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De Ciudadano Cebrián a la 'bulosfera' ultra

Juan Luis Cebrián

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Nunca como ahora se explica que fuera llamado Ciudadano Cebrián, recordando al Citizen Kane de Orson Welles. Su soberbia y su poder eran inmensos en los tiempos de esplendor de El País, el periódico que nació con él y el empresario Jesús de Polanco, llegando a ser el más prestigioso e influyente de España. Parece haber dejado caer y derramar su Rosebud al incorporarse a los colaboradores de The Objective, un diario creador de bulos en el ámbito de la ultraderecha. Con pocas ventas y mucho ruido, bien es verdad. Y no es solo la deriva de una más de las viejas glorias esenciales en la Transición, la peripecia de Juan Luis Cebrián explica la España de ayer, tanto como la de hoy.

Gran parte de los periodistas queríamos escribir en ese periódico de factura internacional, donde colaboraban los mejores –desde Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Luis Sampedro a Claudio Sánchez Albornoz–, capaz de salir con una portada como Golpe de Estado: El País con la Constitución con las hordas de Tejero metidas en el Congreso a punta de pistola. Con las primeras mujeres en columnas de opinión, como Maruja Torres o Rosa Montero.

Gumersindo Lafuente, que sería director adjunto del periódico, reflejaba en 2016 “la satisfacción, el orgullo, la felicidad por estar en un gran periódico. Con ideales, con medios, con una enorme repercusión”. “Eran los años ochenta y la maquinaria del diario iba viento en popa, los ejemplares volaban de los quioscos y los anunciantes hacían literalmente cola para poder poner sus campañas publicitarias”.

Un cúmulo de errores garrafales, fruto de la prepotencia de Cebrián y un reducido staff, hunde a El País, como señalan múltiples testigos presenciales de ese destrozo que culmina en la degeneración de la propia figura de Cebrián. Años convulsos detrás con un gran daño –casi irreparable- al periodismo. Algo que tanto repercute en la democracia.

 “La caída de El País no es una catástrofe natural, sino un ejemplo de libro de cómo una mala gestión puede arruinar incluso a la institución periodística más sólida que ha tenido nunca España. Internet y el supuesto cambio de paradigma son sólo actores muy secundarios del drama”, analizaba nada menos que en 2012 Pere Rusiñol. “El 'capitalismo de casino' llevó ”a la búsqueda de pelotazos sin relación con su negocio original“.

“Finalmente, cuando la burbuja pinchó –escribía Rusiñol– los bancos se hicieron con el control de la empresa –los créditos imposibles de cobrar se convirtieron en capital–, los ejecutivos se aseguraron retiros dorados y los trabajadores pagaron la fiesta con su despido”. Ahí acabó la historia. Prisa generó una deuda de 5.000 millones de euros. Cebrián se blindó durante tres años con un salario estratosférico: en 2011, se embolsó 14 millones de euros y bonus extra.

Llegan los artículos censurados por sus criticas: a Enric González, por aludir a la “ludopatía bursátil”, o a Santos Juliá, solo por mencionar a Enric González. O las represalias a otros periodistas por publicar los Papeles de Panamá, que mencionaban a su segunda exmujer, y finalmente el traumático ERE y su onda expansiva que expulsó a periodistas míticos como Maruja Torres, Javier Valenzuela, Ramón Lobo, Miguel Mora, Enric González o José Yoldi. Miguel Ángel Aguilar fue despedido, después, por responder a The New York Times sobre la libertad de prensa en España. El propio The New York Times vio suprimida su colaboración con El País, a raíz de este artículo. Flipaban.

Pasaron tantas cosas en aquel tiempo. Público también había sufrido cambios. En enero de 2012 presentó concurso de acreedores, dejó sin pagar hasta al personal, suspendió la edición en papel y siguió en edición digital como si nada.

Y más. Tras el triunfo electoral de Rajoy a continuación del 15M, y no precisamente ajeno a la voluntad del nuevo presidente del gobierno, caen en cascada los directores de tres de los principales periódicos de España: La Vanguardia (José Antich cambia por Marius Carol), El Mundo (sale Pedro J. Ramírez, felizmente reciclado en El Español, de su propiedad) y El País (en donde entra en escena Antonio Caño, hoy también en The Objetive). Francisco Marhuenda continuó en La Razón –había trabajado con Rajoy en varios ministerios-– y Bieito Rubido en ABC para entrar a dirigir recientemente otro de los medios de la “bulosfera”: El Debate. Por cierto, Rajoy, a través de Cosidó, cambia cuatro veces al jefe de las unidades contra la corrupción y las drogas en dos años, sin el atronador eco mediático que debió de haber tenido.  

Toda una revolución que dejó a grandes periodistas sin puesto de trabajo. Fueron desembocando donde pudieron, incluso en la creación de nuevos medios. ElDiario.es, Infolibre, Lamarea.com, Ctxt.es, entre otros.

Juan Luis Cebrián se estrena en The Objective, ahora, entrevistando a su gran amigo Felipe González, expresidente del Gobierno del PSOE. Ambos fraguaron una gran amistad y complicidad a través de los años, en negocios, fiestas, sonrisas, yates, vanidad, ambición de poder y maquinaciones para lograrlo. Pedro Sánchez les cayó como un tiro en sus apacibles vidas. Y se lanzaron a intentar conducirle por los caminos del bipartidismo, o de Albert Rivera como mucho, hasta llegar al golpe interno de octubre de 2016, con música de fondo de Antonio Caño y su inolvidable insensato sin escrúpulos.

Un editorial de El País pide expresamente a Sánchez que dé un paso atrás. El líder socialista no obedece la empecinada exigencia de abstenerse para que gobernase el PP. “Hay que evitar la repetición de elecciones a cualquier precio”, le conminan. A cualquier precio.

A comienzos de ese año y contemplada la opción de Sánchez de gobernar con Unidas Podemos, Felipe González había convocado desde la portada de La Razón a la vieja guardia del PSOE “para frenarlo”, dicen. Y ya en el gobierno y en plena auge de la pandemia surge el rumor de un gobierno “de salvación” presidido por Margarita Robles. Cabe preguntarse qué traman ahora.

Si la endémica corrupción española o la inefable trayectoria impune de Juan Carlos I se explican por la ausencia de una prensa que las denunciase de continuo, la trayectoria del periodismo en estos años –amancebado con la derecha política– aclara el desbarre actual. Describen incluso los porqués de esa transgresión continua de gentes como Ayuso y MAR y la plaga infecta de la pocilga mediática de crecimiento continuo a la que nutren, el desconcierto que provoca el ruido. Pero si se quiere mirar a fondo, ha habido valores esenciales que han sobrevivido. Hay periodismo si se busca y de momento no lo copa todo la barbarie ultraderechista. Bastaría con tener perfectamente claros los objetivos y atajar los puntos más perturbadores.  Porque el problema es qué viene después si no se actúa, dado que más bajo no se puede caer.

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