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Opinión - Sánchez no puede más, nosotros tampoco. Por Pedro Almodóvar
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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Frágil

'Capicua'. Roger Villarroya.

Marcos Díez

La anécdota que voy a contar es asquerosa. Pueden seguir leyendo pero luego no me lo echen en cara. Están avisados. Hace muchos años (unos veinticinco) trabajaba durante los veranos en un taller (sí, un menor de edad con su buzo y sus manos cubiertas de grasa y sus veinte mil pesetas al mes en dinero negro y los pósteres clavados con chinchetas en las paredes desconchadas junto a las taquillas metálicas). Y en uno de esos veranos, no recuerdo cuál porque los recuerdos en mi mente se empastan y confunden como un arroz muy pasado, un chapista (cuyo nombre no recuerdo aunque sí sé que tenía un Peugeot 309 de color rojo, qué cosas) me pidió ayuda para empujar un coche. No sé decir qué edad tendría el chapista, a mí me parecía un señor y lo recuerdo como a un señor, aunque seguro que era más joven de lo que soy yo ahora.

Teníamos que meter en el taller uno de esos coches con culo que tienen la antena de la radio en la parte de atrás. La antena de la radio estaba rota y sobresalía unos veinte centímetros del coche. Lo teníamos que empujar unos quince metros. Había llovido, el suelo estaba mojado y tenía un poco de desnivel. Así que empujábamos mientras resoplábamos y nuestros pies (yo calzaba unas playeras viejas y mojadas) se resbalaban sobre el suelo alquitranado. En uno de esos empujones el chapista se resbaló más de la cuenta, se desplomó sobre la parte trasera del coche y se clavó la antena de radio en el ojo derecho. El hombre dio un salto hacia atrás y comenzó a gritar fuera de sí: “¡Mamá! ¡Mamá! Mamá! ¡Mamá!¡Mamá! ¡Mamá! Mamá! ¡Mamá!”. Llamaba a gritos a su madre y sollozaba sin parar mientras se tapaba el ojo con los manos, como para que el ojo no se cayera.

El chapista acabó en el hospital. La antena perforó la parte blanquecina del ojo (busco en internet y descubro que esa zona es una membrana que se denomina esclera). Creo que bastó con que le dieran un punto (sí, dentro del ojo). El accidente no tuvo secuelas pero a mí me conmovió profundamente ver a un adulto convertido de pronto en un niño, fue una convulsión ver al hombre hecho bebé . No tengo ni idea de por qué escribo ahora sobre esto. La memoria es caprichosa. Con el tiempo he asistido a alguna otra de esas regresiones en las que personas adultas, desbordadas por el miedo, las tragedias o los problemas, se derrumban y al hacerlo solo aciertan a llamar a sus madres. Puede que reacciones así tengan que ver con la infantilización o inmadurez de la sociedad. O tal vez tras la robustez de los adultos se halle siempre, manejando los hilos desde el interior de la armadura, un ser frágil.

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