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Una conversación incómoda

Pedro Sánchez junto a Charles Michel y Ursula von der Leyen.

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"La URSS ha desvelado bruscamente un imperialismo devorador que abre sus fauces a la vez sobre Polonia, los países bálticos y los balcánicos ¿a quién le tocará?"

Romain Rolland (1939)

La pregunta a la que hay que responder no es quién quiere la guerra y quién la paz.

La pregunta no es quién prefiere la libertad al autoritarismo, porque todos tenemos la misma respuesta.  

La pregunta real es en qué estadio geopolítico estamos y cuál es la postura realista para mantener el mayor estatus de paz y libertad del que hayamos disfrutado nunca.

Es una conversación política incómoda y, por lo que se aprecia, en nuestro país son muchas las fuerzas que están dispuestas a evitarla. Ojo, que no hablo de responder una u otra cosa, sino siquiera de mantener ese debate. A veces los políticos parecen niños que creen que por taparse los ojos se han escondido, han desaparecido de la vista de todos. Pero la cuestión está ahí, llenando de forma más o menos disimulada o fragmentaria las informaciones de los diarios más serios incluso estos días vacacionales. 

Es una conversación incómoda que, por lo que se ve, ni siquiera han mantenido los socios de la coalición ni los propios socialistas entre ellos. Este último extremo queda claro si consideramos las declaraciones de la ministra de Defensa no hace ni quince días: “El peligro de guerra está muy cerca y es real y absoluto”, de lo cual, se quejaba, la sociedad española no es consciente; al parecer quería despertarla recordando que “un misil balístico puede llegar perfectamente de Rusia a España”. Los socios parlamentarios de su Gobierno la han acusado de “empujar el militarismo” y por eso no debe extrañarnos que Pedro Sánchez haya mostrado una posición distinta ni que en el Consejo de Europa haya pedido a los socios europeos que no utilicen la palabra “guerra”. “Sánchez argumentó que la gente no quiere sentirse amenazada de esa manera, que en España suena abstracta”, según ha revelado el premier polaco Donald Tusk. ¿En qué quedamos? ¿Cuál es la postura del Gobierno? Y eso dejando a un lado el argumento de Sánchez de que lo que la gente quiera o sienta tenga un estatus superior a la realidad. La pregunta debería ser: ¿existe el riesgo? Porque si existe y es bien real, poco importa lo que nosotros queramos o sintamos. Estaría fenomenal que pudiéramos hacer el avestruz y que nuestro deseo rompiera el embrujo, pero eso no pasó en 1940 ni pasará ahora. 

Una conversación incómoda y necesaria porque se da la circunstancia de que, a diferencia de lo sucedido en las anteriores conflagraciones, España no está en posición de neutralidad sino que, por el contrario, forma parte de una alianza militar que ha prometido socorro al resto de sus miembros europeos en caso de ataque. La realidad no debe ser tan tranquilizante cuando los socialdemócratas suecos viraron en redondo para ingresar en la OTAN, cuando Finlandia se rearma y muchos países vuelven a introducir el servicio militar o el adiestramiento civil. Claro que esos países fueron avasallados sin contemplaciones apenas hace 84 años. El 1 de abril de 1939, Chamberlain cambiaba su errónea política de apaciguamiento con el nazismo y comprometía a Gran Bretaña a defender Polonia contra cualquier amenaza alemana. En España ese mismo día se anunciaba el fin de la Guerra Civil. La memoria histórica patria está tan marcada por ese cruento suceso que opaca en el imaginario colectivo el hecho de que el 1 de septiembre Hitler cruzó la frontera polaca dando inicio a la II Guerra Mundial (tras haber devorado ya Austria y Checoslovaquia, que fueron abandonadas a su suerte). Gran Bretaña faltó a su compromiso de defender Checoslovaquia. ¿Es lo que algunos proponen, que España se desligue de sus compromisos internacionales?

Hace unos meses publiqué una novela, 'Thule. El sueño del norte', cuyo argumento gira totalmente en torno a la tensión ética y moral de asumir el compromiso de pelear por la forma de vida democrática o pretender que la no beligerancia es una fórmula válida para detener las guerras si un dictador totalitario decide emprenderlas. Lo han clasificado en las librerías como libro histórico cuando, realmente, yo quería plantear un dilema de futuro que cada vez está más próximo. En España la generalidad de la población sabe tan poco de la génesis del gran conflicto mundial, de ambos, que apenas alcanza en la mayoría a lo recibido en filmes y novelas ambientadas en hechos puntuales de la conflagración. Apenas se estudia el conflicto en el bachillerato. Sobre sus causas, sobre el adormecimiento de las élites europeas y hasta de la clase obrera y sus representantes que prefirieron no ver lo que se gestaba, sobre el cambio de postura de muchos intelectuales pacifistas que llegaron a comprender que en esa ocasión era la libertad lo que estaba en juego, sobre todo eso apenas hay conciencia en la población. Por eso mi novela buscaba rimar con esa historia, porque es necesario. No podemos pensar que franceses, suecos, noruegos, finlandeses, austriacos o bálticos hayan enloquecido, sino que, simplemente, ellos sí tienen memoria de su historia.  

En mi novela, como en este artículo, no doy una respuesta cerrada sino que abro una conversación incómoda a la que no podremos renunciar exclusivamente por nuestra voluntad; o sí, podremos, pero eso no nos librará de los embates de la historia, si es que llegan. Por otra parte tenemos a la vuelta de la esquina las elecciones europeas y los votantes, pensemos lo que pensemos, deberíamos exigir a los candidatos que nos especifiquen qué postura adoptarán respecto a este problema, el mayor al que nos enfrentamos hoy día, y si están dispuestos a variarla en función de qué acontecimientos. Quiero saber si en Europa va a primar el deseo de ocultación verbal del que Tusk acusa a Sánchez o si la postura de Margarita Robles forma parte de nuestra política exterior. Quiero saber qué postura van a tomar las alianzas independentistas que se presentará a esos comicios y, cómo no, la postura del Partido Popular. No es posible emitir un voto reflexionado y sensato a base de consignas sobre política interior o agitando espantajos de uno u otro lado. Trump puede ganar y Europa puede quedarse sola. Lo que Europa decida nos afectará a todos. Yo no quiero votar como un borrego, yo quiero saber qué voto.

“Tengo un amigo, un insumiso francés refugiado en Suiza, que se gana la vida como tipógrafo en la Sociedad de Naciones. Forma parte de la familia de los grandes anarquistas revolucionarios, muy idealistas, que simpatizan con las revoluciones socialistas soviéticas. En los últimos tiempos ha sufrido prácticamente la misma evolución de pensamiento que yo y ha tomado partido netamente por las democracias contra Hitler. No ha dudado en romper con su pasado, dejar de ser insumiso, y ofrecer sus servicios a la patria en peligro”, escribía el pacifista y simpatizante comunista Romain Rolland, premio Nobel, el 29 de septiembre de 1939 tras el pacto Hitler-Stalin y la invasión de Polonia. Las cosas no permanecen siempre como desearíamos y la ética del posicionamiento depende de en qué circunstancias se produce. 

Hay una conversación que nos espera como país y como continente. 

Una conversación incómoda de la que no sé el resultado, sólo que es inevitable.  

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