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El urbanismo social participativo

Uno de los talleres que reunieron a vecinos y técnicos municipales. / Paisaje Transversal

María Muñoz

Hacer que los gobiernos locales y los grupos de la oposición se impliquen en un proyecto colectivo de regeneración urbana y escuchen y trabajen con los vecinos, comerciantes, niños, jóvenes y mayores. Aprobar un plan conjunto de medidas y empezar a ejecutar las primeras. Es posible y es lo que ha ocurrido en un barrio de Olot gracias al impulso y a la coordinación de Paisaje Transversal, una oficina de innovación urbanística que impulsa la regeneración de las ciudades construidas bajo tres criterios: la sostenibilidad, la participación ciudadana y el uso de las nuevas tecnologías.

Nosotros creemos que los cambios urbanísticos tienen que implicar a todos: comerciantes, habitantes, representantes políticos y técnicos porque es la única manera de que todas las partes vean como propio el proyecto”, señala Guillermo Acero, uno de los cinco arquitectos urbanistas que forman Paisaje Transversal. Hace más de un año, un responsable del Ayuntamiento de Olot les escuchó en una conferencia, le gustó lo que impulsaban y les ofreció intervenir en el barrio de San Miquel, de donde llegaban muchas quejas vecinales por el estado de abandono de la zona.

“En los años 50 y 60 [del siglo XX] había absorbido la migración procedente de Andalucía y Extremadura y en los 90 la que venía de fuera de España, fundamentalmente subsahariana, el barrio se había ido deteriorando poco a poco y al tener alquileres más bajos todos lo que llegaban de fuera se instalaban allí”, explica Acero. El barrio tenía muy pocos equipamientos municipales y era poco atractivo para el resto de la ciudad.

Un proyecto en dos fases

El equipo de urbanistas planteó el proyecto en dos fases que aprobaron los propios vecinos: por un lado, entre abril y junio del año pasado, realizaron “un diagnóstico participativo” con vecinos y comerciantes para saber cuál era la problemática, pero al mismo el objetivo era también conocer las virtudes del barrio para poder visibilizarlas. La segunda fase tendría que ver con la elaboración y aprobación de acciones concretas.

“Mientras realizábamos los estudios técnicos sobre sostenibilidad, movilidad, equipamientos y cohesión social de forma paralela íbamos recogiendo la información vecinal a través de diferentes procesos participativos”, indica el arquitecto. Uno consistió en construir una maqueta gigante del barrio y a través de juegos los habitantes -mayores, jóvenes, niños, españoles, extranjeros- iba señalando lo que había que mejorar: más zonas verdes, de aparcamiento u obras en las fachadas. Otro taller consistió en lo que definen como mapeo colaborativo, que no era otra cosa que recorrer diferentes zonas con los vecinos, que contaran lo que había sido, lo que echaban de menos, lo que querían que fuera.

“Creamos unos indicadores participativos para cruzar las percepciones de unos y otros; vimos por ejemplo que los que llevaban más años viviendo en el barrio echaban en falta más zonas verdes mientras que los que llevaban menos, al no haber tenido esas zonas, no las echaban de menos”, explica Acero. Había deseos en los que coincidían, como facilitar las conexiones con el resto de la ciudad y el entorno natural, y luego había temas “controvertidos” porque muchos entendían que la mejora de la movilidad pasaba por el incremento de aparcamientos para coches.

Del diagnóstico sacaron dos líneas estratégicas para desarrollar la fase de propuestas concretas: mejorar el barrio para la población por un lado y por otro hacerlo más atractivo para el exterior. “En el barrio vimos que hay un comercio muy importante de proximidad que había que potenciar así como un entorno natural, entre el río y los volcanes del Parque Natural de la Garrotxa”, subraya el arquitecto. Además, los urbanistas se dieron cuenta de que, a pesar de lo que les habían advertido antes de empezar, San Miquel era un barrio donde la convivencia “era muy buena y no había una especial conflictividad”.

Un plan a ocho años

En esta segunda fase, los vecinos se sentaron y trabajaron en diferentes talleres con los técnicos municipales, con ediles del gobierno y de la oposición y entre todos llegaron al Plan de Intervención de Acciones de Mejora, una hoja de ruta con medidas concretas para poner en marcha en un plazo de ocho años y sin que supongan un gasto excesivo para la corporación municipal. Por el momento, ya se ha ejecutado la mejora de la plaza de San Miquel, el centro de reunión de niños, jóvenes y mayores. En breve, se mejorará la iluminación y las aceras de la calle principal, la avenida de Girona, y puerta de entrada para cualquier visitante a Olot. También hay sobre el papel convenios que promueven el alquiler de jóvenes, o la intervención temporal de solares vacíos, a los que se baraja rebajar el IBI para que puedan dedicarse mientras están sin uso a dotaciones municipales, como canchas deportivas.

Aunque el proyecto de San Miquel pasó por unas elecciones municipales -que en este caso mantuvieron el gobierno municipal de CIU- Acero subraya que para que precisamente el plan se pueda ejecutar incluso con cambios de ayuntamientos ellos impulsan desde el principio la implicación de todos los grupos políticos, incluidos los de la oposición. Además, existe una mesa de seguimiento, formada por técnicos, vecinos y ediles que se reúne cada seis meses para comprobar el estado de desarrollo del plan.

En total, por el proceso participativo pasaron más de 30 técnicos municipales, unos 12 comerciantes 10 representante políticos y más de 300 vecinos. “Es un trabajo muy abierto y a veces a los ayuntamientos les cuesta abrirse pero luego se dan cuenta que las medidas que llevan a cabo tienen más aceptación si las personas sienten el proyecto como propio”, destaca Acero.

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