demostrar lo que pueden aportar al desarrollo rural sin abandonar sus raíces.

Provenientes de África, América Latina y Asia, todos ellos comparten deseos como el de salir adelante y ayudar a sus comunidades, y han presentado esta semana sus iniciativas en la sede del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) en Roma.

Rita Kimani, informática keniana de 26 años, fundó en 2014 con una amiga la empresa FarmDrive tras ver que “no tenía sentido” lo que hacían las instituciones financieras para conocer el perfil de sus clientes rurales.

Su costumbre de enviar a alguien a recorrer en moto las aldeas para evaluar los riesgos de prestar incluso cantidades pequeñas, además de poco práctica, resulta “muy subjetiva”, señala Kimani en declaraciones a Efe.

A menudo los campesinos no suelen tener acceso al crédito, en parte porque su falta de historial hace desconfiar a los bancos.

Para rellenar ese vacío de información, la nueva compañía comenzó a recopilar datos “estratégicos” como el tipo de transacciones que los agricultores realizan por el móvil, servicios que en Kenia están bastante desarrollados, o las previsiones meteorológicas.

“El análisis de riesgo no es solo la información que determina si concedes un crédito o no, sino también seleccionar productos financieros que les sirvan”, afirma Kimani, cuya plataforma ya cuenta con 10.000 usuarios.

En su opinión, la transformación rural requiere el uso de nuevas tecnologías y, sobre todo, un “cambio de narrativa”: no pensar que en esas zonas solo hay agricultura de subsistencia, ya que se pueden desarrollar negocios rentables y sostenibles con el ambiente.

El campo puede ser una opción de vida para parte de los 1.200 millones de personas de entre 15 y 24 años que viven en el mundo, incluidos los más de 600 millones que viven en situaciones de fragilidad o los más de 200 millones que trabajan por menos de dos dólares diarios.

Evitar el despoblamiento y la migración a la ciudad plantea el reto de cómo invertir actualmente en agricultura, lo que tendrá implicaciones para el futuro del campo y la juventud, según el experto del FIDA Paul Winters.

Para el colombiano Sebastián Pedraza, la respuesta está en generar oportunidades. “En Colombia hemos visto que muchos programas no funcionan y ahora tenemos que trabajar por el desarrollo rural con o sin el Gobierno”, asegura.

Este músico de formación participa en una asociación juvenil en el municipio de La Dorada (centro) y en la Red nacional de jóvenes rurales que, con más de 3.000 inscritos, está extendiendo sus proyectos de capacitación dentro y fuera del país.

Su estrategia pretende que los jóvenes se organicen y tengan voz en los espacios de decisión para influir y dar a conocer sus necesidades, y con ese trasfondo están ayudando a construir redes en El Salvador, Perú, Nicaragua y hasta África.

Más allá de la agricultura y la ganadería, han generado emprendimientos culturales, deportivos, turísticos y basados en la recuperación de las tradiciones, fomentando que se unan en la búsqueda de financiación.

“Nos venden el mensaje de que el campo está olvidado y que el desarrollo se encuentra en la ciudad”, enfatiza Pedraza, que defiende la educación para “darse cuenta de lo valioso que es ser joven rural, que es un orgullo”.

A la birmana Mai Thin Yu Mom, representante del Caucus global de jóvenes indígenas en Naciones Unidas, al acabar la universidad su padre no le permitió volver a casa para trabajar en un campo desatendido, sin incentivos ni servicios.

Ahora se dedica a concienciar a las comunidades locales de que se queden en sus tierras y las protejan, una tarea difícil con políticas y leyes “inefectivas y discriminatorias” que no reconocen la tenencia colectiva de los recursos naturales, vital para los indígenas.

“Para los jóvenes es muy duro tener que salir de sus comunidades porque, sin oportunidades ni un acceso seguro a sus propias tierras, carecen de otras formas de vida” y no pueden mantener sus conocimientos tradicionales y su identidad cultural, agrega.

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