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Implantes cerebrales, una chispa para el recuerdo y la vida

Implantes para el recuerdo y para la calidad de vida

Lucía El Asri

Hace ya un tiempo que el doctor Andrés Lozano, desde Canadá, investiga posibles formas de luchar contra esta enfermedad. Concretamente, estudia la posibilidad de introducir implantes en el cerebro de pacientes con Alzheimer poco desarrollado para evitar que pierdan la memoria tan rápidamente. O, mejor dicho, para que puedan conservar su vida y sus recuerdos unos años más.

A pesar de estar en fase experimental, la investigación genera esperanzas, especialmente, en familiares de personas con enfermedades neurodegenerativas, sobre todo cuando tienen en cuenta que su aplicación ha sido efectiva en otras patologías.

Es el caso de algunos trastornos del movimiento, como el Parkinson, la distonía o incluso la esclerosis múltiple; y de enfermedades psiquiatras como la depresión grave o el trastorno obsesivo compulsivo. Son ya más de 25 años de investigación y aplicación. Lenta, pero con resultados a la vista, y los profesionales españoles tienen mucho que decir.

Cuando no hay más opciones

Hay muchas formas de perder la vida. Cuando alguien tiene Parkinson una parte determinada de su cerebro es hiperactiva y trabaja mucho y mal. Esta enfermedad lleva a quienes la padecen a hacerse lentos, a caminar con dificultad y a no poder generar movimientos que, para el resto del mundo, son sencillos y habituales.

Cuando la enfermedad está avanzada, los pacientes suelen responder solo durante escasas horas a la medicación, pasando la mayor parte del día con malestar y síntomas. La única manera de reducirlos es estimulando su cerebro de tal forma que, tras una intervención, el paciente se mantiene estable durante largos periodos de tiempo.

“En los primeros años todo va bien. Los pacientes responden a su tratamiento, pero llega un punto en que están muy mal e, incluso, no pueden ni hacer movimientos”, explica a este medio Fina Martí, coordinadora de la Unidad de Parkinson y Trastornos del Movimiento del Hospital Clinic de Barcelona.

Es el caso de Francisco Montesinos, que fue intervenido en 2004. Antes de operarse sufría temblores muy importantes, tomaba mucha medicación debido al estado avanzado de la enfermedad, padecía rigidez extrema, no podía caminar, sufría agitaciones, no dormía y tenía efectos secundarios por causa de las medicinas. Asegura a este medio que la intervención le ayudó a “empezar de nuevo”.

Algo similar ocurre con la distonía. En este caso, el individuo sufre espasmos musculares que suelen comenzar en un punto determinado del cuerpo para irse expandiendo a otros. No existe tratamiento para ella, puesto que no se sabe cuál es su origen – como ninguna de las anteriormente nombradas -. Lo máximo que se puede hacer es introducir una toxina determinada en los músculos para relajarlos. Sea como sea, los resultados solo duran unos meses. Excepto en el caso de la estimulación cerebral, que mejora la situación del paciente.

Con el temblor esencial, la enfermedad del tick (síndrome de Tourette) y la esclerosis múltiple, entre otras, y en menor medida, ocurre lo mismo. En estos dos últimos casos, el tratamiento habitual es mínimo, y puede hacer que la persona que los padece tenga dificultades para realizar actividades cotidianas – especialmente las que requieran utilizar los brazos. “Estimulando el cerebro se puede mejorar el temblor en ambos casos”, asegura la doctora Martí.

María tiene 28 años y padece esclerosis múltiple desde los 17, asegura que “ese temblor puede ser imperceptible para los demás, y es muy diferente al del Parkinson”, pero a quienes tienen esta enfermedad les deja agotados y les imposibilita su vida diaria, explica a este medio.

¿En qué consiste un implante cerebral?

Básicamente un implante cerebral es un mecanismo que funciona gracias a un electrodo (que se inserta en el cerebro), y una batería (que lo hace en el tórax y que se controla y regula de forma similar a un marcapasos).

El paciente se debe someter a una operación quirúrgica que puede durar siete u ocho horas donde, como en el caso de Montesinos, está despierto pero sedado. No obstante, como explica a este medio Jordi Rumiá, responsable de neurocirugía funcional del Hospital Clinic de Barcelona, primero es necesario “identificar bien el tipo de enfermedad que tiene”.

Esto es así porque, dependiendo de la patología, el electrodo se colocará en un punto u otro del cerebro. “Tenemos que ver cuál es el circuito estropeado y en qué puntos de ese circuito podemos influir para que el funcionamiento del sistema mejore con impulsos eléctricos”, añade.

Fernando Seijo, neurocirujano funcional, nos explica el proceso. En primer lugar, es necesario hacer un escáner y una resonancia al paciente. Con estas técnicas, generalmente, no se suele ver el sitio exacto donde hay que implantar el electrodo, pero sí se detectan otras áreas que tienen “relaciones anatómicas o espaciales, así como las coordenadas con respecto al punto donde hay que dejar el cable”.

Una vez hechos el escáner y la resonancia, se crea un mapa del cerebro del paciente con el que se calculan las distancias hasta el punto donde hay que introducir el electrodo. Estas mediciones serán registradas en un aparato que, posteriormente, se debe colocar alrededor de la cabeza, y que ayudará en este proceso quirúrgico.

Mapeando el cerebro

“Todo está estudiado para que el error de alcanzar el punto concreto donde hay que poner el electrodo sea menor de 1 milímetro, y con unas condiciones de seguridad superiores al 90%”, explica Seijo. Para llegar a ese lugar, y antes de introducir el electrodo definitivo, los expertos utilizan otro más pequeño y capaz de registrar el sonido producido por la actividad neuronal. “Llevamos muchos años haciendo esto, sabemos cómo suena esa actividad en cada zona, así que podemos averiguar si vamos por el buen camino o si nos estamos desviando”, añade.

Después, se pone en marcha el sistema de estimulación, y tanto el neurocirujano como el neurólogo deben comprobar los síntomas del paciente aplicando pequeñas descargas eléctricas que controlan de forma externa. “Cuando comenzó la estimulación lo primero que sentí fue placidez absoluta. Solo un momento antes mi cuerpo estaba totalmente agitado”, explica Montesinos.

¿Y si el electrodo no se está colocado en el lugar correcto?

Precisamente debido a que estas cirugías suelen hacerse con el paciente despierto, si el electrodo se hubiera colocado en el lugar incorrecto, los médicos lo sabrían por la reacción del intervenido.

Si se está tratando, por ejemplo, la enfermedad de Parkinson, y una vez introducido el electrodo e iniciada la estimulación no para el temblor, o el paciente presenta rigidez o desviación de la mirada, “sabemos que no estamos en el lugar correspondiente y sabemos también en qué sentido nos tenemos que desplazar, porque esos síntomas tienen lugar cuando ocurre algo en una parte determinada del cerebro que ya tenemos catalogada”.

“Así, sin necesidad de abrir el cerebro y solo a través de un pequeño agujerito, puedes introducir el electrodo y probar diferentes intensidades a ver si mejora la sintomatología del paciente”, agrega Fina Martí. Después solo es preciso hacer que el electrodo vaya a la batería – que apenas se aprecia - insertada debajo de la piel.

¿Por qué someterse a una intervención de este tipo?

Elena (joven de 30 años), explica a este medio que su abuela padecía temblor esencial desde que tenía 40 años. Aunque asegura que eso no le incapacitaba de forma agresiva, sí le perjudicaba a la hora de desempeñar algunas labores de su vida diaria. “Le temblaban continuamente las manos, tanto en reposo como en activo”, explica.

Es por eso que a la abuela de Elena no le era posible hacer algo tan sencillo como coger un vaso de agua. “Siempre que quería transportar un vaso necesitaba meterlo en un recipiente más grande para que el líquido no se derramara”.

Este es solo un ejemplo de las dificultades a las que deben enfrentarse este tipo de pacientes. Quienes se someten a la cirugía de implantes cerebrales son aquellos que no encuentran una solución a su enfermedad por otra vía.

Como explica a este medio Miguel Gelabert, jefe de sección de neurocirugía del Hospital Clínico Universitario de Santiago, son personas que necesitan más medicación, que no la toleran bien, o a las que les sienta mal un tratamiento. “Y llega el momento de proponerles cirugía porque con ella vamos a disminuir o reducir totalmente la medicación”.

Volver a empezar

El paciente de Parkinson nombrado anteriormente asegura que después de la operación sus síntomas volvieron al punto de partida de la enfermedad y redujo los medicamentos “casi a la nada”. Después de 10 años algunos de esos síntomas han vuelto a desarrollarse pero “fueron años muy buenos que gané en calidad de vida”. Incluso actualmente es consciente de que, si dejara la estimulación de lado, se quedaría totalmente inmóvil.

La doctora Fina Martí recuerda que la operación no cura. De hecho, la enfermedad sigue su curso. Gelabert, por su parte, explica que la evolución de la enfermedad depende de la persona. “Nuestros pacientes más antiguos tienen ahora 14 años, por lo que han tenido, al menos, y hasta el momento, 14 años más de vida estable”.

Mientras tanto, a la abuela de Elena nunca le ofrecieron llevar a cabo esta práctica porque había sufrido numerosos trombos en el cerebro. Ella es un ejemplo de que no todo el mundo puede ser intervenido.

¿Cuáles pueden ser los riesgos?

Sus principales peligros son los que podrían derivarse de cualquier operación en esta parte del cuerpo. La preocupación principal cuando se introducen electrodos tan profundos en el cerebro es que se acabe afectando una vena o arteria porque podría dar lugar a una hemorragia cerebral (que en ocasiones casi ni se aprecia, pero en otras puede ser catastrófica). Aunque las estadísticas de que esto ocurra se encuentran en torno al 2 o 3%, explica Rumiá.

“No es muy frecuente que se dé una hemorragia complicada, pero es algo que está ahí y tenemos que decírselo a los pacientes, puesto que el electrodo va a atravesar todo el cerebro”, advierte Gelabert.

“Se han dado casos de fallecimiento que están descritos en la literatura”, asegura Rumiá. También puede darse el caso de que el paciente se quede con debilidad muscular o pérdida de fuerza, y hasta parálisis, así como producirse una infección por el uso de material protésico. Montesinos era consciente de ese riesgo, pero reconoce que su situación “era tan penosa que no tenía otra opción”.

Aplicación en otras patologías

Aunque un 80% de los implantes de este tipo se aplican a pacientes con Parkinson, están comenzando a generalizarse en patologías que provocan grandes dolores, pero también en enfermedades psiquiátricas. Especialmente en depresión grave y trastorno obsesivo compulsivo, pero también en epilepsia, anorexia e incluso adicciones, como comenta el neurocirujano Rumiá.

A pesar de los riesgos, como señala la doctora Martí, “si estos pacientes con trastornos de movimiento antes pasaban un 60% del día sin poder moverse, ahora no”. Por tanto, los beneficios son mayores.

Cuestión de elegir

Mientras que la posibilidad de que algo vaya mal gira en torno al 4 o 4.5% (exagerando), las expectativas de mejora de estos pacientes están en torno a un 75%. “Si tú estás parado en una silla sin poderte moverte y te ofrecen un 75% de posibilidades de mejoría, frente a los posibles riesgos, seguramente elegirás la cirugía”, explica Rumiá.

Desde el punto de vista de la inversión económica por parte del estado, tiene menos peso que, por ejemplo, los transplantes. Pero sigue siendo algo necesario “Es un hecho que este tipo de tratamiento, para lo efectivo que es, se aplica menos de lo necesario por limitación económica. Aunque también hay que comprender que no son enfermedades mortales de un mes para otro”, dictamina el neurocirujano Rumiá.

Gelabert, además, añade que es necesario tener en cuenta que hay pacientes que no quieren someterse a la cirugía, “les da miedo. Cada uno responde de manera muy distinta y hay muchos que no quieren correr el riesgo”.

Por sus resultados y aplicaciones, parece que este puede ser un remedio aplicable a los síntomas de un amplio abanico de enfermedades que tienen especial punto de conexión con el cerebro humano. Aunque no cura, la calidad de vida de los pacientes que se someten a la operación aumenta considerablemente.

En el caso del Alzheimer la investigación es aún muy temprana, pero soplan vientos de esperanza para los pacientes y sus familias, quienes esperan que dentro de pocos años esta técnica les asegure más años de recuerdo, y de vida, como ya hacen con el Parkinson.

Una década después de someterse a este tratamiento, el paciente Francisco Montesinos no dudaría en repetir la experiencia. Él, al menos, recuperó diez años de vida gracias a los avances neurológicos. Avances que María valora, sin dejar de recordar que es necesario encontrar el origen de las enfermedades degenerativas. Mientras esto llega las innovaciones serán bien recibidas, pero sin olvidarnos de algo esencial: no descubrir cómo nacen estas patologías significará continuar tapando la herida, sin curarla.

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Todas las imágenes de este artículo son propiedad de Wikimedia Commons (2, 3, 4, 5, 6 y 7), salvo las de Ryan Somma, Steve Jurvetson y Jemaleddin Cole

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